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Ni continuismo ni desalojo: transformación

Unos aferrados al poder, otros ansiosos por desalojar y jugar con las mismas reglas de juego. También hay algunos que denostan a disidentes, independientes y díscolos, no obstante teoricen sobre la libertad, la tolerancia y el curso natural de la historia.


Por Esteban Valenzuela*



Más allá de la retórica de guerrilla política, el país requiere una nueva política, otro estado de ánimo y nuevas coaliciones, que permitan una transformación hacia el desarrollo.



No nos convoca el oficialismo que en su afán de seguir en el poder, no estuvo dispuesto a sacudirse de malas prácticas, de concentrarse en la calidad de la educación, de descentralizar para dinamizar como lo planteó el propio Michel Porter hace algunas semanas en Chile, ni su pereza en apuestas microeconómicas que generen pactos por la flexiseguridad y las nuevas inversiones tecnológicas y culturales, que permitan generar empleos de calidad.



La derecha, a su vez, sigue atada a los miedos atávicos a democratizar; una vez más, negativa a la inscripción automática de los jóvenes (el proyecto al eliminar la multa convertía el voto en voluntario, como ellos pedían), temor a modificar el binominal, pavor al reconocimiento de los pueblos indígenas. Parecido a las incongruencias de la centroizquierda chilena en el poder, que es la única del mundo democrático-avanzado que no elige gobiernos regionales y metropolitanos, permitiendo que otros, con mandato popular y recursos, se preocupen de la competividad territorial, el transporte o el miedo ambiente.



En educación es un diálogo de sordos al polarizar entre educación privada y pública un debate con olor a naftalina, mientras se mantiene el status quo, y no hay voluntad de rediseñar para buscar fuertes sostenedores, innovación en el aula, y una educación para el emprendimiento, la creatividad y la solidaridad social y ambiental, como sugería en estos días el senador Flores en su blog.



Nos hemos convertido en un país de juegos de suma cero, donde no avanzan reformas significativas, hay miedo a dar poder al otro, resistencia a innovar. Unos aferrados al poder, otros ansiosos por desalojar y jugar con las mismas reglas de juego. También hay algunos que denostan a disidentes, independientes y díscolos, no obstante teoricen sobre la libertad, la tolerancia y el curso natural de la historia.



El diputado Álvaro Escobar, nos decía a un grupo de amigos de la Generación de los Ochenta, de que es hora de un «nuevo ciclo». Lo llamamos tiempo de transformación. Hay ideas y estilos concretos que encarnan esto; valorar como riqueza la diversidad, desconcentrar el poder, atreverse a ser potencia cultural en el mundo, crear redes fuertes de apoyo al emprendimiento, salir de la infraestructura como foco de la educación para concentrarnos en la educación creadora, corresponsabilidad ambiental ahora, pacto social para combinar flexibilidad laboral con mejores seguros de desempleo, sacudirse de la corrupción, elegir los intendentes y terminar con la delegación centralista decimonónica.



No hay que inventar la pólvora. El poeta Raúl Zurita escribía hace algunos años en el Desierto de Atacama: «Sin pena ni miedo». No estamos para la pena porque se hicieron tareas importantes en estas dos décadas; re-democratizar el país, restablecer la convivencia, crear redes sociales, universalizar derechos de salud, ampliar la educación. Pero ya no soportamos el miedo a hacer lo que han obrado todos los países desarrollados; orden macroeconómico con cooperación pública privada para hacer apuestas de crecimiento, Estado central moderno con fuertes autonomías regionales y locales, estabilidad en base a la inclusión y no a la exclusión, protagonismo a las nuevas generaciones.



No es primero el huevo o la gallina. Se necesita una nueva política y nuevas coaliciones, con otras agendas y renovados compromisos emocionales; el futuro más que el pasado, la solidaridad junto al emprendimiento.



Si no somos capaces de romper el actual juego de suma cero, en Chile seguirá la crispación política y la guerrilla verbal se perpetuará entre críticos y desalojadores en una tierra yerma. Otro camino es posible y hay que inventarlo.



Esteban Valenzuela es diputado por Rancagua*

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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