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Por una relación vecinal sensata


Demasiado escándalo ha hecho la elite nacional por la demanda, que hace una semana, el gobierno del Perú presentó ante la Corte Internacional de Justicia para dirimir el límite marítimo con Chile.



Amparado en una resonante acogida de los medios de comunicación, han primado las voces altisonantes, los desubicados de siempre y por supuesto todo tipo de escenificación que nos muestre con una férrea unidad nacional, ante lo que se considera un agravio para los derechos chilenos.



Lamentablemente, el comentario fácil y la farándula de opiniones, no han dejado ver los temas más de fondo y el peso de las herencias mal llevadas, así como la acción prepotente en el terreno internacional.



Nuestras complejas relaciones vecinales en la frontera norte, son un legado muy pesado de una elite conservadora y nacionalista, que nunca quiso hacerse cargo de las causas y consecuencias de la Guerra del Salitre, y particularmente de la errática forma de poner término a un conflicto, que no cesa por un mero acto jurídico impuesto desde la fuerza del vencedor. Pensar que éste termina al momento de la firma de un Tratado, es no entender nada de los efectos sociales y culturales que se desatan en un conflicto mayor, más aún si de por medio está la pérdida de territorios que históricamente se consideraron pertenecientes a un estado-nación.



Por eso, todavía me resulta contradictorio, el intenso alegato nacionalista chileno, que se fundamenta en la defensa del «territorio nacional», ese mismo que hace cien años pertenecía a otro estado, y que fue asumido en una guerra de conquista como botín y compulsivamente «chilenizado» a través del uso del terror de guardias blancas, amparado por instituciones estatales y el siempre presente interés económico privado.



A propósito de la próxima celebración del bicentenario, honroso sería para Chile asumir sus responsabilidades institucionales, tanto los cometidos durante la ocupación del Perú, así como en los años inmediatamente posteriores a la guerra, en la zona que seguía en disputa. Y por favor que no se nos argumente que ese tipo de aberraciones ocurren en todas las guerras, porque esa explicación solo agrava la falta. Un ejemplo a seguir ha sido el reciente gesto de la devolución de los tesoros bibliográficos que pertenecían a Lima, y que por un siglo fue constantemente negado por las autoridades de nuestro país.



Pero hay otros dos aspectos que también deben sopesarse con cierta perspectiva, y que también están a la base de la comprensión de estos litigios.



Por una parte, el derecho que la cabe a un Estado de usar los instrumentos legales internacionales para reclamar lo que considera legítimo, si no ve en la contraparte la disposición para buscar una solución compartida. Una cuestión básica de la teoría de los conflictos, tiene que ver con la concurrencia de un tercero excluido ante la intransigencia de las partes. Justamente para esto la humanidad democrática ha dado pasos sustanciales en la organización de instrumentos jurídicos e instancias internacionales, de la cuales Chile y Perú son partes.



Deberíamos saludar, que a pesar de visiones tan dispares sobre el límite marítimo, se decidiera recurrir a una forma pacífica y amparada en el Derecho para resolver el litigio, lo que nos habla de un tipo de relación vecinal que intenta conjugar en forma equilibrada el amparo en la soberanía nacional y la cooperación vecinal.



En este sentido, Chile debiera aparecer más complacido por esta vía de solución del conflicto, entre otras cosas porque todos sabemos que estas instancias tienen un largo discurrir para llegar a decisiones finales, lo que significa desarrollar un tiempo pro activo de relaciones vecinales, que atenúe la lógica de la confrontación, y releve la de cooperación bilateral y la posibilidad de compromisos mutuos frente a desafíos comunes.



Insisto en cuanto a que esta señal de solucionar en Derecho, es un signo inequívoco en la búsqueda de mejores relaciones vecinales. Ya no tiene cabida el amedrentamiento ni el chantaje belicista.



Por otra parte es fundamental que, desde Chile, exista una comprensión más sensata y de perspectiva estratégica sobre la relación que tenemos con nuestros vecinos. En parte, somos ampliamente responsables de haber tenido durante las últimas décadas una relación basada en la prepotencia, la soberbia, el ensimismamiento, y un total desdén por lo que ocurría con nuestros vecinos. Hoy estamos cosechando una larga siembra de menosprecio por nuestro «barrio», el que llegó a un paroxismo con el gobierno de Ricardo Lagos, que nos hizo sentir que aspirábamos solo a entendernos «en las grandes ligas» y la enorme incomodidad que nos significaba habitar en este contexto sub regional, al que calificábamos de inestable y populista.



No fuimos capaces de darnos cuenta como seguíamos sembrando odiosidad ante los peruanos con profundas acciones erráticas, que iban desde lo institucional hasta lo cultural. ¿Acaso ya nos olvidamos de los exabruptos de Ricardo Lagos frente a los grafiteros de El Cuzco, la venta de armas del gobierno chileno a Ecuador, del video atentatorio de LAN, de la coima de Luksic en el caso de Luchetti y todo el desparpajo mediático de las inversiones chilenas en Perú? ¿Acaso no nos parece relevante la percepción de amenaza que pueden tener los peruanos ante descomunal concentración de fuerzas militares en la frontera con ellos, tanto en cantidad como calidad?.



Son cuestiones que debieran estar en nuestra reflexión, particularmente porque creo que tenemos una responsabilidad mayor en generar las mejores condiciones para una relación vecinal basada en la transparencia y cooperación, a partir de haber sido el sujeto triunfante y el que impuso sus términos al cabo de una guerra.



En Chile se hizo famosa una frase que decía con que había que dejar que las instituciones funcionen. Si siempre nos hemos sentido apegados al derecho, tanto a nivel interno como en lo internacional, hoy es una buena oportunidad de ratificarlo.



Pero quisiera insistir en que pareciéndome una decisión correcta llevar este litigio a una Corte Internacional para una resolución en derecho, el tema de una relación vecinal para toda la vida seguirá siendo político, y para ese caso se requerirá más sensatez que sentimiento.



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Carlos Gutiérrez P. Director del Centro de Estudios Estratégicos

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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