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China errante

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Llegado ese momento, se impuso en Chile y en China la necesidad de hacer funcionar los mercados. La mala suerte que en el caso nuestro en lugar de cursar de modo ordenado y singularmente pacífico de una situación a otra, como en China, lo hicimos bajo la bota de una criminal dictadura…


Por Manuel Riesco*

Xu Zonghen, alcalde de Shenzhen, ha informado que 682 fábricas han cerrado este año en esta zona económica especial limítrofe con Hong-Kong, dejando a 50.000 chinos sin trabajo. Algunos saquearon una fábrica de juguetes porque no les pagaron el sueldo. «Muchos de ellos son inmigrantes» dijo el Sr. Xu. «Algunos ahora trabajan en otras compañías en Shenzhen, algunos trabajan por cuenta propia y otros han regresado a sus pueblos.» Podría estar hablando de Chile, donde los trabajadores rotan constantemente entre trabajos asalariados de corta duración y otros por cuenta propia, y todavía un buen número son temporeros que van y vienen desde el campo.

Sin embargo, en el caso de China, subraya el Financial Times del 27 de noviembre del 2008 que publica esta información, de los 8.5 millones de personas que viven y trabajan en Shenzhen, menos de una cuarta parte están clasificados como «residentes permanentes» con derecho a beneficios sociales como educación, salud y vivienda.

El resto tiene estos derechos, pero en sus pueblos. Mientras andan de inmigrantes deberían tener derecho la seguridad social pagada por ellos y sus empleadores. Sin embargo, los mismos encargados de políticas sociales reconocen que ni unos ni otros pagan sus cuotas, aprovechándose de la buena salud y juventud de los trabajadores. Adicionalmente, de acuerdo a una oficina del gobierno local, podrían haber otros seis millones de inmigrantes no registrados en la ciudad. Algunos se los puede ver durmiendo en calles que cierran para estos efectos, donde ordenados se acuestan sobre el pavimento, uno a los pies del anterior, en largas filas paralelas que llegan de un extremo a otro dejando estrechos pasillos entremedio.

Según cifras oficiales del gobierno, los trabajadores inmigrantes suman ya 140 millones. Para proporcionar trabajo a los nuevos que llegan año tras año la economía china debe crecer a lo menos 8%. El problema es que el Banco Mundial ha rebajado su estimación de crecimiento desde 12% el 2007 a 7,5% el 2009.

Ello se debe al impacto de la crisis sobre las exportaciones, que en China representan un 37% del PIB, el triple que las cifras comparables en EE.UU o Europa, e incluso en Japón donde representan solo el 17% (FT 27/11/2008). Podría empeorar.

Preocupado, el gobierno chino acaba de anunciar un enorme paquete de estímulo por mas de 500.000 millones de dólares, que representan más de un 7% del PIB de ese país. Durante un seminario celebrado por estos días en Beijing con los encargados de las políticas sociales, éstos se turnaban entre las sesiones y diversas reuniones donde iban a defender que parte significativa del paquete de estímulo se dedicara a fortalecer el gasto social. Actualmente éste alcanza a poco más del 9% del PIB. En el caso de Chile se encuentra en alrededor del 14% del PIB, parecido al promedio de América Latina, mientras Argentina y Uruguay y aún

Brasil destinan más de un 20% y los países desarrollados más de un 30%. Sin embargo, los chinos piensan que lo van a lograr subir sustancialmente durante la presente crisis, precísamente como una manera de combatirla, tal como lo hizo Corea durante la crisis de 1997. No parece mala idea para Chile.

Visitar Beijing tras los Juegos Olímpicos produce un impacto tan grande como Shanghai o Seul hace una década. En el curso de la misma prácticamente hicieron la ciudad de nuevo, en muchos barrios al menos. Lo que está surgiendo es una metrópolis gigantesca y modernísima, con un diseño planificado que recuerda en algo a Brasilia, de grandes avenidas canales y parques, entre concentraciones que suman miles de edificios de 20 a 30 pisos y servicios públicos nuevos y excelentes. «Ya tiene 17 millones de habitantes y si no mantenemos alguna restricción puede crecer de manera explosiva.» De esta manera explica una especialista en políticas sociales el hecho que a los inmigrantes no se los incluyan en los servicios de las ciudades donde llegan a trabajar, sino que los mantengan registrados en los de sus pueblos de origen. Sin embargo, otros colegas la miran feo y reconocen que se trata de una situación insostenible y que algo tienen que hacer y rápido.

Las tensiones van en aumento, entre ellas, el hecho que si bien el ingreso promedio y de todos los sectores ha crecido muchísimo y muy rápido, las desigualdades se han acrecentado aún más. Hace 20 años China era muy pobre pero todos lo eran. Tenía un coeficiente Gini – un número extraño y completamente indescifrable que se utiliza para medir las desigualdades – bajísimo, del orden de 0,2, mejor que los países más desarrollados que tienen Gini del orden de 0,25. Hoy día está llegando a 0,50 parecido al promedio de América Latina, donde sólo Uruguay y Costa Rica tienen índices inferiores a 0.30, y acercándose a los peores países como Chile y Brasil, que tienen índices superiores a 0,55.

Estando allí, es arrolladora la evidencia del fenómeno social más masivo que ha vivido nunca la humanidad. Sus inmediatas consecuencias económicas maravillan al más soso. Sin embargo, ni siquiera alcanzan la mitad de camino: todavía los habitantes urbanos incluyendo los inmigrantes, representan sólo el 44% de la población china. Puesto que están migrando a una tasa vertiginosa de casi un 1% de la población por año, el proceso se completará en pocas décadas.
Esa es desde luego la explicación del milagro económico, puesto que si bien los campesinos trabajan de sol a sol, es sólo cuando migran a las ciudades que sus manos adquieren el toque de Midas: lo que tocan se vuelve en oro porque ahora sus productos se venden en el mercado y reflejan en el PIB. Claro que bien poco del oro les toca a ellos. Pasan muchas veces más incomodidades que en el campo. Especialmente en China donde los campesinos no viven nada mal y hace décadas que la revolución terminó con los señoríos y les dio tierra, salud y educación. Aún así, la atracción de la vida en las ciudades es irresistible, especialmente para los jóvenes que no soportan seguir en el aislamiento y primitivismo de la vida tradicional.

Es algo que los chilenos conocemos bien, aunque en nuestra escala diminuta. Mal que mal casi todas las familias del pueblo pueden contar una historia parecida. Sus abuelos o bisabuelos campesinos fueron enganchados al salitre, desde donde fueron a su vez expulsados por la crisis de 1930 y vinieron a caer en los conventillos de Santiago y otras ciudades desde donde sus padres salieron para organizar las tomas que conformaron las poblaciones donde vive buena parte de la población urbana. Otros, muchos, llegaron después que Pinochet y los nuevos dueños de reservas o plantaciones forestales los expulsaron tras el golpe. Así, de un modo u otro, de ser mitad campesinos en el censo de 1930 bajamos a un 10% hoy; y seguimos bajando. Al igual que en China, el Estado desarrollista fue el que acompañó en Chile este proceso, enseñando a leer, dando medio litro de leche a todos los niños y cuidado en el parto a sus madres; y extirpando de cuajo el latifundio durante su climax revolucionario en tiempos del Presidente Allende.

De ese modo se crearon en Chile y en China las condiciones de partida, la premisa indispensable pero rara vez explicitada del funcionamiento de los mercados modernos: la existencia previa de millones de trabajadores más o menos sanos y educados, urbanos en buena parte, pero en cualquier caso liberados de las ataduras de la vida campesina tradicional.

Llegado ese momento, se impuso en Chile y en China la necesidad de hacer funcionar los mercados. La mala suerte que en el caso nuestro en lugar de cursar de modo ordenado y singularmente pacífico de una situación a otra, como en China, lo hicimos bajo la bota de una criminal dictadura contra-revolucionaria. Bajo sus capotes se guarecía una joven burguesía llena de odio revanchista hacia el Estado y los trabajadores que habían expropiado a sus padres. Nada de raro que abrazaran con fervor religioso las teorías más extremistas y perversas de los neoliberales que por esos días resucitaban en el mundo a medida que los financistas asumían el volante en las alturas de comando de la economía mundial como ocurre cada cierto tiempo. Así, a diferencia de lo que ocurre en China, acá destruyeron en buena medida los que nos había costado medio siglo construir. Desmantelaron con saña digna de triunfadores de una guerra civil los servicios públicos que hoy tenemos que reconstruir, y rebajaron los ingresos de los trabajadores y los derechos de todos los ciudadanos.

Los chinos han sido mucho más diablos, mas viejos, más sabios. Se han ido despacito por las piedras, manteniendo un firme control del Estado. Menos mal. Imagine por un instante el lector el caos espantoso que sería ese proceso multitudinario si no hubiera Estado.
Puesto que en el caso de China la cantidad se transforma en calidad. El proceso es tan inmenso que se convierte en otra cosa. Basta considerar que los 140 millones de inmigrantes constituyen un número parecido pero todavía mayor que la fuerza de trabajo de los EE.UU. Por lo tanto, cuando llega a Chile la hora que estalle el mercado moderno pasa mucho adentro pero no incide en nada afuera. En China, en cambio, cambia el equilibrio de fuerzas en el mundo. Si se junta con el mundo emergente confinará al desarrollado de hoy a repetir la declinación relativa de la soberbia Inglaterra del siglo XIX. Según Robert Brenner, además, hace bajar la tasa de ganancia en las industrias transables en los países desarrollados y causa los ciclos seculares «del oso» que se manifiestan las economías capitalistas más desarrolladas.

Para hacerse una idea aproximada de lo que ocurre en China hay que considerar América Latina en su conjunto. Tiene el doble de superficie pero un poco menos de la mitad de la población: 600 contra 1.300 millones. Se encuentra asimismo en plena transición, pero más adelantada puesto que acá la proporción de habitantes urbanos y rurales es la opuesta: 60% ya ha migrado y falta un 40%. Por eso mismo, el PIB de América Latina ajustado por poder de compra es de alrededor de 5 billones de dólares y el de China de 7 billones a pesar que su población es el doble. Asimismo, las inmensas ciudades de AL reciben año tras año millones de inmigrantes: allá del orden de 10 millones, acá un poco menos de 5 millones los que llegan. Al igual que China hoy, AL en su conjunto vive asimismo el momento mágico y terrible de la explosión de los mercados modernos. En ambos casos el Estado desarrollista creó previamente sus premisas esenciales a lo largo del siglo pasado. Por cierto, los latinoamericanos no nos damos cuenta de todo esto porque permanecemos balcanizados y atraídos cada país por separado a la órbita de la inmensa masa que tenemos al norte. Sólo se han salvado Cuba por su dignidad y Brasil por su tamaño inmenso, que representa un 40% de la superficie y un tercio de todo lo demás. Menos mal que corren nuevos aires y aparecen por doquier gobiernos dignos y responsables respecto de la integración, nuestro principal desafío para enfrentar el mundo del siglo XXI.

Si se quiere elevar un poquito más la mirada todavía, el mundo en su conjunto vive asimismo este proceso de masividad impresionante. Se encuentra exactamente a medio camino, es decir un poquito más avanzado que China y un menos que América Latina. Según el informe de población del 2006 de la ONU, la humanidad alcanzó ese año un hito decisivo: por primera vez los habitantes urbanos igualaron a los campesinos en número. El corolario es similar al de China. La llevó miles de años a la mitad de la humanidad alcanzar este punto. En estricto rigor ha demorado poco más de 200 años y la otra mitad realizará el mismo trayecto en el curso de los próximos cincuenta. Ello significa que los gobiernos del mundo emergente tienen que lidiar hoy año tras año con nada menos que 50 millones de inmigrantes.

Miradas así las cosas, que mezquinos aparecen los pueblos de Europa que hoy se espantan y reaccionan agresivos contra un flujo de inmigrantes que en lo fundamental forma parte del mismo proceso. En su caso no reciben ni 1,8 millones por año y ciertamente les ayudan mucho realizando los oficios mas molestos y compensando su tendencia a no tener hijos. EE.UU. recibe una cantidad similar.

Que soberanamente ridículo aparece el paco que imbuido de su importancia controla con desprecio los pasaportes de los chinos que llegan en el vuelo de regreso a Europa, demorando a cada uno el triple que sus rubicundos vecinos que venían en el mismo  vuelo y antes de despegar se los veía achunchados y boquiabiertos ante la magnificencia del nuevo e inmenso aeropuerto de Beijing.

Visto de este modo China no parece otra cosa que el mundo de hoy en pequeño.

 

*Manuel Riesco es director de CENDA, Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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