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Que no caiga, que no toque el suelo

Mientras sigamos en una actitud de desidia, la clase política seguirá decidiendo por nosotros a sus anchas y sin control, representando intereses corporativos y económicos que solo favorecen a unos pocos y, de vez en cuando, mostrarán que son seres comunes y corrientes jugando al fútbol. Ojalá que nuestra democracia no caiga y toque el suelo.


Por Roberto Mardones*



Que no caiga, que no toque el sueloÂ…así reza el verso del yingle del canal del fútbol que promociona el mencionado deporte y que tuvo como locación, esta vez, nuestro parlamento con algunos diputados haciendo gala de sus habilidades de dominio del balón.



Esta actitud distendida, contrasta con la situación que estamos viviendo a diario los ciudadanos comunes y corrientes que no tenemos una «dieta» o bonos para bencina, bochorno este último que dejo claro que nuestros representantes se dan franquicias que ya quisiéramos los que hemos votado por ellos. ¿Será que nuestra clase política está abstraída de la realidad? ¿A quién están representando realmente?



Hace ya aproximadamente una década que se viene presentando en nuestro país el fenómeno de la desafección política, es decir, el desinterés, la apatía o el poco involucramiento de la ciudadanía por los asuntos públicos. ¿Cuanto influye en esto la forma de operar, el rumbo que ha tomado la clase política? En un escenario de alta institucionalización y profesionalización de la política, en el cual un gran porcentaje de quienes la hacen viven de ella, los ciudadanos están percibiendo un festín, falta de transparencia y corrupción de la clase, y está optando por no participar. El punto aquí, es que dicha situación está lesionando gravemente a la democracia que tanto costó recuperar.



El último estudio realizado para Chile acerca del tema, llevado a cabo por el Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica, refrenda una constante que se viene dando desde ya hace un tiempo: el apoyo a la democracia y sus instituciones, al igual que el interés por la política va cuesta abajo en la rodada.



Esto genera al menos dos problemas. Lo primero es que, así como lo presentan los datos, estaríamos frente a un tipo de desafección no democrática, lo cual queda reflejado en que cada vez aumenta el porcentaje de población que cree que un régimen autoritario es viable o que da lo mismo el régimen, lo cual es, a lo menos, algo paradójico, ya que todavía ni siquiera se han completado dos décadas de gobierno democrático, ¿tan mal lo ha hecho la clase política? ¿nos estará pasando la cuenta el excesivo consenso y la gente no ve diferencias ni alternativas? Una segunda situación problemática, es que el retraimiento ciudadano le está cediendo el espacio de decisión a los partidos políticos sin dar la pelea, lo cual es muy favorable para los partidos: nadie los controla y nuestros representantes, básicamente, pasan a representar intereses partidistas, fortaleciendo a la clase política y el mantenimiento del status quo.



La clase política acepta peleas internas, disensos y hasta se pueden masacrar entre ellos, pero cuando se ve atacada, cuando el misil viene desde afuera, por ejemplo desde la ciudadanía, actúa corporativamente y defiende sus intereses en bloque. Lo acabamos de ver con el tema de la bencina para los integrantes del Parlamento, si los medios de comunicación no alertan acerca del tema, habría pasado «colado» (el aumento ya había sido pagado a principios de agosto). Al quedar en evidencia, algunos quisieron sacar provecho de la situación devolviendo en efectivo, otros defendieron su «derecho» y otros le quisieron restar dramatismo. Carlos Montes (PS) y Jovino Novoa (UDI) en el programa Estado Nacional de TVN dijeron que era un problema «estructural», que faltan mecanismos de «control» intraparlamentarios y estuvieron más de acuerdo que nunca en que hay que proteger la cofradía.



Bueno, nadie dijo que la democracia es perfecta, pero es necesario fortalecerla. Si la desafección a esta forma tradicional y convencional de hacer política fuera canalizada a través de una ciudadanía más proactiva, que exigiera derechos y conociera sus deberes, que se organizara y actuara colectivamente para presionar al sistema político, que permitiera realizar «accountabilty», distinta sería la historia. Mientras sigamos en una actitud de desidia, la clase política seguirá decidiendo por nosotros a sus anchas y sin control, representando intereses corporativos y económicos que solo favorecen a unos pocos y, de vez en cuando, mostrarán que son seres comunes y corrientes jugando al fútbol. Ojalá que nuestra democracia no caiga y toque el suelo.



*Roberto Mardones es cientista político, docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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