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Período de subastas

Decir que «el 20 de enero de 2009 asume Barack Obama», es casi un eufemismo, porque para algunos ya asumió. Comenzó a designar su gabinete y al parecer tiene la agenda marcada de los primeros seis meses.


Por Juan Francisco Coloane

 Antes de hacerse cargo, aparece la política en estado puro. El período de subastas abre la guerra de los lobbys con lobos incluida. Es cuando las señales iniciales estampan en el itinerario las demandas de actores y entidades con rostro en el triunfo, aunque no se sabe si con alma.

Por el clima de expectativas, la presión, y las contradicciones que surgen, Barack Obama enfrenta el «fantasma de Jimmy Carter», el demócrata elegido en 1976, que también recibe un EE.UU. «herido», esta vez por el oscuro legado de Richard Nixon, la guerra de Vietnam, y además en una crisis económica global.

La administración Carter acabó siendo desbordada por el detalle, descuidando la centralidad del plan político. Como resultado, su gobierno no funcionó y EE.UU. se sometió a continuación a tres períodos consecutivos de neoconservadurismo.

Decir que «el 20 de enero de 2009 asume Barack Obama», es casi un  eufemismo, porque para algunos ya asumió. Comenzó a designar su gabinete y al parecer tiene la agenda marcada de los primeros seis meses.

«No desea que le suceda lo del primer período de Bill Clinton, que demoró seis meses en formar gobierno», dice Roberto Zuban Salvaro, sociólogo, desde West Milford, New Jersey. «El presidente electo es metódico. No quiere cometer los mismos errores» remacha. El «cuanto» de ese método es viable en política, y cuáles errores no se pueden repetir, ya no dependen ni del talento o del esfuerzo, sino que de la espesa jungla de la política.

Desmantelar la agenda neoconservadora 

En principio, la agenda de Barack Obama no debería ser dispersa. Los dos ejes principales de la campaña fueron Irak y la crisis económica, dos productos del diseño neoconservador en la administración Bush.

La idea central de invadir Irak, consistía en posicionar un poder estratégico con una amplia zona de gravitación en el Golfo Pérsico, para expandir la democracia occidental. En inadvertida coincidencia, -se podrá conjeturar también que no-  desde el comienzo de la década, la ONU impulsa un programa para instaurar democracias en la misma zona bajo el tema de la gobernabilidad. El programa estaba en marcha y la propia ONU constató que se truncó por causa de la invasión. (UNDP; 2004). La guerra de Irak resultó ser un lastre económico y la democracia no se expandió.

El segundo eje consistía crear zonas de libre comercio, para estimular el crecimiento económico. La apertura de los mercados y la democracia, deberían funcionar como dos tenazas para incorporar nuevos territorios y recursos al activo de capitales del circuito económico.

Entra en escena George W. Bush,  y la masa crítica de la rentabilidad, se traslada al sector especulativo. El sistema comienza su acelerado deterioro a partir de la insolvencia del sector productivo. Anticipadamente, X. Arrizabalo en  1997 explica el fenómeno del  «carácter parasitario y marcadamente regresivo del capitalismo de los años 90, la lógica del funcionamiento refuerza el predominio del capital financiero, buscando sus fuentes de apropiación de ganancia en el plano especulativo, lo que se traduce en reducir drásticamente recursos destinados a usos productivos, destruyendo masivamente fuerzas productivas».

De alguna forma, el efecto de la  invasión a Irak, de no haberse instalado una guerra, contemplaba la incorporación de otros territorios al activo de capitales para subsanar esta falencia estructural.

Quizás la desarticulación del neoconservadurismo, con estos dos ejes fracasados, sea el desafío mayor que deberá enfrentar Barack Omaba, mientras recibe bombardeo ideológico de todos  lados.

Por cierto, la reacción frente al fin de la administración Bush, «de que no hay que ser tan ingenuo», es comprensible. Ahora bien, si se desea desbarrancar al gobierno de Obama y apresurar el regreso del neoconservadurismo, ese mercado de subastas está abierto en forma permanente.

Precisamente, en la campaña Obama fue «acusado» de marxista por sugerir cambios al sistema. En el lado opuesto, están los  que con desdén dicen que la empresa de Obama no es más que salvar al imperio estadounidense y el gran capital.

Al subrayar EE.UU. la conclusión omite realidades a las que Barack Obama estará expuesto. La Comunidad Europea (CE), Australia, y Japón, forman parte de la actual concepción de imperialismo. La CE forma parte de la alianza transatlántica, que es donde descansa la noción de expansión en las potencias occidentales. Las claves de la Guerra Fría perduran bajo el diseño original de controlar o expandirse, de modo que ningún poder le dispute supremacía a esta alianza.

En este sentido, desmarcarse del neoconservadurismo que perdió la presidencia no es fácil. Está instalado en múltiples espacios de la política, y exhibe ropaje tanto de izquierda como de derecha. Frente al mundo progresista que no quiere más expansionismo de cualquier orden, la tarea es contener la doctrina de supremacía que se imprime desde la óptica occidental. Si él desea que a EE.UU. se le observe como a un líder benigno, y no como a un poder neoimperial, deberá dar vuelta la hoja de esta concepción.

El corte no es inmediato y hace más de un guiño al clima de neoconservadurismo al considerar a Robert Gates como Ministro de la Defensa. En principio aparece como señal de continuidad y realismo necesario, sin embargo está la inquietud de cuándo y en qué magnitud, su administración comenzará a diferenciarse de la presidencia que sirvió de llave maestra en la campaña.

Si bien es la medida pragmática de un tecnócrata ducho, también es un mensaje de las dificultades en el cambio, especialmente cuando en la raíz de la estructura del poder están implantadas corrientes de pensamiento orientadas a la expansión y la supremacía.

Para ello deberá contener las ambiciones de los países europeos occidentales que se cuelgan detrás de la  alianza con EE.UU., para prosperar en el eje de supremacía.  El tema real es si las potencias occidentales, por el factor del capital transnacional, estarán en condiciones de permitirlo, especialmente cuando enfrentan una de sus peores crisis.

 

*Juan Francisco Coloane es  sociólogo  y analista internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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