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Cuba: autorizados para consumir


Hasta ahora Raúl Castro lleva más de dos meses como nuevo presidente y primer ministro de los consejos de estado de Cuba, aparte de otros poderes. En su discurso como nuevo presidente el 29 de febrero, dijo que habría pronto unas «autorizaciones» necesarias en el país. Sin duda en todo régimen dictatorial la palabra «autorizar» depende no de un consenso democrático sino más bien de lo que decida la cúpula del poder.



Y comenzó con las autorizaciones en este orden: se puede comprar ahora libremente computadores, aparatos de DVD, teléfonos celulares, ollas eléctricas para cocinar arroz, alojarse en un hotel, lo que por años había estado prohibido para los cubanos pues sólo los turistas tenían el privilegio de gozar esas comodidades. Pero lo más contradictorio, y surreal, es que todas esas «autorizaciones» se deben pagar no en pesos cubanos sino en moneda convertible (euros o dólares). Un cubano gana en pesos el equivalente a 13 dólares al mes, un cuarto de hotel de los más baratos cuesta 50 dólares. Si desea comprar una olla en 30 dólares, el cubano común debe cambiar su salario que es en pesos a moneda convertible (similar al euro o el dólar).



O sea que para dormir sólo una noche en un hotel que cuesta desde 50 dólares, el cubano común debe trabajar tres meses (y se puede aplicar la misma formula a las «autorizaciones» arriba señaladas). Pero aquellas autorizaciones lo que hacen es mantener un apartheid social-económico entre la población cubana. Una brecha que claramente es entre los que no tienen y los que tienen, crítica que es común hacérsela a los países capitalistas.



Con estas autorizaciones está apareciendo otro asunto nuevo que estaba escondido. Hay ya una elite de cubanos que están sacando dólares o euros – literalmente- desde debajo del colchón. Este «colchón», o lugar secreto de la casa, ha cumplido la función de «banco o cuenta de ahorros» porque en Cuba el sistema bancario no funciona como en el mundo de economía de mercado. Con 13 dólares al mes nadie es capaz de ahorrar nada pues con esa cantidad, unida a la escuálida libreta de abastecimiento que le da el gobierno, no se satisfacen ni las necesidades alimenticias elementales ni menos el consumo mínimo como son los objetos personales necesarios (zapatos, vestuario, objetos de aseo personal, entre otros).



Con las nuevas autorizaciones está apareciendo gente que comienzan a comprar computadores, DVD, celulares, ollas para cocinar arroz, alojarse en un hotel. Como si de repente, por las «autorizaciones», comenzaron a sacar ese dinero guardado bajo el colchón y a gastarlo en consumir. ¿Pero quién es esa gente, esa casta de privilegiados en Cuba? Por un lado, los que reciben remesas de familiares desde el extranjero, y una elite que clandestinamente ha estado en el mercado negro junto una cierta burocracia gubernamental corrompida que también ha podido «ahorrar bajo el colchón».



No hay otra explicación en un país donde no existe ahorro personal porque es imposible hacerlo. Con las «autorizaciones» se destapa oficialmente un sistema de prohibiciones en la sociedad cubana que nunca los medios oficiales reconocían ni querían hablar pero que la gente común lo vivía pero no ha podido ni criticarlo abiertamente ni menos exigir soluciones económicas reales.



Lo de las autorizaciones recientes en Cuba es como darle a la gente de la noche a la mañana -que ha vivido casi una vida feudal- un celular, un DVD, un computador, una olla eléctrica para cocinar. Gente que ha estado oyendo por 50 años que esas cosas son habituales «al otro lado del mundo» pero que aún en el siglo XXI en Cuba nunca las han tenido. Consumo necesario sin duda porque nadie en estos momentos quiere cocinar arroz en un tarro de lata y ponerlo sobre una fogata de leña. O privarse de tanta película o documental que necesitamos para entretenernos e informarnos.



Pero si a esa sociedad cerrada se le «permite» sorpresivamente comprar un celular en este siglo XXI resulta surreal, porque aún no se solucionan otros asuntos más importantes. Es decir, la producción de bienes de consumo por un gobierno que no se identifica con el mercado competitivo. O sea, negarle a la gente la libertad para producir independientemente lo que se les ocurra y comerciarlo con quien quiera y donde quieran.



Mucho ha hablado la revolución cubana -y los socialistas marxistas- de cómo las «sociedades de consumo alienan a la gente», pero la cúpula del Partido Comunista lo primero que ahora autoriza es ese «alienante» agente como puede serlo un DVD. Pues un DVD servirá para acceder a documentales, películas prohibidas con «comerciales alienadores» o CDs clandestinos donde entonces el pueblo cubano «verá cómo es el mundo capitalista-imperialista fuera de Cuba». Y fue el propio presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón, quien les dijo aquello a los muchachos de la Universidad de Ciencias Informáticas en febrero de 2008. Claramente les sugirió que era mejor «no salir de la isla pues fuera de ella el mundo era perverso» y por tanto era mejor quedarse en el utópico lugar llamado Cuba.



Cuba autoriza ahora -con el nuevo presidente- medidas confusas y contradictorias. Pero también envía un mensaje igualmente contradictorio para la «izquierda» que vive fuera del país y solidariza con el gobierno cubano, pues ahora (esa izquierda) debe tener un cortocircuito con aquellas «autorizaciones». Fue el intelectual francés y director de «Le Monde Diplomatique», Ignacio Ramonet, quien le señaló a Fidel Castro y al Consejo de Estado en una conocida conferencia, publicada luego en Cuba misma, que los medios masivos occidentales eran malignos porque alienaban sutilmente a la gente.**



Me imagino que Ramonet quizás esté también confundido con su teoría que él sugirió en Cuba y Fidel la adoptó al pie de la letra sobre «los medios masivos alienantes». Pues ahora Raúl Castro parece no hacerle caso con sus recientes «autorizaciones» donde se puede comprar aparatos DVD, computadores, celulares, y permitir el «deseo consumista» de tener ollas eléctricas para hacer arroz más rápido. O «gozar como un burgués» en un hotel que antes era privilegio absoluto de los turistas extranjeros. Pero el apartheid está en que todo hay que consumirlo en moneda extranjera y no en pesos cubano.



*Javier Campos es poeta, narrador y columnista.





** Ignacio Ramonet, «Un delicioso despotismo» (Conferencia impartida en el teatro «Karl Marx», La Habana, ante Fidel Castro y máximas autoridades, 10 de febrero de 2002, publicado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Cuba.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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