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Pinceladas sobre la historia de los impuestos


Los tributos han sido parte importante en la historia económica de la humanidad. Algunas veces constituyendo un trofeo de guerra que el pueblo vencedor impone al vencido, y ha sido causa de guerras, revoluciones y decadencia de civilizaciones.



En la antigüedad, la lucha entre tribus o pueblos primitivos hizo que el ganador sometiera al perdedor, ya sea a la muerte, a la esclavitud o a la exacción de impuestos.



Bajo el Imperio Romano, la falta de una burocracia capaz de llegar hasta los confines del Imperio y también para no hacer más gravosos a sus ciudadanos, se ideó un sistema de remate para la recaudación de los tributos. Era una especie de concesión. Los recaudadores de impuestos en la época de Cristo, eran conocidos como publicanos y considerados pecadores públicos.



La autoridad romana requería una cantidad determinada de dinero para cubrir su presupuesto. Vendía mediante un pago por adelantado una jurisdicción territorial a un individuo o asociación de individuos, quienes cobraban los impuestos en un determinado territorio y los excedentes iban a su bolsillo. Eran odiados y temidos por los abusos y arbitrariedades que cometían, pues cobraban mucho más de lo que exigía el Imperio.



La historia universal está llena de episodios vinculados a los impuestos. Como datos meramente ilustrativos, menciono el origen que tuvo la Carta Magna inglesa (1215), arrancada al Rey Juan Sin Tierra, producto de los reclamos que hicieron los barones ingleses por la excesiva carga fiscal y la desigualdad en el tratamiento impositivo. En la obra «Orígenes de la Francia Contemporánea» (del historiador francés Hipólito Taine), se reseñan los múltiples impuestos, tasas y derechos que el bajo pueblo debía soportar.



En el otro extremo, a medida que se acrecentaba la nobleza en torno al Rey en el Palacio de Versailles, los Reyes Luises fueron eximiendo de tributos a la alta nobleza y al alto clero. Esta discriminación odiosa y privilegiada a favor de unos pocos, unida al despilfarro de la alta nobleza no podía permanecer mucho tiempo y, en definitiva, fue el detonante de la Revolución Francesa.



La sublevación de las colonias inglesas en Norteamérica, que dio origen más tarde a la Independencia de los Estados Unidos, se generó en parte importante por los gravosos impuestos que la Metrópolis cobraba a los productos de las colonias – té, azúcar, melaza – y que se comercializaban en Inglaterra. Los griegos no concebían que un hombre libre estuviera sujeto al pago de impuestos directos contra su voluntad. Aceptaban algunos impuestos indirectos. Y más tarde, como consecuencia de los conflictos bélicos, se allanaron a pagar impuestos personales.



Los historiadores afirman que la decadencia del imperio egipcio tuvo su causa en los excesivos impuestos. Narraba el conocido jurisconsulto chileno, Julio Phillipi I que: El imperio Inca se caracterizó por una «rigurosa y total organización que daba a la autoridad un control absoluto y total sobre los ciudadanos». Tenían un sistema de impuesto proporcional y la autoridad se preocupó que el impuesto resultara en lo posible justo. Parece que lo era en gran medida, pues se recaudaba a través de cierta distribución de las tierras.



La estructura de la propiedad de la tierra atendía simultáneamente los impuestos del inca, los gastos del culto, el socorro a las viudas y huérfanos y la subsistencia del propietario y su familia. Pero, en otras actividades productivas había impuestos variados, recaudados muy estrictamente con una vigilancia absoluta, mucho más perfecta de lo que nosotros conocemos como leyes tributarias y como temible poderío de las autoridades tributarias.



Lo simpático de esta historia es que se ha descubierto que en tribus muy pobres, situadas en los límites de la selva amazónica, fueron gravados con un impuesto… en pulgas. Los súbditos estaban obligados periódicamente a entregar al inca un número determinado de cachos de cuernos conteniendo gran cantidad de esos molestos insectos. La razón del inca era muy sabia, pues además de mantener el principio de que «todos tributan a medida de sus fuerzas, al mismo tiempo el Inca contribuía a la sanidad de sus súbditos… despulgándolos». (Charla de Julio Phillipi I en 1984, Facultad de Derecho U. De Chile).

La historia de Chile también tiene cosas interesantes que contar. A partir de la Guerra del Pacífico surgió el auge de la industria del salitre, explotado mayormente por firmas inglesas.( John North, Casa Gibbs, etc). Los ingresos que recibía el Estado chileno de estas firmas, a título de impuesto a las exportaciones, equivalían al 35% del valor de la producción. Esos ingresos permitieron al gobierno embarcarse en un ambicioso programa de obras públicas.



La bonanza se estimó tan voluminosa que en 1889, el Presidente Balmaceda propuso la abolición del impuesto a la renta establecido en 1879 y el impuesto a la herencia introducido en 1878. Y prefirió contar como ingresos los derechos de aduana y el monopolio estatal del tabaco.



Cuando estalló en Chile la guerra civil de 1891, los impuestos nacionales sobre bienes y rentas estaban prácticamente suprimidos. Hacia 1880, básicamente los impuestos que regían era el agrícola, el de herencias y donaciones, la alcabala, el impuesto sobre haberes mobiliarios y el que gravaba los sueldos de los empleados y las patentes.



La mayor parte de ellos se fueron suprimiendo con el tiempo. El impuesto sobre los sueldos se suprimió en 1884, el alcabala se derogó en 1888, la contribución de herencia y donaciones sufrió la misma suerte en 1890. También quedó suprimida las patentes para la maquinaria agrícola e industrial.



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Jorge de la Barra, secretario de la Facultad de Derecho de la Universidad Central.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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