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El atardecer del arcoiris


Por Santiago Escobar Sepúlveda



El arcoiris de la Concertación cumplió sus metas. A medias en algunas cosas, pero las cumplió. Las que quedan por hacer ya merecen un nuevo relato, y ese debiera ser el afán político de mañana.



Mientras tanto, sus miembros debieran aceptar con calma y dignidad que esa antigua nitidez se ha desgastado, y se disuelve en un espléndido atardecer político, que como todo en la vida, tiene orgullo y desazón. Con éxitos como brochazos de cielo anaranjado y nubes negras que opacan su mar color de vino porque la estabilidad y el crecimiento económico no alcanzaron para la igualdad. Con una brisa gélida que amenaza incertidumbre por lo irreductible del alma autoritaria y excluyente del país. Y un desarrollo republicano todavía incompleto como gran tarea política de futuro.



No se trata de un simple cambio de folio. Es todo un día de veinte años en la historia política del país que termina. Y ello, en mi opinión, debiera ocurrir de manera equilibrada, sin el triste espectáculo del atolondramiento político al que nos estamos acostumbrando cada día.



Hay casos banales como la escaramuza parlamentaria de otorgarse un privilegio irritante en materia de ingresos económicos, sin la mínima sensibilidad política sobre la opinión ciudadana y luego, ante la presión mediática, deshacerlo antes de veinticuatro horas.



Pero también muestras más profundas que indican que hace rato la política empezó a funcionar como un mercado persa de la improvisación, cuyo único norte es la teleacción y la obsesión del rating en las encuestas. Si está en la tele es verdad, es famoso, o tiene aprobación. Por cierto que vivir en la oposición con esa realidad es más fácil que ser gobierno. Mal que mal este debe hacer cosas mientras los otros sólo sentarse a criticar y prometer.



Ese juego lo ha banalizado todo. Y deja la impresión que Chile, pese a todos sus éxitos, sigue siendo un país profundamente subdesarrollado. Porque el abuso sigue institucionalizado y transformado en la mejor temática de los programas de TV. Cada cierto tiempo el país asiste anonadado a una especie de reality show en el cual se muestra como ciertas empresas se burlan de las leyes y esquilman a los ciudadanos.



Ello parece posible porque nuestra elite política se muestra agotada. Normalizada la democracia se ha volcado a prácticas depredatorias, y se expresa con una impronta individualista, vanidosa, caníbal y superficial, sin sentido ni proyecto de futuro.



En muchas oportunidades y en diferentes períodos ha quedado en evidencia que el juego presidencial de la popularidad y el rating sin solidaridad política con la coalición que lo sostiene mina su autoridad. Porque para una coalición que gobierna, el principal instrumento político es el éxito del propio gobierno, sobre todo para su disciplina interna.



Ello quedó definitivamente atrás y eso es un camino que no puede desandarse. Quizás si la muestra más clara de ello es que muy pocos de los éxitos gubernamentales pueden traspasarse a la coalición. Y, además, el gobierno se esfuerza por ser una buena administración independiente a nivel de sus ministerios.



Por ello la disciplina como imposición ya no sirve. Ni tampoco los programas políticos hechos sobre la base de la reforma del Estado, la profundización de los tratados de libre comercio o el desarrollo de las pymes.



La recomposición de un sentido de mañana pasa por una concepción acerca de la institucionalidad y la política, y no por la economía y la gestión. Y ello implica acuerdos sobre un programa de cambios institucionales, incluida una nueva constitución, que difícilmente puede producirse en el actual escenario, pero que es lo único que podría reencantar a la Concertación. Sin ello, y aunque lograra juntar lo votos para ganar la elección presidencial, ya está al final del día.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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