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A devolver la Democracia Cristiana a Chile

Sólo la egolatría de nuestra clase dirigencial los lleva a tener como única justificación de sus fracasos sus propias peleas. Son sus incongruencias, su falta de compromiso, la falta de propuestas y la negligencia en cómo se hacen las cosas las que…


Por Héctor Gárate*

Ante el desprestigio y la falta de legitimidad de la actividad política constatada en esta última elección municipal, que afectó fuertemente a la Concertación y en especial a la Democracia Cristiana, debemos tomarnos un minuto para mirar dónde estamos y pensar hacia dónde queremos llegar. Para esto lo primero es entender que las crisis no siempre son malas, aunque en un primer momento son vistas con temor y espanto, y todos tratamos de evitarlas a como de lugar. Sin embargo, a veces representan inmejorables oportunidades para enmendar los objetivos planteados o el camino perdido.

En estos momentos nuestra realidad, la realidad de nuestro partido, es la de un desastre de proporciones que lleva a trazarse muchas inquietudes frente a lo que depara el futuro para nuestra colectividad. El observador perspicaz se podrá dar cuenta de los errores cometidos, los elementos que se pueden rescatar y los que deben ser incluidos.

Teniendo esto presente debemos preguntarnos ¿Cuáles serán las reflexiones que debemos hacer en este momento?, ¿Tendrán estas que ver sólo con lo que esta sucediendo en la Democracia Cristiana?, o ¿Tendrá que ver con la forma cómo se esta haciendo política hoy en nuestro país y en el mundo? Es el desprestigio de la actividad política y principalmente de los políticos lo que tiene a los partidos desgastados.

La falta de credibilidad en la palabra empeñada o la falta de compromiso en empeñar la palabra, en definitiva la mentira y la ambigüedad llevan a que nuestra clase dirigencial esté en decadencia y pierda credibilidad. Más allá de las posiciones políticas que alguien pueda tener con respecto a un tema o a un proyecto político, lo que hoy día demanda la gente es que tengamos posición política respecto a algo.

No más ambigüedades, no más falta de opinión. Quienes ostentan el poder no deben tener miedo a la discrepancia y menos temor a quedar mal con alguien. Siempre la gente y en especial los jóvenes respetaremos más a quien tenga una posición clara respecto a su país, aún cuando en ocasiones no estemos de acuerdo. Pensar que el único factor de la crisis de la actividad política y de la Democracia Cristiana son sus peleas internas, significa no entender el verdadero significado de la actividad, pues es creer que todo el país se preocupa de nuestros problemas internos, como si en sus vidas no tuvieran cosas más importantes de las cuales preocuparse, como el transporte, la educación, la vivienda, los bajos sueldos y la delincuencia, entre otros.

Sólo la egolatría de nuestra clase dirigencial los lleva a tener como única justificación de sus fracasos sus propias peleas. Son sus incongruencias, su falta de compromiso, la falta de propuestas y la negligencia en cómo se hacen las cosas las que provocan los fracasos reales.

Son estos elementos los que se deben  tomar en cuenta a la hora de ver cómo se cambia la forma de hacer política y cómo enfrentamos los democratacristianos nuestra crisis partidaria. Somos nosotros, las nuevas generaciones desprendidas de rendir culto a las autoridades y que no tememos decir lo que pensamos, porque no queremos terminar pensando en lo que hacemos, quienes dejamos a un lado a una generación que por no quedar mal con alguien o simplemente quedar bien con alguna autoridad, deja de hacer lo que piensa, e hipoteca a nuestro partido en pos de sus ambiciones personales. A esa generación, marcada en su fracaso por el exceso de pleitesía,  por dejar que otros hicieran las cosas por ellos y nunca asumir el desafío que les tocaba, se les acabó el tiempo. Ahora emerge una generación distinta que con vocación de servicio y con convencimiento y amor por lo que hace, está dispuesta a levantar a nuestro partido y a la actividad política chilena.

Porque mil veces levantaremos nuestros corazones y la voz cuando sea necesario, sin arrepentimientos y convencidos de lo que es mejor para nuestro país, preferimos ser parte de la historia de Chile y de nuestro partido y no, como otros, ser sólo parte del inventario de la Concertación.

*Héctor Gárate es Presidente Nacional de la JDC.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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