Publicidad

La gran lección que Chile le dio a los Estados Unidos

-«No hay que ser weón», comenzó diciendo una voz poco segura de sí misma, «Nosotros generamos oportunidades de negocio garantizadas». «¿Por quién?», preguntó el interlocutor yanqui, todavía escéptico del remedio casero que le estaban soplando en el tubo.


Por Luis Casado*

Que un paisito de nada, un miembro del tercer mundo, un país subdesarrollado, en vías de desarrollo o emergente como le llaman ahora, le dé lecciones a la primera potencia del mundo, no es un hecho banal. Ni frecuente.

Sobre todo en el área de la economía, de las finanzas y de los negocios, sector en el que se da por descontado que el imperio la domina, da cátedra, la pisa, la mueve, la esconde, hace moñitos, gambetea, le pone mango, embruja.

No por nada los nuestros van al norte a darse un barniz de sapiencia, una primera mano de «experticia», una manito de gato iniciática mientras en paralelo hacen un cursillo para principiantes de lunfardo de economista, antes de pasar por el FMI y regresar a la copia feliz del edén a hacerse cargo del billete del personal.

De ahí que sea un hecho digno de admiración y encomio, de loa ditirámbica y de cántico laudatorio, por una vez somos nosotros, los súbditos del imperio, quienes le mostramos el camino, la vía.

Si no me crees dale una mirada a la más grande crisis financiera de la historia de la humanidad, -frente a lo de hoy y en no pocos aspectos el crash de 1929 es una alpargata vieja, un ensayo de selección de reparto, una repetición pre estreno, un tanteo-, y al lamentable estado en que puso a las autoridades financieras estadounidenses, a la FED de Ben Bernanke, al Tesoro de «Hank» Paulson, a Bush no digo porque hoy -aquí y allí- se llevan los mandatarios que non capiscono un cazzo.

Como sería el cagazo que sacaron a Alan Greenspan del refrigerador en el que lo mal conservan, y desenterraron a Paul Volcker, el patriota que por inadvertencia y tropezando desligó el valor del dólar de su contrapartida en oro durante el gobierno de Nixon y aun así no lo encontraban.

Paul Krugman, que a ratos dice cosas sensatas pero no siempre, esperó pacientemente que alguien soplara una solución. Milton Friedman está muerto (QSVAI) y para suerte suya Friedriech Hayek también, la cosa empezaba a oler mal cuando la solución llegóÂ… de Chile.

«No hay que ser weón», comenzó diciendo una voz poco segura de sí misma, «Nosotros generamos oportunidades de negocio garantizadas». «¿Por quién?», preguntó el interlocutor yanqui, todavía escéptico del remedio casero que le estaban soplando en el tubo. «¿Por quién va a ser pus», respondió el chileno: «Por el Estado». «Es para que vengan a invertir acáÂ… por eso garantizamos todo y cuidamos la imagen país». «¿Y?» le apuró el yanqui, «¿Y?». «Simple», dijo el sudaca ex alumno de Harvard, «Si a pesar de garantizar hasta el lucro el negocio fallaÂ… le hacemos pagar todo al Estado, como en el Transantiago». Un largo silencio se escuchó del otro lado del Skype (Hacienda dice que hay que hacer economías). Y luego un suspiro y carreras apresuradas.

La historia que sigue ya la conoces. Bush vino explicar que en aras del bien del pueblo americano y de la humanidad toda, los contribuyentes, el personal, la gallada de a pie, iba a pagar la cuenta. Toda la cuenta. Lo que no contó es quién le soplo la idea.

En Santiago, un sudoroso Andrés Velasco, las manos todavía temblando, desconectó el Skype.

*Luis Casado es economista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias