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Los derechos de autor, talón de Aquiles del negocio universitario

Cuando sé que el libro es fotocopiado de manera masiva por empresas internas que hay en las universidades, muchas de las cuales son también empresas, tengo la sensación de que algo anda mal. Todos pagan por todo y nadie hace nada a cambio de nada, pero a los autores…


Por Juan Guillermo Tejeda*

El tema de los derechos de autor en las universidades cobra interés en estos momentos. Chile ha pasado a tener un alto porcentaje de sus jóvenes en la educación superior, actualmente unos 750 mil, lo que representa más de un tercio de la población juvenil del caso. El gasto que hace el país en su conjunto por enviar a los jóvenes a la universidad es el más alto de nuestra historia, y se empina por sobre el billón de pesos al año (más de un millón de millones). En este contexto, los problemas de inequidad subsisten, la calidad es discutible y hay un muy bajo apoyo del Estado a las universidades públicas, del todo anormal si lo comparamos con los países más desarrollados. El sistema chileno es uno de los más privatizados del mundo, según cifras de la OCDE y de otros estudios. Con todo, estamos hablando de una industria que mueve mucho dinero, y en torno a la cual se hacen muchísimos negocios, unos del todo legítimos y otros algo más dudosos.

En este panorama, echamos de menos una política responsable de las instituciones universitarias respecto a los derechos de autor. Es preciso considerar que un joven que va a la universidad, sea pagando su familia, o con préstamos o becas, sabe que debe afrontar una serie de gastos. Se paga una matrícula, más una colegiatura mensual (arancel), hay que contar con dinero para el transporte y los gastos de alimentación y ropa. Todos los estudiantes poseen o tienen acceso a un computador personal. Se entiende que es preciso retribuir a los profesores, a los administrativos, así como tener pagadas las cuentas de electricidad y agua de los campus, así como los dispositivos y personal de seguridad. Nadie espera que en el casino le sirvan un desayuno gratis. También gastan sumas importantes las universidades en implementación computacional, salidas a terreno, publicaciones, publicidad y otros ítems. Todo ello tiene la lógica de que se hace un esfuerzo para obtener determinados resultados a futuro.

Cuando llegamos al ítem de los libros o de los papers, hay consenso en que es preciso pagar a una bibliotecaria, o las fotocopias de ese libro, o la implementación de computación, banda ancha e impresora necesaria para contar con una copia. Sin embargo, parece primar la idea de que el autor no debiera ser retribuido en la medida de que su obra tenga circulación, o sea éxito. Es más, se considera inadecuado que los autores siquiera planteen el tema. En este caso, se mantiene la antigua tendencia de ningunear a los autores, aunque en un formato moderno.

Soy académico desde hace muchos años, y autor de varios libros de mi especialidad, diseño. Uno de ellos, que publiqué recientemente en España, me costó cuatro años de labor (y no cuento los más de treinta años de dar clases y ejercer la profesión), y de él se ha hecho ya una reimpresión. Cuando veo que el libro está en las bibliotecas de muchas de las escuelas de diseño iberoamericanas siento un gran agrado. Sin embargo cuando sé que el libro es fotocopiado de manera masiva por empresas internas que hay en las universidades, muchas de las cuales son también empresas, tengo la sensación de que algo anda mal. Todos pagan por todo y nadie hace nada a cambio de nada, pero a los autores, con la fotocopia masiva, se nos aparta de los beneficios que, suponemos, conlleva el éxito.

No se trata aquí de transformar en delincuentes a los estudiantes que toman apunte o hacen una fotocopia. De lo que se trata es de que los autores sean retribuidos en función del éxito de sus obras, y estamos hablando por lo general de retribuciones modestas ya que pocos textos académicos llegan a ser bestsellers. La libertad cultural de los usuarios, en este caso estudiantes y académicos, no excluye la responsabilidad. Si me siento libre para comer el tipo de pan que más me guste, eso no quiere decir que vaya yo a ir a una panadería a sacar mis hallullas sin pagarlas. La libertad quiere decir que puedo discriminar y escoger, pero no que voy a hacerme gratuitamente de lo que necesito.

Considero que las universidades, como instituciones dedicadas a la conservación, transmisión y generación de conocimiento, debieran tener una política ejemplar de respeto a los autores, y asumir las responsabilidades que conlleva el manejo de libros y textos de autores. Lo mismo creo respecto de los ministerios del área cultural o educativa. Las inequidades del sistema, que existen, y que ponen en desventaja a los estudiantes de menos recursos, deben ser corregidas por la sociedad como conjunto: es un deber al que nadie puede restarse. Sin embargo la solución no es que los autores (ni ninguna de las demás personas que hacen aportes relevantes) deban percibir cero por su trabajo. Dentro del contexto universitario, la autoría de artículos y libros es un costo más, si se quiere marginal, pero costo al fin. Si respetamos a los autores vamos a tener mejores académicos, mejores obras y más abundantes. Si en cambio organizamos cadenas de producción de conocimiento donde todos perciben una parte del dinero que allí fluye menos los autores, estaremos cometiendo una injusticia.

Un autor del ámbito académico espera al menos tres cosas cuando publica un texto: obtener el respeto de sus pares, contar con muchos lectores, y estar asociado económicamente al éxito o fracaso de su obra en cuanto a la cantidad de lectores. La tecnología de las fotocopias y de internet tiene la virtud de favorecer ampliamente los dos primeros puntos, lo que significa un enorme avance en el terreno cultural, pero deja en el aire el tercero. Es por eso que muchos autores estamos empeñados en que existan correcciones legales de sentido común para enmendar aquello de lo cual la técnica no se preocupa. Sin esas medidas que la sociedad debe arbitrar con una mirada global y de futuro, deprimiríamos la calidad del quehacer universitario en nuestro país y entorpeceríamos el libre flujo de los bienes culturales.

*Juan Guillermo Tejeda es académico de la Universidad de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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