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Cooperación regional, indispensable en la globalización 2.0


La globalización 1.0, bajo la égida de Estados Unidos, duró poco. La administración Bush le puso fin al aislar a su país, una curiosa reacción ante un enemigo cavernario, en el sentido textual de la palabra.



Ello no hizo desaparecer la mundialización, si la definimos como una interdependencia creciente. Le dio una nueva estructura, 2.0, que no solamente es multipolar, también es de múltiples civilizaciones, con alcance continental y poder similar. Así, se terminó el monopolio occidental de la historia y comienza a dar sus primeros y tambaleantes pasos un mundo más diverso y posimperial.



En la globalización 1.0 se supuso que había una sola hiperpotencia en un mundo plano, que quería imitarla, en el cual había rincones para todos, grandes y chicos, siempre que se sujetaran a las reglas. La sanción era la marginación.



Ese orden, que era consecuencia del fin de la historia fue, sin embargo, más bien mitológico. Las ingerencias humanitarias crearon más problemas que soluciones; descubrimos que los capitalismos eran múltiples, p.ej., el anglosajón y el renano; en Asia, el modelo desarrollista era Singapur, no Estados Unidos; Malasia se declaró en rebeldía del Fondo Monetario Internacional y fue el primer país que salió de la crisis asiática; China se fijó como metas una sociedad armoniosa y un ascenso pacífico y tuvo un crecimiento exponencial, etc. Solamente en América Latina fue hegemónico el consenso de Washington.



En el centro de la globalización 2.0, en cambio, hay más participantes, aunque en distintos escalones. Son países como Estados Unidos, Japón, China, India, Brasil y Rusia, la Unión Europea, la Asociación de Países del Asia Sudoriental, la Organización de los Países Exportadores de Petróleo, todos ellos de dimensiones continentales o similares. El resto se sienta en la mesa del pellejo.



A ello se suman una serie de cambios sorprendentes. Los términos de intercambio se invierten en favor de los productos primarios. Los Fondos de Riqueza Soberana (estatales) de los países petroleros árabes, Singapur, Rusia, China, etc. acumulan grandes cantidades de capital, que se comienzan a invertir en el mundo entero, una reestatización en beneficio de gobiernos extranjeros, para muchos, no confiables.



El dólar se desvaloriza, los mercados bursátiles internacionales entran en crisis y el epicentro no son irresponsables países en desarrollo, sino los excesos de Wall Street. Y el Fondo Monetario Internacional por primera vez da un apoyo entusiasta a un paquete de estímulo económico keynesiano, curiosamente de la muy monetarista administración Bush.



De ello, algunos deducen que en esta crisis habrá un desacoplamiento del resto del mundo respecto de EEUU, lo que es una exageración. La economía norteamericana y en especial su mercado bursátil todavía son muy importantes a nivel mundial.



Por cierto que estamos mejor preparados para resistir, aprendimos la lección, tenemos un menor endeudamiento y un mayor ahorro que en el pasado. Y el tsunami nos afectará en mayor o menor grado según sea la intensidad de nuestras relaciones económicas y financieras con EE.UU. Así, p.ej., más a México, Corea del Sur y Japón, que a China, la India y Rusia.



En nuestro país parece seguir imperando Ä„Good-bye, Latin America!, una consigna de la dictadura. La única personalidad pública que ha expuesto ideas para enfrentar ese nuevo contexto es Ricardo Lagos, ahora «retirado» a la actividad internacional.



A fines del año pasado dijo en Lima que, al ser Perú, Bolivia y Chile países exportadores de minerales, deberían unir fuerzas para aumentar su poder de negociación e influencia. Pretender sentarnos solos en la mesa de continentes es por supuesto absurdo.
Recientemente publicó en el Clarín de Buenos Aires una columna que lleva por título «Podemos resistir la crisis de los mercados. América latina debe hacer consultas entre los gobiernos para llegar a un diagnóstico común y decidir cómo actuar». Nos recuerda el gran fracaso regional cuando durante la depresión de 1930 esperamos que la teoría económica en boga funcionara, y corrigiera los desequilibrios, lo que no ocurrió.



Propone que sigamos el camino de Europa, Asia y los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que enfrentan la crisis con impronta propia, previa coordinación regional, «otra forma de pensar la integración». Y, concluye, «se trata, ni más ni menos, de ser capaces de avanzar hacia una mayor independencia económica».



Es de esperar que tan prudentes palabras no caigan en el vacío de nuestra política tan provinciana y con modelos considerados tecnocráticos, pero que no tienen comprobación empírica.



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Iván Auger es consultor internacional

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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