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El secreto de Heath Ledger


Más que por su condición de actor importante, más que por la edad de 28 años, más que por la circunstancia de ser encontrado solitario sin vida en la cama de su cuarto, la muerte de Heath Ledger, el actor australiano que encarna al inolvidable Ennis del Mar en Brokeback Mountain (Secreto en la Montaña), estremece si se agudiza la comprensión, aunque sin hacerla eterna.



La persona iconoclasta y reservada a la vez, a pesar de la inundación de oportunidades y recompensas, pasaba a segundo plano en una muerte inesperada para uno, probablemente menos para él.



Pero allí está el problema o el secreto. ¿Qué tanta recompensa y a qué costo? Lo que sabemos es siempre la punta del iceberg. Como lo coloca el legendario Tarzie Vitachi: «El tema es siempre otra cosa».



No es la huída de otro joven aguijoneado por algo que creemos saber. En muchos casos, la obligada «inanición mental» para poder sobrevivir, es la que impide muchas veces indagar en este tipo de muertes.



En una entrevista elaborada por David Lipsky, en un Rolling Stone del 23 del marzo de 2006, Ledger revela a medias su carácter frugal enfrentando los sortilegios de la rentabilidad del progreso, pero que genera maltrato y mucha incertidumbre. «Es una gran estrella, pero no está feliz», era el encabezamiento. En general, se sabe poco lo que sucede en la vida interior de esos actores o actrices a los que Ang Lee se refiere como aquellos que anclan el filme, los que sustentan la inversión en la imagen que proyectan.



En la portada de ese Rolling Stone aparece una foto de Ledger mostrando en su antebrazo un pequeño tatuaje que lee «Old Man River», el título de una canción de una comedia musical popularizada por Paul Robeson, un actor y cantante afroamericano del siglo pasado, perseguido por denunciar la discriminación racial y, por qué no, por ser también comunista.



El tatuaje no es accidental. La canción dice «Ese hombre debe saber algo, no dice nada». Se lo había escrito en el brazo su futura esposa de quién decía Ledger: «Estoy enamorado de la mujer más hermosa del mundo». Dos años después, cuando moría, no estaba ella, y el tatuaje podría haber desaparecido.



Lipsky extrae ideas que suenan como alaridos reflejando la violenta relación de un ser -convertido en herramienta- con un engranaje comercial mediático. Ledger: «A uno lo exponen como una botella de Coca Cola, a sabiendas de que es una mierda», «se pretende perfección, siendo que la única perfección (en la actuación) está en los films porno, porque allí se fornica de verdad.» Insistía en el poder formado al instalar una creencia a través del medio. «Hay que ver cómo existe ese poder de hacer creer. Yo no creo en Jesús, pero creo en mi actuación y sí se puede entender que el poder de una creencia es uno de los grandes instrumentos de nuestra era, y que, gran parte de una buena actuación proviene de ella». Es reencontrarse con el clasicismo griego.



Mientras se estudian las causas de su muerte, se enmarcará el hecho a partir del nihilismo o con la pirotecnia filosófica de los fogoneros del bienestar occidental. La incongruencia de esta muerte servirá para encubrir el ego expandido como un barril de pólvora, que enquista su opulencia en ese progreso que subsume vidas humanas, sin que se sepa con qué profundidad y el por qué.



Por eso impacta la exhibición el mismo día en un tabloide en Chile de las imágenes de su magra figura frente a la majestuosidad rebosante -y de simpáticas barrigas- del senador Fernando Flores y el cineasta Francis Ford Coppola caminando por el «templo» del combate a la pobreza en Chile: el Congreso. Todo un hallazgo por el contraste. Muerte y vida. Fatalidad y progreso.



El personaje se lo lleva todo, incluyendo aquello de lo que no nos damos cuenta. Es el secreto. Es Heath Ledger encarnando su rol definitivo, Ennis Del Mar, haciendo vivir un film extraordinario.



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J. F. Cole es escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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