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La gerontocracia impone sus términos

Un conservadurismo extremo en materia de participación ciudadana corroe los viejos huesos de la elite política chilena. Con un promedio superior a los cincuenta años de edad entre sus miembros, ella prefiere que los límites de la legitimidad democrática se diluyan antes que correr el riesgo de…


Un conservadurismo extremo en materia de participación ciudadana corroe los viejos huesos de la elite política chilena. Con un promedio superior a los cincuenta años de edad entre sus miembros, ella prefiere que los límites de la legitimidad democrática se diluyan antes que correr el riesgo de una avalancha de voto joven cuya inclinación mayoritaria se desconoce. Prefieren la comodidad y seguridad de la negociación cupular a tener que competir por los votos de nuevos electores.

En este entumecimiento propio de la tercera edad, es natural que entre las prioridades legislativas inmediatas de la política no figure ni la inscripción automática, ni el voto voluntario, ni menos la participación electoral de los chilenos en el exterior. Demasiados jóvenes, demasiada incertidumbre, un exceso de complejidad.

En este anémico escenario de participación política sostenido por la gerontocracia de izquierda y derecha de nuestro país, resulta curioso que la mayor parte de los llamados díscolos de la política nacional sean ya satisfechos sesentones en edad de jubilar, con varias embajadas, ministerios, senadurías y canonjías públicas a cuestas.

Las altas votaciones obtenidas por algunos jóvenes sobre los cuarenta  años de edad, sirven para que el comentario político fácil los empine de inmediato a una categoría real de la política, como príncipes o barones de una corte que languidece por falta de súbditos.
Curioso que señores provectos, llenos de remilgos, como señoras antiguas, digan que están disponibles, nadie sabe exactamente para qué, a veces desde una cómoda gerencia institucional, más cercana al polo norte que a los barrios del sur de Santiago.

Mientras, por cierto, sus principales promotores los cocinan a fuego lento entre negociaciones aparentes y confusas declaraciones.

Por su parte, ambiguo y poco comprensible resulta que un grupo de jóvenes de brillante porvenir hace ya más de treinta años, entonces veinteañeros que se subieron a un cerro con una antorcha a jurar fidelidad a una dictadura brutal, hoy prediquen el futuro y el cambio.

Todos componen un juego de máscaras en que nadie tiene interés real por ampliar  la base de la participación política. Prueba de ello son las prioridades legislativas para el 2009. En la agenda del Ejecutivo a lo mejor aparece como tema recién alrededor de junio, cuando sea prácticamente imposible que se apruebe, o se convierta sólo en un elemento testimonial de campaña.

El argumento elusivo actual es la seriedad de la crisis económica y la necesidad de concentrarse en los temas del empleo y la estabilidad, afectados por la crisis financiera mundial.

Así reaccionaron los doscientos ochenta años del comité político de La Moneda (sólo cinco ministros) que se reunieron con la Presidenta para analizar la agenda de los últimos quince meses de su mandato. Prioridades: la Ley de Presupuesto, el reajuste del sector público y  la creación del Ministerio del Deporte, según el vocero gubernamental Francisco Vidal. Tareas principales: asegurar la estabilidad en el empleo, el crecimiento económico y bajar la tasa de inflación.

Es posible que muchos ciudadanos jóvenes de hoy se preocupen de sus empleos, si los tienen, y de la evolución de las tasas de interés. Pero el tema hoy, desde la perspectiva de la institucionalidad democrática chilena, no es economía sino legitimidad democrática, y obviamente a los actuales dirigentes políticos esto debiera importarles y moverlos a la acción. Aunque sean un grupo envejecido y satisfecho de lo alcanzado.

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