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Paz y Ciudad: que la luz ilumine por igual

Los estratos altos, que cuentan con 20 m2 per cápita de espacio público, hacen su vida social en el cine, en el restaurante o en sus hogares. En cambio, los grupos de escasos recursos se encuentran en el templo, en la cancha de fútbol, o en el espacio público y, pesar de lo anterior tienen sólo 2m2 por persona, contando las áreas verdes que más bien debería denominarse «áreas café», por sólo ser una superficie de polvo que en algún mapa figura como área verde. O sea, no hay encuentro entre ofert


Por Ximena Abogabir*



La ciudad es el laboratorio por excelencia para que personas con distintas visiones, culturas, roles e intereses aprendan a convivir en armonía. De individuos viviendo juntos y que se enriquecen a partir de las diferencias, hemos derivado al individualismo, es decir un conjunto de personas más preocupadas por el bienestar privado -la familia, el trabajo, la educación- que por lo público y el bien común. En esta ola de cambio han desaparecido manifestaciones solidarias de antaño, como las ollas comunes, las redes de apoyo vecinal.



A esta dificultad se agrega que Chile es uno de los países más desconfiados de América Latina, lo que intensifica el repliegue al interior de la familia. Si asumimos que el concepto de familia también está cambiando en todo el mundo, con preeminencia de hogares monoparentales, no es de extrañar que una reciente encuesta indique que los chilenos reconocemos el menor nivel de felicidad del continente.



Al analizar la raíz de tantos males, los investigadores descubren que la violencia está íntimamente relacionada con la desigualdad y que la ciudad es sólo un espejo de lo anterior. Si asumimos que Peñalolén en la Región Metropolitana es una especie de laboratorio de comunidad heterogénea, la calle Los Presidentes es su caso emblemático: su extremo oriente no sólo tiene casas de alto valor, sino espacios públicos e infraestructura dignos de país desarrollado. Su extremo poniente, en cambio, tiene vivienda, infraestructura y paisaje característico de extrema pobreza. Por cierto, esta situación no puede menos que generar temor en los de arriba, que se suplen con perros, guardias, rejas y alarmas- y resentimiento y frustración en los de abajo, que se expresa destruyendo el escaso mobiliario urbano que ellos mismos utilizan.



En otras palabras, quienes aspiramos a vivir en una ciudad apaciguada, necesariamente tenemos que abordar la equidad, única forma de abordar la violencia que amenaza con destruir todo a su paso, ya sea a través de la delincuencia o del narcotráfico.



La ciudad que deseamos también requiere ofrecer a sus habitantes espacios de encuentro. Ello constituye uno de los mejores indicadores que reflejan la inequidad de nuestra sociedad. Los estratos altos, que cuentan con 20 m2 per cápita de espacio público, hacen su vida social en el cine, en el restaurante o en sus hogares. En cambio, los grupos de escasos recursos se encuentran en el templo, en la cancha de fútbol, o en el espacio público y, pesar de lo anterior tienen sólo 2m2 por persona, contando las áreas verdes que más bien debería denominarse «áreas café», por sólo ser una superficie de polvo que en algún mapa figura como área verde. O sea, no hay encuentro entre oferta y demanda.



Más grave aún es el concepto de equidad territorial. Especialmente la zona norponiente de la capital, por sus características geográficas así como por el consecuente menor precio de la tierra, tiende a concentrar la infraestructura sanitaria así como proyectos de inversión de alto impacto en la calidad de vida de sus habitantes. Los habitantes de Maipú, Cerro Navia, Pudahuel, Lampa y Til Til tienen potentes razones para exigir compensación al resto de los habitantes de la Región Metropolitana.





*Ximena Abogabir es Presidenta de Casa de la Paz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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