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La crisis y el capitalismo

Lo que habrá de seguir a la crisis de ninguna manera será un auge económico general. Más bien, una disminución generalizada del consumo individual y social, y una aún mayor concentración de la riqueza y el bienestar en grupos minoritarios. La gran mayoría, además, estará pagando las deudas que …


Por Alexander Shubert*

Imaginarse dónde va a ir a parar, o mejor dicho, por dónde habrá de desbarrancarse la economía capitalista globalizada, ha pasado a ser la pregunta del día. Los pronósticos del desastre son cada día peores, tanto, que hasta el Banco Mundial se ha dado cuenta que las cosas andan mal, y que pasará tiempo antes de que mejoren. Quizás decenios e, incluso, siglos hasta que el mundo vea recomponerse un modelo de acumulación global de riqueza como el que estamos viendo venirse abajo ahora. ¡Quizás en buena hora!

Supuestamente, una vez «reactivada» la economía de EE.UU., Japón  y de la Unión Europea, habrá rápidamente una nueva fase de crecimiento y prosperidad. La ilusión o, mejor, el engaño no pueden ser mayor. No sólo porque los programas «keynesianos» que ahora están prometiendo implementar quienes hasta hace poco se oponían tenazmente a ellos, son en sí mismos un anacronismo puro. Sino porque la destrucción mundial de capital y riqueza a consecuencia de la crisis es tan masiva, que el capital restante necesariamente deberá concentrarse en áreas geográficas y políticas restringidas para recuperar sus antiguos niveles de rentabilidad y acumulación.

Lo que habrá de seguir a la crisis de ninguna manera será un auge económico general. Más bien, una disminución generalizada del consumo individual y social, y una aún mayor concentración de la riqueza y el bienestar en grupos minoritarios. La gran mayoría, además, estará pagando las deudas que están asumiendo los Estados para salvar precisamente a esas minorías de la quiebra actual. Ello no quiere decir que la globalización del capitalismo desaparezca de un día para el otro. Pero sí que todo intento por integrar a las grandes masas de la población a él será cosa del pasado. El capitalismo global será cada día más elitista y disgregador.

Habiendo tomado conciencia de esta situación, los sectores intelectuales más críticos de EE.UU. no han vacilado en plantear que la única posibilidad real que tiene EE.UU. de sobrevivir como nación, es romper su dependencia del comercio y los flujos de capital mundiales. De hecho, haber hegemonizado la economía mundial ha resultado para los EE.UU. extremadamente oneroso y desestructurante. Los cientos de miles de cesantes que comienzan a llegar a las calles, para acampar en los parques públicos a falta de un lugar donde quedarse después del desalojo de sus viviendas, prometen un grado de violencia interna desconocido desde la guerra civil. Por muy inteligente y atractivo que sea, el nuevo Presidente tendrá que volcarse primero a mantener la unidad de su país, antes de preocuparse por lo que le pasa a la economía mundial. Y con eso tendrá para rato.

La Unión Europea parece en mejor estado. Pero Grecia y otros países ya van mostrando los primeros síntomas de crisis democrática. Es poco probable que la burocracia deslegitimada de la Comisión Europea, que une a estos Estados a nivel supranacional, pueda sobrevivir si estos quiebres se profundizan. Similar a los EE.UU., lo más probable es que también la Unión Europea esté al frente de una renacionalización de sus Estados y economías. Y sobre el otro centro del capitalismo mundial ya no hay que perder muchas palabras. Japón ha caído nuevamente en la recesión, que bien puede transformarse en depresión, haciendo florecer la semilla del más furibundo nacionalismo, que ha venido siendo cultivada con mucha paciencia durante por lo menos los dos últimos decenios.

Aparentemente, la crisis ha golpeado al «centro» del capitalismo mundial más fuerte que a su «periferia», donde hasta ahora se siente como fenómeno más bien externo. Surgen por allí entonces teorías que pretenden ver precisamente en estos países, entre los que contra toda evidencia se incluye China, los pilares del resurgimiento de una dinámica de desarrollo capitalista global. Supuestamente, el trillón y medio de dólares que China tiene depositado en los EE.UU. le dará la autonomía requerida para operar al margen de la crisis de la economía mundial. En menor escala, respecto de Chile se ha afirmado aquí lo mismo.

El problema está en que o China saca ese trillón y tanto de los EE.UU. antes de que no valga nada, agudizando las tendencias nacionalistas en ese país, o que de todas maneras después ya no tenga cómo recuperarlo. Además, ¿qué podría hacer China con esas «reservas»? ¿Comprar los puentes y carreteras que el programa de Obama pretende construir para «reactivar» la economía de su país? ¿O quizás comprar empresas quebradas como General Motors? Si fuera por eso, China podría comprar varias de las empresas cotizadas en Wall Street. El montón de basura no sabría dónde llevárselo.

Para «reactivarse», la economía capitalista deberá generar nuevos modelos de acumulación, reorganizando no sólo sus finanzas, sino todo su aparato productivo y, con ello, la división internacional del trabajo y el comercio mundial. En esta reestructuración habrá necesariamente ganadores y perdedores, entre estos últimos los sospechosos de siempre: los países más pobres, con grandes masas de personas poco o nada capacitadas, con estructuras políticas inestables e ineficientes, y una justicia débil e inaccesible.

Sueñen entonces los nuevos «keynesianos» con lograr la reactivación con recetas más que añejas. Sus esfuerzos están condenados al fracaso. Con mayor razón se hace necesario volver a soñar con alternativas nuevas.

*Alexander Schubert es economista.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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