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Un nuevo ciclo


Salta a la vista que habría que iniciar un ‘nuevo ciclo’ porque el proyecto concertacionista está agotado y que hay que ‘realizar un giro político de verdad’. Son tareas que cobran mayor urgencia ante el espectáculo que ofrece la pecera política. Allí donde las movidas de los actores centrales del sistema binominal de partidos con su liturgia de cambios de gabinete y rituales rimbombantes son absolutament predecibles.



Por lo mismo, la tentativa diversionista de conformar un nuevo movimiento bisagra de centro-derecha no hace más que confirmar percepciones ancladas en la mayoría ciudadana: los ex DC de Zaldívar y el embrión de partido de Schaulsohn-Flores (orgánicos o dispersos) serán un resumidero de escorpiones, de camarillas parlamentarias y de máquinas electorales sin militancia. En el plano de las ideas, se vestirán con una fraseología liberal progresista o de estatismo tecnócrata garante del juego de los mercados. Una oferta democrática nula.



Los que plantean ‘corregir el modelo’ no propondrán nunca regular las prácticas monopólicas y depredadoras de los grupos económicos nacionales y extranjeros, ni responderán a las demandas de los deudores habitacionales, ni intentarán dotar a Chile de un sistema moderno de derechos colectivos para los ciudadanos y las minorías oprimidas, ni votarán una legislación que aumente la tributación de las empresas y de los altos ingresos para financiar en parte un sistema de salud, previsión y educación públicas (de primeras y no de tercera).



La subasta de discursos políticos teñidos de oportunismo de la derecha pura y dura (del lavinismo al piñerismo) es fomentada por el dispositivo ideológico dominante (think tanks y medios tradicionales) que mistifica consensos y acuerdos para evitar que la sociedad chilena vaya a lo esencial: optar por una política que busque desarticular la arquitectura oligárquica de poder generadora de desigualdad, explotación, primacía del lucro por sobre los bienes sociales, desigualdad de géneros, crisis ecológica y reproducción de las elites en vez de la movilidad social.



Durante 2007, la frustración ciudadana aumentó y sus secuelas, en demasiados casos, fueron la apatía política (‘no estoy inscrito ni me interesa votar’) y en otros, las diversas formas de la rebeldía social. Tales sentimientos y actitudes se encuentran explícitas y latentes en la boca de un número significativo de chilenos a lo largo del país. La palabra corrupción para designar los escándalos de EFE y el cierre del tramo ferroviario Santiago-Temuco o el de incompetencia y desidia para designar el desastre del Transantiago. A lo que se añade la opacidad en el manejo de los negocios y contratos y el secretismo en la labor de los responsables de ministerios donde se gasta mucho (como en el de Defensa, por ej.).



Vale la pena repetirlo majaderamente. En el círculo familiar inmediato de cada chileno la cesantía, la precariedad, el endeudamiento, la inseguridad e incertidumbre económicas y las quiebras son parte del lote vivencial de la cotidianeidad. Situaciones que van acompañadas de amargura y de desesperación sicológica que desencadenan dramas sordos explotados y banalizados por los medios. Sólo la anestesia consumista y la insensibilidad (la interrupción del proceso de humanización permanente que para J.-J Rousseau posibilitaba la sociabilidad humana: la capacidad de imaginar y sentir el sufrimiento del Otro, de mi Alter ego.) egocéntrica impiden tomar consciencia de las amenazas a la solidaridad social.



Se agrega a lo anterior el cúmulo de decepciones políticas con un gobierno que no respeta su palabra empeñada con los trabajadores, que parece temerle a las salidas iracundas de un empresariado incapaz de compartir un proyecto de nación y al conflicto político con una derecha reacia a ‘faire sa mise Å• jour’ y nostálgica del pinochetismo.



Más aún. El gobierno Bachelet instala cercos represivos en las comunidades mapuches, celebra victorias pírricas para no implementar un sistema público de educación que compita y termine con la red privada del lucro y, además, se autoexcluye diplomáticamente del contexto latinoamericano de resolución de conflictos regionales, sin comprender que es el momento es oportuno para el aislamiento político de las elites imperiales generadoras de desorden planetario que juegan con el fuego nuclear en Oriente Medio.



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Leopoldo Lavín. Profesor, Département de philosophie, Collčge de Limoilou, Quebec, Canadá

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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