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El recambio de elites y el agotamiento de una cultura política

La cultura política concertacionista se agotó con sus líderes derrotados. En ese contexto, ni los llamados a unidad, ni los juicios a las responsabilidades de las malas decisiones electorales, tienen sentido en el largo plazo.


Por Cristina Moyano*

Los resultados electorales de la reciente elección municipal han dado lugar a  un sin fin de análisis políticos; la mayoría de ellos ha abordado como principales causas de la derrota de la Concertación (o del triunfo con «advertencias») el desorden político que vive el conglomerado gobernante, las tensiones internas dentro de los propios partidos, la incapacidad de renovación de la vieja elite que condujo la transición y las malas decisiones político-electorales tomadas por sujetos con nombres y apellidos.

Los políticos concertacionistas que acusaron recibo del golpe han resaltado la falta de unidad. Pero, ¿unidad, para qué? Responder a esta pregunta en medio del descalabro electoral, no es cosa fácil para un concertacionista, pues remite al análisis del proyecto de país, al proyecto de futuro que encarna la Concertación y que aspira a mantenerse hegemónico ante una fractura de la misma, demostrado por la pérdida electoral.

El 5 de octubre pasado, en la conmemoración de los 20 años del NO se visibilizaba públicamente una Concertación desgastada, incapaz de convocar a quienes aspira a representar. Con una Presidenta que hizo una especie de «mini cuenta pública de 21 de mayo», pues, en casi 40 minutos, hizo un recuento de los principales logros que la coalición gobernante había dado al país. Ese discurso conmemorativo que mira hacia atrás con visión de futuro, se quedó simplemente en el recuerdo de lo hecho sin proponer nada para adelante. Y esto, porque aunque la política sea una actividad que cada vez está en mayor desprestigio, todavía se espera de ella que pueda ser capaz de transmitir sueños, proyectos, quizás ya no utopías globales, pero sí una senda para seguir hacia delante. De eso está carente la Concertación y en ese contexto, el llamado a la unidad tiene poco sentido.

Por otro lado, el desorden político que vivencian los partidos que conforman la coalición gobernante no tiene  sólo su explicación en la carencia de proyecto político que los aglutine y los oriente, sino que en el agotamiento de una cultura política. Esta cultura política concertacionista tiene sus orígenes en las experiencias de sujetos, construidas en el periodo dictatorial, basada tanto de las luchas de resistencia, como del exilio. Está encarnada en determinadas personas que, a juicio de algunos analistas, fueron derrotados brutalmente en estas elecciones municipales (derrota de los «titulares» se ha dado en llamar y el caso de Ravinet sería expresión de ello). Esta experiencia fundadora tiene sentido para quienes hoy, con más de 40 o 50 años de edad, participaron de ese pasado fundacional; pero lo tiene cada vez menos para quienes no lo vivieron y se han integrado a la coalición en los años de la pos dictadura. Para los primeros, la fundación y conformación de la Concertación fue una experiencia épica; para los otros, una experiencia de administración eficiente. Y, para ambos, el sueño compartido de una sociedad más justa basada en el crecimiento con igualdad en democracia.

Ese sueño tiene el signo de varios logros pero ¿es suficiente para garantizar un estilo político, un imaginario social? ¿Es suficiente para consolidar una cultura política que encarne sueños, estrategias, posiciones e ideas? ¿La experiencia de la administración agota la imaginación?

Cuando Marcelo Trivelli expresa que el descalabro electoral obedece a una crisis de renovación de la elite de la Concertación, se está refiriendo al cobro ciudadano por la incapacidad de renovar aquellos viejos cuadros políticos que son los artífices de la transición, pero que no han sabido catapultar ordenadamente su retiro para abrir paso a los nuevos actores, uno puede preguntarse ¿la renovación de las elites responde a decisiones racionales de individuos de dejar el paso a nuevos actores? ¿Quiénes son los nuevos actores que están esperando su paso para conducir los caminos del conglomerado? ¿Cómo se instituyeron y en función de qué fundamentan la validez de su llamado?

Analizando los procesos políticos transicionales en España o lo que ocurrió en México con el PRI, queda claro que los procesos de renovación no responden a decisiones de los actores que se retiran en una época de sus vidas en las que todavía se sienten activos sujetos de la política, sino que ocurren en momentos de crisis políticas. Esos son los espacios de coyuntura que abren paso para discutir sobre responsabilidades, desdibujar liderazgos o validación de nuevos actores cuyas propuestas sólo se escuchan cuando la tormenta da paso al silencio desgarrador de la derrota.

La crisis de 1973 permitió a la izquierda reinventarse, la dictadura permitió a la DC y al mundo socialista concertarse. Experiencias de vida, trayectorias políticas de actores para quienes esos episodios son fundamentales en sus respectivas culturas políticas partidarias.

Los medios  televisivos difundieron, entre otros, una  reflexión de Soledad Alvear muy decidora para comprender la actual coyuntura: «Si hubiéramos sido tan desordenados como hoy en 1988, jamás le habríamos ganado a la dictadura». La cultura del orden, de la disciplina, de la supeditación de ciertos intereses individuales en función de un proyecto democrático mayor, tenía sentido en la dictadura y en los primeros años de la transición. Sin embargo, la actual crisis da cuenta de que esa experiencia ya no sirve para aglutinar los nuevos mundos de la vida de las nuevas generaciones emergentes. La cultura política concertacionista se agotó con sus líderes derrotados. En ese contexto, ni los llamados a unidad, ni los juicios a las responsabilidades de las malas decisiones electorales, tienen sentido en el largo plazo.

Hoy cabe preguntarse ¿cómo repiensa la Concertación un proyecto después de la derrota? Allí su memoria histórica tiene mucho que aportar. Sin embargo, el problema reside en cómo esa memoria logra convertirse en capital social para las nuevas generaciones políticas que aspiran a participar de la conducción de un quinto gobierno. El desafío es mayor que un mero cálculo de ingeniería electoral.

 

*Cristina Moyano es doctora en Historia. Académica del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades, USACH.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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