Publicidad

El verbo también se conjuga en pasado

Le concedo a un lector que desconozca la historia el derecho a dudar de la necesidad de conservar los silos y bodegas de Santiago de la ex ECA. Pero me gustaría también, para que pudiera emitir un juicio más formado, a que se interiorizara un poco de lo que representaron esas construcciones propias de un país que comenzaba a industrializarse a mediados del siglo pasado.


Por Vólker Gutiérrez*



Hace pocos días, la presidenta Michelle Bachelet colocó la primera piedra de la que será la Clínica Bicentenario, que se inaugurará en la comuna de Maipú, cómo no, en el año 2010. Una nueva obra que se agrega a la variedad de estructuras y trabajos que constituirán el regalo que se desea entregar a Chile para tan significativa conmemoración. Algo similar a lo que ocurría hacia 1910.



Los discursos y actos oficiales de estos meses, más allá de la contingencia y contextualizados por lo que hoy somos, están cargados de evocaciones y proyecciones. Recuerdos para los personajes y hechos que nos formaron como país; perspectivas de un Chile señero y pujante. Pasado y futuro. Historia y porvenir.



No puede ser de otra forma. Sin rastro, sin vestigio, sin memoria, nada se puede proyectar. Quienes tengan un conocido con el mal de Alzheimer tendrán ejemplo claro de qué hablamos. O también los que en el colegio hayan puesto algo de atención a su profesor de historia. Ahí está el valor del trabajo de quienes escarban en el pasado, de los que nos indican cómo hemos llegado a ser lo que somos.



Pero si, en paralelo, vamos destruyendo las marcas que nos permitieron construir nuestro presente, nos ocurrirá por lo menos algo similar que a los hermanos Hansel y Gretel, cuando los pájaros les comieron las migas de pan que les marcaban el sendero a casa, en medio del bosque: estaremos perdidos.



Y ya que sacamos a colación a las aves, vamos al grano.



En el pasado mes de julio, investigadores de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, tras varios años de acopio de antecedentes, recibieron una gran noticia: ganaron el Fondart con su proyecto de elaboración del expediente para declarar monumento nacional al conjunto de bodegas y silos de la ex Empresa de Comercio Agrícola (ECA), ubicados en la capitalina comuna de Quinta Normal. Ä„Bien por la revitalización de la memoria!



El lunes 4 de agosto, tres días después de recibir el cheque con el monto solicitado al concurso y, paradojalmente, mientras una de las académicas responsables del proyecto se preparaba para exponer en un seminario sobre patrimonio y ciudad, los investigadores se enteran que la casi totalidad de los más de sesenta silos de la ex ECA han sido demolidos. Ä„Mal por la negación de la memoria!



Quinta Normal es una comuna «mediterránea». No puede crecer hacia los costados. Debe hacerlo, pues, si quiere, en altura. Quinta Normal es una comuna «vieja». Fue una de las más afectadas por el terremoto de 1985, que no tuvo piedad con sus numerosas paredes de adobe. Si Quinta Normal -o el país- quiere renovarse, Ä„en hora buena! Todos necesitamos (cual más o cual menos, cual antes o cual después) re-hacernos, re-crearnos, re-vivirnos. Nadie en su sano juicio se puede oponer a tan noble, humano y necesario afán. Más, con ese mismo sano juicio, ¿podemos negar, esconder o barrer lo que, en esencia, hemos sido?



Por ahora, no vamos aquí a levantar el dedo acusador contra especulaciones de terrenos o negociados inmobiliarios. No hablaremos, por mientras, de sobrepoblación en la capital ni de saturación de la cuenca de Santiago. Tampoco haremos referencia alguna a la estética de las incontables moles habitacionales que, entre otras cosas, aún no prueban su calidad verdadera ante un sismo de proporciones, ni exhalaremos lamentos por la pérdida indiscriminada de terrenos agrícolas en la región Metropolitana. Por ahora.



A quienes nos vinculamos con el tema del patrimonio cultural, la historia o la recreación de la identidad, puestos frente a hechos como el narrado en los párrafos precedentes, nos suele acudir un dejo de preocupación y desconsuelo, cuando no de irritación. Debemos construir sobre y con nuestra identidad, no en su contra.



Le concedo a un lector que desconozca la historia el derecho a dudar de la necesidad de conservar los silos y bodegas de Santiago de la ex ECA. Pero me gustaría también, para que pudiera emitir un juicio más formado, a que se interiorizara un poco de lo que representaron esas construcciones propias de un país que comenzaba a industrializarse a mediados del siglo pasado y que, más allá de la estructura física, expresaron un modo de hacer país, una manera de enfrentar el mundo y una apuesta de futuro.



La desaparecida ECA fue responsable, desde 1940 y hasta el régimen militar, de comercializar en Chile diversos productos agrícolas que se cosechaban en nuestras tierras o en el extranjero. Para cumplir con su misión, esta empresa contaba con inmensas bodegas y silos en los que conservaba, entre otros, trigo, maíz y arroz.



Por aquel período, momento de impulso industrial de Chile, de la mano de CORFO y otras instituciones señeras, el país se aprestaba a acometer de verdad la tarea que los ingleses habían iniciado casi doscientos años antes. Entre otras necesidades, se requería mejorar la distribución y comercialización de los frutos que generaba la agricultura y, por lo mismo, había que construir bodegas capaces de contener, por ejemplo, toneladas de granos. No sólo eso. También era menester vincular a las bodegas con el mejor medio de transporte terrestre existente: los ferrocarriles.



Quien mirara la zona poniente de Santiago desde una altura mediana, podía distinguir unos cilindros de cemento que marcaban con su presencia un sector aledaño a la calle Mapocho, a escasas cuadras de la calle Matucana. Quien se acercara a ese punto, podía admirarse de la envergadura, disposición y calidad de esas estructuras, además de la febril actividad en su interior. Y, como si ello no bastara, podía observar la presencia de rieles y escuchar máquinas ferroviarias, con sus respectivos vagones, pululando entre los silos, recién llegados desde el sur y habiendo cruzado la Estación Central, o prestos a partir hacia Valparaíso tras pasar por la entonces señorial Estación Yungay. Eso fue la ECA.



Para la profesora de Arquitectura de la Universidad de Chile y responsable del proyecto ganador del Fondart, María Paz Valenzuela, los silos de Santiago de la ex ECA «representaban un testimonio de historia viva, en abandono pero no en ruinas; significaban un valor arquitectónico, expresado en su materialidad y espacialidad; y contenían un valor cultural, en tanto esas edificaciones formaban parte de un contexto, de un período, que permitía evocar».



Sin esconder su desazón, la profesora Valenzuela señala que la iniciativa que dirigía «apuntaba a iniciar acciones que le otorgaran protección definitiva al complejo de la ex ECA, el de mayor envergadura en su tipo en el país y uno de los más avanzados en el mundo, incluso con línea de ferrocarril propio».



Y si bien este proyecto se quedó sin objeto de estudio que proteger, esperamos que los discursos y obras que pretenden adornar el Bicentenario de Chile expresen una mirada de futuro que se base en el cuidado de lo loable que, con no poco esfuerzo, hemos construido durante los siglos precedentes. De lo contrario, no podremos exigir a las generaciones venideras el más mínimo respeto por lo que estamos haciendo hoy. O quizás, como expresa María Paz Valenzuela, «Â… Sólo vivamos de recuerdos, porque para ver, vivir y admirar magníficos edificios industriales reconvertidos y bullentes de actividad, será mejor pasear por Puerto Madero en el inigualable Buenos Aires».





*Vólker Gutiérrez A es periodista y Presidente de Cultura Mapocho.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias