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Concertación 2.0

Asumiremos los desafíos y dilemas que nuestros líderes y conductores no enfrentaron de manera real: la humanización del capitalismo, cada actor con voz propia conectado en red, un planeta medioambientalmente desgastado, la identidad y la integración en el Bicentenario…


Por María Teresa Viera Gallo*

Tengo 36 años y nací en una época convulsionada de Chile: 1972. Viví en el exilio junto a mi familia y cuando volvimos sabía perfectamente cuáles eran las urgencias sociales y políticas del país.  Crecí consciente de lo que ocurría y vi el dolor y el temor en los rostros de muchos. No sabía muy bien quién era el culpable: a Pinochet lo construí en mi cabeza como a Pinocho de Carlo Collodi; lo imaginaba de madera persiguiendo a personas con una cadena montañosa de fondo. Tiempo después aprendí que ese paisaje se llamaba Cordillera de Los Andes. En 1990 tenía 17 años; no alcancé a votar por el No pero participé en cada caravana y con mis hermanas nos parábamos en Vitacura con Américo Vespucio con nuestras banderas cada fin de semana. Esa esquina no nos era muy favorable, pero por ningún motivo queríamos quedarnos al margen.

Cuando llegó la democracia entendí rápidamente que las prioridades de la Concertación eran reconstruir una institucionalidad republicana; pero a veces parecía que esa tarea podía colapsar en cualquier momento. “En la medida de lo posible”. Nunca una frase dicha por un Presidente de la República ha reflejado mejor una época. Cuando tienes 18 años y toda la vida por delante crees que el mundo gira a tu alrededor pero cuando por todos lados y en todas las conversaciones el lema en la medida de lo posible se instaura, te das cuenta que es mejor callar; aprendes que las prioridades no necesariamente pasan por ti y que las urgencias se centran en cosas que son de vida o muerte.

Esto le pasó a mi generación: como no pudimos expresarnos socialmente escogimos otros caminos. Armamos grupos cerrados de amigos donde la lealtad era  hasta el final; bailamos desaforadamente hasta quedar agotados y aprendimos que nadie iba a hacer nada por nosotros; asumimos el libre mercado y nos lanzamos en busca de la felicidad.

Fuimos una generación intermedia, más espectadores que protagonistas y quedamos entre los jóvenes que derrocaron a Federici de la rectoría de la Universidad de Chile y la posterior, bastante más desprendida que la nuestra. Crecimos acostumbrados a no molestar, a postergar nuestras reivindicaciones y a hacer de pequeñas historias personales hazañas generacionales.

Ahora estamos más grandes; nos costó asumir la edad; la mayoría tenemos hijos y el sentido de pertenencia se ha hecho patente. Pero ahora creemos que nos merecemos un espacio, y que desde nuestra experiencia personal tenemos mucho que aportar. Y nos vamos a subir al escenario. Y desde allí vamos a actuar. No somos prejuiciosos y como hemos sobrevivido gestionando nuestros propios proyectos no le tememos a los desafíos nuevos. Tenemos entusiasmo y ansias y vamos a ser escuchados en serio; traemos energía nueva, somos pluralistas. Sabemos que  engrandecer al país y la ciudad donde decidimos quedarnos y construir nuestras familias exige que aportemos: ideas, proyectos, esfuerzos, equipos.

Estamos para quedarnos y para hacernos cargo. Asumiremos los desafíos y dilemas que nuestros líderes y conductores no enfrentaron de manera real: la humanización del capitalismo, cada actor con voz propia conectado en red, un planeta medioambientalmente desgastado, la identidad y la integración en el Bicentenario, la innovación como eje del desarrollo, la diversidad como nuevo valor libertario. No lo olviden: somos la Concertación 2.0.

*María Teresa Viera-Gallo Chadwick es candidata a concejal por Santiago

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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