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Doctrina católica, propiedad del agua e Hidroaysén

Las críticas al obispo no son casuales, pues cada vez que alguien alerta sobre la escandalosa concentración de mercados en Chile, recibe todo tipo de vituperios y su crítica es adjetivada de «extemporánea». Predeciblemente, el afán por descalificar proviene de sectores que lucran con la ausencia de libre competencia, aún cuando formalmente se declaren partidarios del libre mercado.


Por Sara Larraín*



El país inaugura por estos días un debate crucial referido a la concentración de la propiedad del agua en Chile, a partir de la carta pastoral «Danos hoy el agua de cada día», elaborada por el obispo de Aysén, Luis Infanti. Mediante este documento, el sacerdote nos llama a reflexionar sobre los impactos de privilegiar el «mercantilismo» en la gestión de nuestros recursos hídricos y alerta sobre las implicancias de este sistema privado -instaurado durante la dictadura- en la definición de la política energética y el desarrollo regional. En la misma línea, Infanti distingue «energías de vida» y «energías de muerte», y sitúa entre estas últimas la propuesta de construir 5 represas en Aysén.



Ante esto, sectores afines al establishment energético han dicho que la institución religiosa «carece de una línea común» y acusan a Infanti de actuar con «criterios individuales». Sin embargo, la inspiración del obispo es coherente con el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, expresado por el Papa, en cuanto «las maravillas de Dios nos recuerdan la necesidad de proteger al ambiente y ejercer una administración responsable de los bienes de la Tierra». Así, Benedicto XVI, en visitas de Estado y peregrinaciones, inculca hoy que «dañar al medio ambiente es pecado, pues hay cicatrices en la superficie de nuestra Tierra -erosión, deforestación, explotación minera-, que sólo satisfacen al consumo insaciable, y por eso requerimos un fuerte compromiso para cambiar la tendencia que puede hacer que la situación de deterioro sea irreversible». El reciente Mensaje de los Obispos Latinoamericanos en Aparecida, refuerza dicha doctrina con un capítulo dedicado al ambiente.



Las críticas al obispo no son casuales, pues cada vez que alguien alerta sobre la escandalosa concentración de mercados en Chile, recibe todo tipo de vituperios y su crítica es adjetivada de «extemporánea». Predeciblemente, el afán por descalificar proviene de sectores que lucran con la ausencia de libre competencia, aún cuando formalmente se declaren partidarios del libre mercado.



En el caso que nos convoca, la concentración de los derechos de agua no consuntivos ha implicado una pérdida de soberanía en la definición de la política energética y una merma en el objetivo nacional de alcanzar el desarrollo en esta materia. Endesa detenta hoy más del 80% de estos derechos (entregados a dicha empresa gratuitamente con la privatización de la compañía, durante la dictadura), quedando en una posición privilegiada para materializar megaproyectos hidroeléctricos con fuerte impacto local (los ejemplos de Ralco y Pangue en el Alto Bío Bío son los más traumáticos: erradicación de comunidades indígenas, pérdida de recursos turísticos, muerte de personas a causa de golpes de agua en Los Ángeles, una condena contra el Estado chileno en la Corte Interamericana de DD.HH., etcétera).



El obispo Infanti ha puesto de manifiesto la creciente competencia por recursos hídricos y la fricción entre modelos de desarrollo: a un lado, las «energías de muerte» que nutren el centralismo (Santiago ya alcanzó 6.650.000 habitantes en más de 180 hectáreas de superficie urbana y hoy se plantea una nueva expansión sobre 11 mil hectáreas más) sobre la base de vender recursos naturales (cuya explotación demanda el 60% de la energía de Chile) y expropiar utilidades a economías de servicios como el turismo.



Al otro lado, las «energías de vida», energías renovables no convencionales: eólica, solar, biomasa, geotermia y eficiencia energética, que sí son compatibles con los emprendimientos locales, con el cuidado del patrimonio natural y los distintos hábitos culturales de cada región. Es esperanzador para los chilenos que nuestros pastores asuman la nueva doctrina de la Iglesia, en orden a preservar y proteger la Creación.



*Sara Larraín es directora ejecutiva del Programa Chile Sustentable.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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