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El orden fue preservado

Al final la teleserie puso las cosas en su lugar. José Luis Echenique no era verdaderamente hijo de sus padres, era un niño campesino que había sido regalado a unos padres estériles. Por suerte. Así se explica de una manera siútica tanta maldad: no era un Echenique Valdivieso. La realidad deseada fue preservada, el mundo tiene todas las cosas en su lugar, incluidas las clases y el orden social.


Por Rodrigo Larraín*



Chile es un país arribista, siútico también. Hace algunos años sostenía la tesis que habíamos dejado de ser siúticos, en el sentido de querer ser como los estratos altos tradicionales, seguidistas de sus usos, modos y códigos; sin embargo, ahora que está circulando el libro de Óscar Contardo «Siúticos» me he replanteado la posibilidad. A lo mejor coexiste el arribista moderno con el trepador de los años del Centenario de la Independencia. Porque, al revés de lo que escribe el periodista mencionado, no me parece que siútico y arribista sean sinónimos. El arribismo es un fenómeno relativamente natural en una sociedad que ha permitido la movilidad social ascendente, como el caso de nuestros aspiracionales. Es legítimo si se llega a vivir en otra clase querer ser reconocido como un integrante de esta por aquellos que antes estaban situados allí. Pero eso casi nunca sucede.



El ideal para quien desee arribar es que la clase que él considera superior lo coopte, lo haga uno de los suyos, lo considere un par; pero el recién llegado, el meteque, no tiene las claves de qué se debe hacer en las situaciones que para el son nuevas, y que para los ubicados en la cima de la sociedad son habituales. Ello ha sido motivo de burla y de desprecio de un sector; sin embargo, los plutócratas de hoy no son equivalentes a los aristócratas del pasado, en verdad muchos de estos últimos salieron de esa condición y los violentamente enriquecidos exhiben unos valores bastante siúticos. Incluso, en una democrática mezcla, ricos, aspiracionales y pobres ven en los viejos modos un deseo insatisfecho.



¿Cómo es el admirado grupo al que los chilenos -se dice- desean incorporarse? Los deseados son los descendientes de inmigrantes españoles del norte llegados a Chile en el siglo XVII, correspondían a funcionarios letrados de la Corona española, católicos y que elaboraron una red de parentesco con el sector alto de la sociedad colonial, lo que los proveyó de extensas tierras. Por todo ello, fueron, incontrastablemente, la clase política por excelencia hasta 1920. Ulteriormente, mantuvieron su influencia cooptando a diversos individuos de origen mesocrático, muchas veces de procedencia extranjera, para mantener su influencia.



Pero fue la vieja clase la que llegaría a ser el máximo objeto de deseo, no bastaba con tener plata, muchos new riches mineros o comerciantes compraron tierras, la verdadera fuente de status oligárquico; otros desposaron a las hijas de la vieja clase -como en su oportunidad lo habían hecho los anteriores al casarse con las hijas de los rudos conquistadores- y los más simplemente pudieron imitar.



Imitar y admirar. Porque si bien «El Señor de la Querencia» mostraba un terrateniente brutal, tan déspota que algunas autoridades (que la seguían día a día parece) se delataron al criticar el exceso de violencia mostrado; también un historiador intentó mostrar una imagen edulcorada de los hacendados con un argumento ingenuo: que la bondad de los propietarios agrícolas se podía comprobar al no haber habido nunca un alzamiento campesino. Quizás no se percató que el argumento inverso era también posible: que nunca hubo alzamiento debido a una opresión perfecta.



Pero ya no hay nada que temer. Al final la teleserie puso las cosas en su lugar. José Luis Echenique no era verdaderamente hijo de sus padres, era un niño campesino que había sido regalado a unos padres estériles. Por suerte. Así se explica de una manera siútica tanta maldad: no era un Echenique Valdivieso. La realidad deseada fue preservada, el mundo tiene todas las cosas en su lugar, incluidas las clases y el orden social. Lo único a lamentar es no haber descubierto nosotros la verdad, bien por los guionistas. Como se puede apreciar, seguimos siendo siúticos.



*Rodrigo Larraín es sociólogo, académico Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Central.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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