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Negociación y democracia

Sorprende la miopía de las críticas que se levantan en la mayoría de los sectores políticos. En vez de celebrar la buena salud y profundización de nuestra vida democrática, trasuntan una nostalgia de aquel autoritarismo que resuelve e impone decisiones sin necesidad de considerar la opinión…


Por Teresa Valdés*

Mientras numerosas voces critican y lamentan el largo proceso de demandas, ofertas, propuestas y contrapropuestas que llevaron al reajuste de remuneraciones del sector público, somos muchas y muchos las ciudadanas y ciudadanos que nos alegramos y celebramos la forma, el significado y el resultado final de ese proceso.

La negociación es uno de los mecanismos consubstanciales al buen funcionamiento de una democracia. Supone la existencia de actores sociales capaces de representar necesidades e intereses de sectores relevantes de la población y también el reconocimiento de los mismos por parte de la autoridad. Supone la capacidad de hacer propuestas y conducir un movimiento ciudadano por parte de sus dirigentes, y la convicción democrática, por parte del gobierno y sus Ministros, de que tienen derechos.

Sorprende la miopía de las críticas que se levantan en la mayoría de los sectores políticos. En vez de celebrar la buena salud y profundización de nuestra vida democrática, trasuntan una nostalgia de aquel autoritarismo que resuelve e impone decisiones sin necesidad de considerar la opinión y propuestas del otro. Incluso señalan como indicador negativo, las movilizaciones y paros que se han dado bajo el gobierno de la Presidenta Bachelet. Sería una falta al orden y la gobernabilidad.

Por el contrario, bajo este gobierno diversos actores sociales han ido incorporándose en forma más activa a la noble tarea política de construir el orden deseado a través del ejercicio de una ciudadanía activa. Actores que con autonomía y fuerza van creando nuevos escenarios, estableciendo o ampliando sus derechos. El gobierno podría haber actuado de forma autoritaria, y a veces lo ha hecho. Pero al contrario, al mantener una mesa de negociación y escuchar -una y otra vez- las demandas y negativas de los dirigentes sociales, los reconoció y respetó como actores válidos. Por primera vez, en dos décadas, tenemos un gobierno -una Presidenta- convencido de que somos sujetos de derecho y que considera que su rol es generar condiciones y un entramado institucional para que ejerzamos esos derechos y los ampliemos hacia las nuevas realidades de una sociedad que se moderniza.

A través de esta política no sólo ha sido posible la visibilidad de actores sociales y sus dirigentes, su articulación y presentación de agendas, sino que hemos vuelto a reconocer la existencia de conflictos legítimos, de proyectos de sociedad diferentes en el seno del cuerpo social que es necesario que se expresen y dialoguen. Hoy día nuestra democracia es más saludable, más rica y dinámica que ayer y augura un futuro de mayor movilización e interés ciudadano por la buena política. Este proceso ha tenido como antecedente la fuerza de los «pingüinos», de los trabajadores subcontratados en el cobre, de las mujeres en la lucha por el acceso universal a la Píldora del día después o contra la violencia doméstica, y de cada actor que se ha manifestado en este período.

Es lamentable que numerosos parlamentarios y políticos no contribuyan activamente a profundizar la democracia: que no hayan aprobado en la Cámara de Diputados la Ley que crea al Defensor Ciudadano, que todavía esté esperando en el Senado el proyecto de Ley sobre Asociaciones y participación ciudadana en la gestión pública, el rechazo reiterado a la propuesta de inscripción automática en los Registros Electorales y la no discusión del proyecto de Ley que establece la representación equilibrada de hombres y mujeres. Estos hechos indican el miedo que aún tienen muchos políticos a la expresión ciudadana, y de cuanto desconfían del juego democrático, que tiene en la negociación un mecanismo central para la solución de conflictos.

El liderazgo sabio y no autoritario de la Presidenta Bachelet ha generado espacios para que una pluralidad de actores sociales y políticos se vayan expresando. Es tarea de quienes queremos ir más allá de la democracia formal, profundizar este camino. También que nuestros y nuestras representantes en el Parlamento asuman su rol y se incorporen a este cambio cultural de no temer a los conflictos y confiar en el juego de la negociación como sustento de la democracia.

*Teresa Valdés, Observatorio de Género y Equidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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