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Hacia la crisis financiera global


A medida que la crisis financiera en marcha se va acelerando, vemos surgir todo tipo de explicaciones del porqué el deterioro financiero de los EEUU no pudo ser contenido, y porqué la recesión económica en ese país ahora sí amenaza con transformarse en una recesión económica global. Hasta hace poco, el coro de voceros oficiales negaba rotundamente que ello pudiera ocurrir. Igual, los fundamentos estructurales de la crisis en desarrollo permanecen encubiertos, como si ignorarlos pudiera dar un respiro a quienes están buscando las formas de «restablecer» el equilibrio.



Dentro de los fenómenos estructurales de mayor relevancia actual, está el inusitado incremento del comercio mundial de capital ficticio durante los decenios pasados. Este ha permitido niveles también inusitados de endeudamiento, no sólo de los estados, sino también de las empresas, hogares y personas individuales.



Dando muestras de un grado de socialización de las relaciones económicas impensable hace unos decenios, el capitalismo mundial dio rienda suelta a la producción y el comercio de las más exóticas formas de símbolos de capital. La mayor parte de los fondos de pensiones y otros fondos está «depositada» en tales papeles. La riqueza material fue sustituida por el establecimiento de relaciones jurídicas de endeudamiento. En muchas naciones, la gente incluso se endeudó para comprar capital simbólico y participar en las ganancias que ofrecía su comercio. El proceso fue tan dinámico, que durante el último decenio el valor simbolizado por los papeles de capital ficticio creció muchísimo más rápido que la economía real. Hasta el comienzo de la actual crisis, ese valor superaba en más de cinco veces el producto mundial, es decir, el valor de todo lo producido anualmente en el mundo en bienes y servicios.



De esta forma, se fue creando un desequilibrio entre el valor nominal de los papeles de capital ficticio circulante en el mundo, y la capacidad real de la economía mundial para producir los valores equivalentes. La tasa de acumulación de capital real ha sido muy inferior a la tasa de acumulación de capital ficticio. La realidad se ha distanciado de la ficción de tal manera, que incluso los más ilusos han comenzado a dudar de los valores de los papeles que simboliza su riqueza. Tratando de desprenderse a tiempo de ellos, han provocado el desplome de varios segmentos del mercado financiero mundial. Ni las más descaradas maniobras de la agencias calificadoras de riesgo lo han podido impedir.



El grave problema es que con ello ha comenzado una desvalorización generalizada del capital ficticio existente. Se manifiesta así que ha habido una sobreacumulación de capital ficticio, y una subacumulación de capital real. Las pérdidas que ahora están sufriendo bancos, fondos y otros inversionistas institucionales, y a consecuencia de ello las personas, son el resultado de esa sobreacumulación de capital ficticio. Algunos banqueros e «inversionistas» han descubierto hoy con asombro de que muchos de los papeles de capital simbólico no tienen precio. Por ello, la estrategia de salvataje del Citibank, basada en crear un precio ficticio para papeles ficticios, ha fracasado rotundamente, a pesar de las cuantiosas inyecciones de dinero por parte de los bancos centrales de EE.UU y de la Eurozona.



La sobreacumulación de capital ficticio tiene un doble efecto, que amenaza con profundizase. Por un lado, la de desvalorizar muchos de los papeles de capital simbólico en circulación, provocando pérdidas que podrían hacer estallar a más de alguno de los grandes bancos internacionales. Por el otro, la de hacer cada vez más difícil el financiamiento de déficits fiscales y comerciales mediante la emisión de nuevos papeles simbólicos de capital.



Por ello, es completamente ilusoria la idea de que la actual crisis financiera pudiera quedar confinada a algunos países, por ejemplo, EE.UU. El comercio mundial necesariamente se verá afectado, a no ser que se suponga posible establecer un comercio mundial completamente equilibrado, pero dinámico, que excluya EE.UU. Esto es una visión simplemente absurda de quienes hacen cuentas alegres con las reservas internacionales acumuladas en las «economías emergentes» durante los últimos años.



La actual crisis financiera es de carácter estructural y mundial. La socialización capitalista, por mucho que haya avanzado, no supera las limitaciones de un sistema económico basado, en definitiva, no en los intereses colectivos, sino individuales. Pretender que hay naciones mejor «preparadas» para enfrentarla, es desconocer su naturaleza estructural. Pretender enfrentarla con medidas individuales de los estados, es desconocer su naturaleza mundial. La respuesta a la crisis debería ser tanto de carácter estructural como mundial. Pero es evidente que faltan las instituciones para siquiera concebir una respuesta de esa naturaleza.



*Alexander Schubert es economista y politólogo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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