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Yo Fumo Marihuana

¿Por qué no hacen una propaganda de un pasturri vuelto mono asaltando a la abuela de al lado de su casa? ¿Por qué no muestran las aventuras de un cuico flaite jalando en el baño del club árabe y después compitiendo en una carrera de autos hasta hacerse cagar en un choque? …


Por Karen Hermosilla*

Hola. Me ha costado ponerme a escribir luego del terrible  porro que me fume a hondas caladas. Primero me puse a cocinar y no sé cómo llegaron mis lentes de sol al freezer. Quizás un acto poético. Después no encontraba el computador y cuando lo encontré fui a prenderlo pero no se encendió, hasta que lo enchufé.  Había problemas para escribir en el adobe, y traté de hacerlo donde decía Picassa. Jajaja. El nombre es súper chistoso. No funcionó porque es para editar fotos, no para escribir. Me cayó la chaucha cuando me puse firme conmigo misma y disipé esas reflexiones «trasnochadas»  como dijo el ególatra patrón de la República.

Estaba entretenida cavilando: ¿Cómo saber si la determinación del hombre está dada por el mono o por una sublime totalidad  llamada Dios? ¿Por qué no nos concentramos en dar 10 becas anuales para que jóvenes estudien medicina y así mejorar estructuralmente la Salud chilena? ¿El origen en sí mismo es tan decadente como el final? ¿Es hipocresía no ir la inauguración del memorial de Jaime Guzmán cuando se gobierna según su palabra hecha ley? ¿El mundo en su comienzo no era una fumarola de gases más venenosos que los manados por la industria?

Me bullía la cabeza que se alzaba sobre mis hombros y no había cómo ponerle atajo. Me gusta esa sensación. Me imagino la sinapsis cada vez más corta. La vaina de mielina estallando al contacto con la cola de mis neuronas burbujeantes de  ideas, que como pompas, se elevan y se estrellan frágiles contra la muralla de la racionalidad, destruyéndose por completo, pero dejando una huella como la del caracol cuando avanza lento y seguro.  

Es verdad. La marihuana me pone motoramente lenta y mentalmente fértil. Eso es lo que no conviene. Por eso tanto ataque a una planta, hermosa por lo demás. No sirven los huachos lerdos, los poetas atolondrados, los locos que lo están por improductivos.  ¿Por qué no hacen una propaganda de un pasturri vuelto mono asaltando a la abuela de al lado de su casa? ¿Por qué no muestran las aventuras de un cuico flaite jalando en el baño del club árabe y después compitiendo en una carrera de autos hasta hacerse cagar en un choque? ¿O las  tretas  del chofer de un diputado para transar en los cerros porteños una  buena bolsa de mote, para que el «jefe» se la esnife en el mismísimo hemiciclo?

No quiero resultar apologética, pero cuando el mundo se vuelve técnica y artificio y las certezas son las incertidumbres políticas y económicas no habiendo  ni un huequito para el desvarío, para el ejercicio de orfebre  pulidor de la piedra de la locura, y no hay momento para dejarse ir en el disparate y la relatividad física del cosmos, se necesita de un remedio natural.  De un medio para conseguir la develación del alma: su estulticia esencialmente humana y proféticamente divina.

Yo empecé a fumarla cuando tenía 17 años, y lo recuerdo con cariño porque fue una primera vez esperada y libre, diametralmente opuesta a la primera vez sexual. Fue  como si me hubiesen instalado un software para componer la vida en mí.  Desde ahí en adelante mis juicios fueron más severos y más profundos. Me enternecí con las patas de empanada de los niños de dos años y me enrabié como fiera con los hombres abusadores de la inocencia de mis quince.

La marihuana me hizo salir la muela del juicio. Me quitó la preocupación del cuerpo y sus banales rituales, exigidos para  marchar de  uniforme decadente y marino en las filas de la ignorancia escolástica. Me lavé menos los dientes y comí más helados de frutilla y ricolates. Me compré menos petos y más VHS de The Doors, anduve menos en micro y más a pié, porque el tiempo era para alargarlo y disfrutarlo como un beso. Mi adolescencia tuvo ese condimento, verde como la albaca y oloroso como un pomelo.

Quizás no vuelva a ser inteligente nunca, y no pueda jamás ser un formal canciller, un contralor, un senador, un jefe o un corredor en la bolsa de valores. Definitivamente odio los productos químicos sintetizados con arsénico. Creo que esa weá si que te puede dejar imbécil, insensible, mundano,  utilísimo a un sistema que funciona con un molino, en donde la sangre, la mierda y la merca hacen girar las aspas.

 

*Karen Hermosilla es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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