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Extractos del blog «Generación Y»


«Nuestra pantalla chica nos muestra «lo que debimos haber sido» o, peor aún, «lo que debemos creer que somos». Así que el locutor que todos llevamos dentro nunca dice algo como «los precios están por las nubes»; «en mi policlínico sólo quedan 17 médicos, porque todos los demás se han ido de misión»; «si no robo en el trabajo no puedo vivir» o «¿dónde están las malditas papas que no llegan?» La tele se parece tan poco a mi vida, que he llegado a pensar que es mi existencia la que no es real» (mayo 2007).



«Vivo equidistante de dos mercados agropecuarios, uno donde venden campesinos, cooperativistas o sus correspondientes intermediarios y el otro que está a cargo del Ejercito Juvenil del Trabajo (EJT). En el primero hay casi de todo, frutas, vegetales, viandas y hasta carne de cerdo. El estatal pocas veces tiene algo más que boniato, ají, cebolla o fruta bomba verde y cuando llega algún producto cárnico las colas se alargan. La diferencia fundamental entre estos dos «agros» no está en la variedad sino en el precio, tan es así que mis vecinos llaman al mercado de los campesinos «el agro de los ricos» y al del EJT el de «los pobres» (mayo 2007)



«Las sístoles del dolor de muelas se hacen más pronunciadas cuando recuerdo los últimos días perdidos en la consulta estomatológica. Una vez por falta de agua, la otra por el compresor roto y una tercera porque no tenían el papel para envolver el instrumental en el esterilizador; al final el grito de la recepcionista terminó con mis esperanzas: «No vamos a dar más turnos hasta el próximo mes». Todo eso ocurre en el policlínico «19 de Abril» de Plaza, que es mostrado como ejemplo a las delegaciones extranjeras que vienen de visita a Cuba. Quien sabe si algunas viajan desde las remotas tierras australianas, las bajas planicies sureñas y el caliente campo brasileño. Así que he pensado seriamente sentarme con mi dolor en la puerta a esperar a uno de esos visitantes. Quizás pueda visitar ese «otro policlínico» que a ellos les muestran, ubicado exactamente en el mismo lugar del mío, pero donde las cosas funcionan y los pacientes sonríen satisfechos.» (junio 2007)



«Cada día constato que nos han robado la fórmula y el arte de hacer el pan, nuestro panÂ… y no lo digo en el sentido metafórico de «hacer el amor» que tiene en Cuba esa expresión, sino en el llano y directo significado de confeccionar el alimento universal, el pan nuestro de cada díaÂ… esa milenaria combinación de harina, agua, levadura y fuego. Evidentemente esto que tengo ahora sobre mi mesa no está hecho para que el paladar lo disfrute, pues en una sociedad como ésta intentar darle un gusto a los sentidos es una debilidad pequeñoburguesa contra la que hay que luchar. Ná, que revolucionario que es revolucionario se come el pan como esté sin quejarse tanto.» (julio 2007)



«Los pocos «Café Internet» que quedan en la ciudad de La Habana, tampoco permiten muchas posibilidades de real navegación. La lentitud, el deterioro de una buena parte de las computadoras que todavía funcionan, unidos al precio que oscila entre 5 y 6 euros (o moneda convertible) por hora, hacen que la red de redes sea un lujo con sabor amargo. Una buena parte de los hoteles ha restringido el servicio de conexión sólo para huéspedes, y en los denominados «correosdecuba.cu» la gente se cuida de lo que escribe o recibe.» (agosto 2007)



«Un muro de lamentos se extiende, por estos días, a lo largo de toda la isla. Motivado en parte por el llamado a debatir el discurso de Raúl Castro el 26 de julio, pero fundamentalmente por el agotamiento de un «ciclo de silencio» que ha empezado a quebrarse. Poco a poco nos va deleitando esto de hablar públicamente de nuestros problemas. Los que han empezado por expresar su descontento por los bajos salarios, la corrupción o el deterioro del sistema de salud pública, llegarán inevitablemente a cuestionarse el sistema político, el real poder de decisión del pueblo y hasta las relaciones internacionales. Puede ser pura ilusión la mía, pero me parece que lo que ha empezado con el susurro va a terminar en el grito.» (septiembre 2007)



«Es algo usual que uno tenga que mostrar el carné de identidad cuando camina junto a un amigo extranjero, o que en plena carretera el ómnibus se detenga para requisar nuestro equipaje, no vaya a ser que llevemos unas libras de queso, una cola de langosta o unos peligrosos camarones enmascarados con las pertenencias personales» (septiembre 2007)



«Lo que detesto sobremanera es la palabrería hueca, la teorización que evade llamar a las cosas por su nombre, el giro verbal que esconde o enmascara. Cuán poco refleja -por ejemplo- la definición económica de «dualidad monetaria» al aplastante hecho de no poder comprar con la moneda en la que te pagan lo que necesitas para vivir (pesos cubanos). Qué pálido parece el eufemismo de «priorizar los recursos del país para el turismo» cuando se choca de frente contra el muro de la segregación que evita que los cubanos podamos hospedarnos en un hotel o rentar un auto.» (septiembre 2007).



«Mi generación vivió la pubertad marcada por el «no hay» y soñando con las latas de leche condensada y las conservas búlgaras de los idealizados años 80s. Nos reuníamos para hablar de comida, mientras devorábamos cucharadas de azúcar y algún que otro engendro -de dudoso origen- que nuestros padres preparaban con un montón de sacrificios. La comida se convirtió en una obsesión, que todavía nos marca.» (octubre 2007)



«Los cubanos nos estamos preparando para la engordada cifra de crecimiento del PIB que se nos anunciará a finales de este año. Sin habernos tragado -todavía- el 12,5 que se hizo público al concluir el 2006, ya estamos alucinando con el «numerazo» que se informará en diciembre. (Si esta vez llegamos hasta el incómodo «trece», si que habrá material para alimentar una catarata de chistes durante todo el 2008). Aún tratamos de encontrar evidencias que avalen el sorprendente índice de desarrollo económico del pasado año. Yo, particularmente, he buscado en mi billetera, en la cocina y especialmente en el refrigerador, mas el progreso económico no parece notarse por ahí. Tampoco está en la red de servicios o comercio, donde padecemos un decrecimiento en las ofertas y una notable subida de los precios. ¿Dónde está la deslumbrante recuperación que semejante estadística económica pretende mostrar? ¿Qué complicado método de cálculo han usado los especialistas, que nosotros no podemos ratificar con nuestra realidad? Algo está pasando con las matemáticas y temo que al final de este año el engañoso ábaco del triunfalismo volverá a calcular nuestro exiguo desarrollo.» (noviembre 2007).



«Ayer lunes en la noche, el programa «Diálogo abierto» me confirmó la idea de que el debate cuando no es libre y espontáneo se queda en un monólogo de varias voces. Precisamente la ausencia de polémica fue lo que caracterizó a los invitados de Loly Estévez, entre los que estaba Alfredo Guevara, Eduardo Heras León, Desiderio Navarro, Roberto Fernández Retamar y Corina Mestre. Cierto llamado a «no disentir» ante las cámaras, podía adivinarse tras el tono descriptivo y general de las intervenciones. Claro está que ninguno de los participantes se atrevió a decir que «el debate debe ser entre todos los cubanos, no importa la filiación política o las preferencias ideológicas». Tampoco llegaron a cuestionarse el por qué la cultura tiene que ser discutida entre entendidos, cuando es patrimonio de todos» (noviembre 2007)



«Mi amigo Miguel, gay y contestatario, se siente esperanzado con las nuevas medidas impulsadas por Mariela Castro (hija de Raúl Castro), que le permitirán acceder a una cirugía de cambio de sexo. Sueña con tener un carné de identidad que diga que es «ella» y no «él» y con ser tratado como la mujer que se siente. Sabe, sin embargo, que tendrá que esperar mucho más para afiliarse legalmente a un partido socialdemócrata, para manifestarse con un cartel por sus derechos laborales o para votar -en elecciones directas- por otro presidente» (diciembre 2007)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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