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Dinosaurios y profetas


Que la tierra tiene apenas 6.000 años de edad, que el mundo fue creado en exactamente siete días con sus noches, y que los hombres de las cavernas y los dinosaurios convivían juntos, como en las historietas de los Picapiedra, son creencias que no deberían quitarle el sueño a ningún científico de un país como Estados Unidos, que tiene la cota más alta de premios Nóbel en Biología, Química y Física. Si no fuera por el creacionismo.



Esta corriente religiosa pertenece al credo oficial de multitud de iglesias sureñas, en el extenso territorio llamado «el cinturón bíblico», y hay una pugna para que sea materia de enseñanza en las aulas en muchos estados, lo que hace que la comunidad científica ponga el grito al cielo: «tampoco enseñamos la astrología como alternativa a la astronomía, o la brujería como alternativa a la medicina», dice el doctor Francisco Ayala, profesor de ciencias biológicas en la Universidad de California.



Pero, además, no se trata de teorías extravagantes salidas de la nada social, a como salió el mundo de la nada física según los creacionistas; 47% de los ciudadanos, según las encuestas, creen que realmente ocurrió así con el nacimiento del mundo, algo que comparte el propio presidente Bush; del otro lado, quienes creen que los seres humanos son el resultado de la evolución en un proceso de millones de años, según fue establecido por Darwin desde el siglo diecinueve, gana por una escasa mayoría.



Por si fuera poco, uno de los abanderados religiosos del creacionismo, el pastor bautista Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas, disputa en las elecciones primarias la candidatura a la presidencia por el partido Republicano, lo que ha vuelto a abrir el debate sobre la influencia que las convicciones religiosas de un presidente de Estados Unidos pueden tener sobre la enseñanza pública, y el desarrollo de las investigaciones científicas; ya se ha visto como Bush se ha opuesto tajantemente a asignar fondos federales a los experimentos para la clonación de embriones humanos, aunque sea con propósitos médicos, lo que amenaza con dejar a Estados Unidos a la zaga de la vanguardia tecnológica.



El fundamentalismo religioso, con todas sus consecuencias políticas, está más presente que nunca esta vez en el debate electoral. En el mismo espectro de Huckabee, pero con matices propios, y a veces contradictorios, se halla el ex gobernador de Massachussets, Mitt Romney, que pertenece a la iglesia mormona igual que sus ancestros, y de la que ha sido obispo. Al contrario de los bautistas, que forman congregaciones muy extendidas, los mormones no representan sino al 1.9% de la población creyente de Estados Unidos. El propio Huckabee y sus partidarios les niegan la condición de cristianos y los acusan de proclamar que Jesús y Lucifer son hermanos, y de rechazar la cruz como símbolo.



Las elecciones en Estados Unidos ya se sabe que son un asunto mundial. Y mientras los bautistas se han extendido por todo el planeta, los mormones solo tienen una presencia exigua, de modo que un presidente mormón vendría a ser una verdadera novedad, el único credo que no llegó a los Estados Unidos desde Europa con los inmigrantes, sino que tuvo su origen en el año de 1830, en su propio territorio.



Su fundador, Joseph Smith, anunció que había recibido del ángel Moroni el Libro Mormón escrito en lengua egipcia sobre planchas de oro, una suerte de nuevo testamento en el que se establece que Jesús volvió a nacer en el continente americano, al que sus habitantes originarios habían llegado desde Israel por mar, apenas seiscientos años antes del nacimiento de Cristo. Establecieron una civilización floreciente, luego desaparecida, pues sabían fundir el acero para fabricar espadas y ruedas, y criaban caballos, vacas, corderos, y cabras, y no sólo aves de corral, sino también cisnes, y por si no bastara, elefantes.



Y para empeorar las cosas, del Libro Mormón no quedaron rastros, pues el profeta Smith tuvo que devolverlo al ángel Moroni una vez leído. En sus láminas de oro constaba también que los negros no podían llegar a ser sacerdotes mormones, porque su piel se oscureció por causa de su desobediencia a Dios. Parte de su credo ha sido también la poligamia, y el bautismo de los muertos, razón esta última por la que exploran por todo el mundo los registros civiles y parroquiales, para inscribir a todo los difuntos en frondosos árboles genealógicos que pretenden ser totales.



La condición de profeta fue heredada por John Smith a todos sus sucesores, que reciben revelaciones divinas, y gobiernan de por vida su iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días asistidos por un consejo de doce apóstoles; y aunque reducidos en número en cuanto a fieles, su influencia política ha sido importante en las administraciones republicanas, y tienen, además, desde su sede pontificia en Salk Laike City, poderío económico y presencia en las grandes corporaciones. Romney, millonario él mismo, abrió su campaña con un aporte personal de 17 millones de dólares.



Aunque Huckabee el bautista se identifica como un «conservador social», su discurso es idéntico al de Romney el mormón, en cuanto a las políticas radicales en contra de la inmigración hispana, empezando por su oposición a la amnistía a los ilegales, y comparten el respaldo a la presencia militar en Iraq y la hostilidad con Irán, que representa para ambos «el terrorismo atómico»; rechazan el aborto, las uniones entre homosexuales, y el tratado de control de emisiones de gases de Kyoto; y apoyan la pena de muerte y la existencia del campo de prisioneros de Guantánamo, adhesiones de las que el otro candidato republicano, el senador John McCain, se aleja con prudencia.



Como se ve, en este paisaje compartido por el pastor creacionista y el obispo mormón, se juntan los dinosaurios con los profetas.



*Sergio Ramírez es escritor nicaragüense. Fue vicepresidente del gobierno sandinista (1984-1990)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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