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Obama, más que un fenómeno


En algo parece haber acuerdo transversal respecto a las elecciones en Estados Unidos: o que venga después de George W. Bush, será mejor. Ahora la pregunta es quién, Obama o McCain. Y si bien ambos tienen buenas razones para ser elegidos, el candidato demócrata representa hoy la mejor opción, precedido de un fenómeno que no es sólo electoral, sino más bien político e incluso social.



Obama ha venido a imponer un proyecto político que es, ante todo, épico. Frente a eso, las buenas razones o la sola fortaleza financiera no son suficientes. En las sociedades contemporáneas, la política de las emociones se impone, y Obama es su mejor ejemplo.



Ya está repetido, pero es cierto: la actual campaña presidencial norteamericana se ha convertido en un hito histórico, y eso que está recién empezando. El factor central de este hecho se llama Obama. La explicación más coreada hasta ahora para describir su triunfo ante Clinton, aparte de una innovadora campaña y un lúcido mensaje de esperanza y cambio, ha sido su carisma y aura de líder inspirador. Pero es mucho más profundo que esto.



Las primarias han logrado rescatar anímicamente al bajoneado Estados Unidos, producto de la guerra en Irak y de la frágil situación económica actual. En ese contexto, ha sido clave su capacidad de revitalizar la alicaída política estadounidense como un lugar legitimo para soñar el futuro. Frente a los cínicos y desafectos de la política, tanto en su país como en el resto del mundo, el candidato demócrata ha venido a imponer una revolución que es por sobre todo simbólica. El liderazgo de Obama es emocional y sistémico, pues vuelve a demostrar que al inyectarle épica a los desafíos públicos, la confianza de los ciudadanos puede volver a los políticos y especialmente, a la democracia y sus instituciones.



Pero la emocionalidad de Obama está acompañada de buenos argumentos. Un ejemplo de ello es su visión de política exterior. La postura que ha asumido acerca de la guerra en Irak y las relaciones exteriores de Estados Unidos con sus pares, representa un elemento diferenciador medular. Este ha impuesto en su discurso la primacía de la diplomacia por sobre la fuerza militar. Por su parte, McCain es un férreo defensor de la invasión a Irak y quiere que EE.UU. mantenga «una fuerza de pacificación» de forma indefinida. Obama, quien se opuso a la guerra, hoy propone una retirada en 16 meses. El mensaje es sencillo: Obama es paz, McCain es guerra.



Otro ejemplo es la libertad de acción de Obama como potencial presidente. La utilización de nuevas tecnologías en su campaña no sólo ha sido un golpe a la cátedra en materia de movilización de bases, especialmente entre los jóvenes. Los responsables del ‘Yes, we can’ han generado un sistema de donaciones que evitará que Obama sea cooptado por los grandes grupos corporativos y lobbystas en el caso que llegue a Washington. Un sólo dato: el 94% de su financiamiento corresponde a donaciones de menos de U$200. ¿El mensaje? Obama es independiente, McCain no.
Los ejemplos abundan y apuntan a lo mismo: Obama es más que un fenómeno y su relato no es sólo marketing y retórica. La narrativa de Obama es, en el fondo, el corazón mismo de su proyecto. Y para vencer a esa arma, claro está, se necesitará más que buena racionalidad y política tradicional.
Sino, pregúntenle a Hillary.



*Hernán Larraín M. es abogado, Master en Políticas Públicas de LSE.





Tres razones para votar por John McCain, Por José Manuel Edwards

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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