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San Clítoris


Tras la muerte repentina, de en una clínica privada en el sur de Egipto de una chica de apenas 14 años, mientras se sometía a la llamada ablación del clítoris, o la extirpación radical del pequeño botoncito del placer, para hablar (entre nosotros) en términos más románticos y decimonónicos, la autoridad de ese país ha prohibido definitiva y terminantemente esta vieja y aberrante práctica.



La ablación, eufemísticamente llamada también circuncisión femenina, se practica aún en casi todo el mundo árabe, sin distingo entre musulmanes y cristianos. Las autoridades religiosas egipcias, bajo la ya por completo irresistible presión política de la autoridad civil, han pasado, sin tomar aliento, de exigir la ablación como una obligación ineludible, a considerarla un pecado mortal. Esto cuando menos de los labios para afuera.



Los egipcios se jactan de que, a diferencia de otros países de la región, allí la ablación es una técnica quirúrgica que se realiza en más de un 70% en quirófanos, en sólo 10 minutos, por el módico precio de 7 euros. Con sus batas blancas y sus extremas medidas higiénicas, los facultativos de la nación de la esfinge habían logrado rodear a esta horrenda mutilación de un cierto halo de legitimidad científica. Hecho ampliamente denunciado por organizaciones de defensa de la mujer en todo el mundo.



Es sabido que la ablación se practica también en los países de Occidente donde habitan colonias de origen oriental. Y que existen clínicas para ello en Londres, París, Roma, Nueva York, Montreal.



Nos preguntamos ¿qué ocurre con el 30% restante de las ablaciones en Egipto? ¿son ejecutadas por cualquier matarife premunido de una hoja de afeitar? No queremos imaginar los riesgos inmediatos que esto conlleva, sin hablar de lo que significa para la sexualidad de la mujer en su edad adulta.



Hoy Egipto santifica este complejo tramado de terminaciones nerviosas.



Ese delicioso altarcito del placer y del goce. Le da un estatus de beatitud. Aunque está claro que nada garantiza que en un pueblo tan diverso, y en algunos aspectos tan primitivo, no siga prevaleciendo esta tradición que espanta y horroriza a las conciencias civilizadas, tan aptas para aceptar otras horripilancias y tan melindrosa cuando se trata de aquel minúsculo «pene atrofiado» que las mujeres ocultan entre sus labios menores.



Sin duda es un gran paso que musulmanes y coptos en Egipto condenen la amputación del clítoris. Se trata de un órgano sagrado que sólo pueblos muy atorados de corán y de arena pueden considerar pecaminoso.



Pero bueno, en las aldeas y montañas de Arabia cualquier cosa puede suceder a la sombra de sus mezquitas. Eso ya es un misterio que nadie, ni el presidente ni los líderes máximos de las iglesias, podrán desentrañar jamás.



* Antonio Gil es escritor y periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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