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Volviendo de Chile

Aquí probablemente se disentirá en eso de modernidad pero hay una impresión inmediata, eso diferencia a Chile hoy de América Central o Cuba por ejemplo. Cualquiera que haya estado en La Habana, Managua, El Salvador, Ciudad de Guatemala o San José, puede comprobar el positivo impacto material que produce Santiago al visitante.


Por Javier Campos*



Pasé más de una semana en Chile este agosto. Hace 4 años que físicamente no me encontraba con mi país de origen. En estos años he viajado casi por toda America Central y el Caribe. No es generalizar pero, y opiniones de otros centroamericanos también lo confirman, Santiago se percibe como una de las grandes metrópolis de America Latina.



Quiero decir su modernidad es acelerada. Y aquí probablemente se disentirá en eso de modernidad pero hay una impresión inmediata, eso diferencia a Chile hoy de América Central o Cuba por ejemplo. Cualquiera que haya estado en La Habana, Managua, El Salvador, Ciudad de Guatemala o San José, puede comprobar el positivo impacto material que produce Santiago al visitante. Incluso el tan discutido Transantiago, incluyendo el impecable Metro, resulta de ciencia ficción para un habitante de esas ciudades centroamericanas y de Cuba. Por ejemplo la Habana parece una ciudad bombardeada. Las mismas autoridades de Cuba dicen que el casi 90% de las viviendas en la isla necesitan una total reparación pero no sólo de lo que se ve a simple vista de los edificios y casas sino una reparación de lo que hay por debajo, que es lo peor (tuberías, cables, alambrado eléctrico y telefónico, alcantarillado, baños, o sea todo aquello no se ha reparado en los 50 años de la revolución).



Ya se sabe que las palabras crecimiento y desarrollo no son siempre iguales. Puede haber crecimiento económico (una importante producción en todas las áreas) y no necesariamente desarrollo (que la riqueza no se distribuya entre su población y entre sus ciudades). Pero es más difícil probar lo contrario porque es una falacia. El desarrollo económico no viene del cielo sino del crecimiento. Por ejemplo, Cuba fue el país que más ayuda soviética, en subsidio, recibiera entre 1960 y 1990. Hay pruebas, según los documentos desclasificados después de la caída de la URSS, de que Cuba recibió una ayuda superior a la recibida por toda Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo toda esa ayuda soviética en millones no fue invertida en la producción de la isla para lograr un crecimiento económico pues, como se ha comprobado, luego del desplome de la URSS, Cuba no tenía absolutamente ningún desarrollo ni industrial ni económico comparable con la Europa de postguerra ni menos con la misma España.



Por el contrario, sí es cierto que Cuba experimentó un desarrollo con ese dinero pues implementó la educación y la salud para todos y es lo que el régimen sigue mostrando como los grandes «logros» de la revolución. Por otro lado, con ese subsidio, también ayudaba solidariamente a los movimientos guerrilleros y guerras civiles en America Central junto a su gran despliegue militar y humano que envió a la guerra de Angola. Pero ese subsidio soviético, como se sabe, no se invirtió en su propio crecimiento, y de allí que el desastre de la economía cubana no sea para nadie desconocido (excepto para la izquierda dogmática).



Lo que acabo de decir sobre Cuba puede leerse este mes en el blog de Yoani Sánchez escrito desde la isla, principalmente su último articulo donde dice lo siguiente sobre los ascensores de esas ruinas que uno contempla en Centro Habana y que el turista por lo general no conoce pues sólo se queda en la «reparada» Habana vieja que el gobierno muestra al turista ingenuo: «Más de veinte años remendar el ascensor soviético y de hacer deporte por las escaleras, están a punto de terminar. Dos flamantes elevadores rusos acaban de llegar a mi edificio para remplazar la obsoleta tecnología socialista» (www.desdecuba.com/generación/).



En el caso centroamericano la situación es diferente. Luego de los acuerdos de Paz en los 90′, y el término de la guerra, lo que ocurrió allí principalmente fue lo siguiente y es lo que dicen los propios analistas centroamericanos: hubo una profunda desigualdad en la distribución de la riqueza junto a una igualmente profundidad en la corrupción institucional política y jurídica. Desde presidentes a congresistas han contribuido a esa corrupción. Es cierto que en Centro América ellos están igualmente inmersos en la economía global y en el sistema neoliberal. Pero si ese mismo sol neoliberal y global alumbra a todos los países de America Latina, distintas son las calcinaciones entre sus habitantes. Una minoría en America Central recibe el calido y gozoso bienestar, y un 70%- 80% vive en la pobreza comparable al infierno vivo.



En otras palabras, es bien comprensible la queja de muchos chilenos de ver el sistema neoliberal y global igual que al demonio, pero hay cosas objetivas que se deben analizar. Chile tiene un 20.2% de pobreza, igual a Costa Rica. Los países centroamericanos llegan al 70% -80% de pobreza junto a una corrupción abismal y una distribución altamente desigual de la riqueza. Ello ha producido en esos países una violencia cotidiana terrible con Las Maras (pandillas criminales), el narcotráfico, la corrupción en todos los niveles institucionales, que azotan en las capitales y en ciudades del país a cualquier hora y en pleno centro. O sea, la diferencia entre Santiago y El Salvador o Ciudad de Guatemala, por ejemplo, es del cielo a la tierra.



En la conferencia de La Jalla 2008 (Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana) a la que asistí en Santiago este agosto, con un total de casi 700 exponentes de Europa, EE.UU. y toda America Latina, hubo en la ponencia de la profesora Patricia Espinosa algo que ella dijo y me dejó pensando, y creo fue el motivo de esta columna. Señaló, refiriéndose a la más reciente narrativa chilena, e incluía a la poesía de las actuales promociones: «El espacio narrativo actual chileno, que también se da en la poesía reciente, es de una aversión profundamente negativa de la ciudad de Santiago y de todo el país. La imagen dominante de nuestra literatura es presentar un panorama decadente». Bien interesante el juicio de la académica Patricia Espinosa quien es una de las que más sabe sobre reciente literatura chilena.







* Javier Campos es poeta y narrador.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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