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Sexo, sudor y cuotas

¿Qué lleva, entonces, a enfrentar los rigores de la putrefacción corporal a aquel grupo de ciudadanos? ¿Qué existe tras el interés generalizado que llena páginas con los mismos datos (es imposible no saber la lista de canciones del show a estas alturas) y que tiene a los programas de farándula …


Por Jorge Acevedo*

Una cosa es esperar a Iron Maiden empapado en sudor y con el requerimiento (popular y urgente, de tus vecinos de metro cuadrado) de una ducha, y otra muy diferente es que esta sea la antesala de tu primer encuentro con Madonna. Sí, el encuentro final con la DIVA, como la nombran todos y cada uno de los transpirados leales en sus 48 horas de poco higiénica vigilia. Mientras el bueno de Bruce Dickinson empaparía de lágrimas su tumba egipcia ante tamaño fervor, probablemente la chica material desinfectaría todo el contorno del escenario. No confundamos fanatismo con desubicación. Por favor.

Cuando los recitales eran efectivamente masivos tenía un sentido práctico llegar con una alta anticipación a los conciertos. Para clarificar, cuando la cancha era un apostolado que cumplían los verdaderos fans (quienes dejaban de lado excentricidades burguesas como ir al baño, tomar agua o sentarse), la espera no sólo era recompensada por una mejor ubicación frente al ídolo de turno, sino por esa cuota de heroísmo que tiene toda acción irracional.

Todo cambió con el carnet de identidad. Y con la tarjeta de débito. Y con los ingeniosos que combinaron ambas variables en sus neoliberales oficinas. Ahora, el mega-hiper-golden-vip-box ocupa con unas coquetas (y caras) sillas lo que antes fue terreno de intrépidos. Ya no es necesario arriesgarse a una tortícolis para estar sentado y ver el espectáculo, como le sucedía al espectador de Andes o Pacifico. Por el contrario, los del problema lumbar son los de cancha «normal» que deben colocarse en posiciones dignas de Kamasutra para observar el decorado final del peinado de la artista. Quien, valga decir, debe muchas veces esperar a que su espectador esté cómodamente sentado para continuar su espectáculo, como le sucedió al mismísimo Rod Stewart en su visita de este año a Chile. «¿Puedo seguir?», increpó el escocés a un espectador de primera fila en San Carlos de Apoquindo al tercer tema. Por supuesto, posom.

¿Qué lleva, entonces, a enfrentar los rigores de la putrefacción corporal a aquel grupo de ciudadanos? ¿Qué existe tras el interés generalizado que llena páginas con los mismos datos (es imposible no saber la lista de canciones del show a estas alturas) y que tiene a los programas de farándula entrevistando a reporteros que han conversado con gente que vio el espectáculo, en el mejor ejercicio de meta periodismo? ¿Los 80s? Bah, Madonna ha sido famosa pre y post peinados escarmenados. ¿Desviar la atención pública? No, para eso están los órganos pro y anti oficialistas, para fijarnos en los errores del otro. ¿Recordarnos que estamos a solo un paso del primer mundo? Es que acá tenemos la mejor infraestructura, el público más respetuoso, conocedor y que no sólo está dispuesto a soportar un sistema realmente engorroso de venta de entradas, sino el precio más caro de su gira latinoamericana. Además tener a Madonna en Chile 15 años después de su anterior visita a la región (cuando se prefirió evitar un espectáculo basado en un disco llamado «Erotic» y en un libro de nombre «Sex») nos recuerda que ahora somos todo lo civilizados que necesita la mayor estrella pop del mundo para regalarnos una visita y un poquito de su glamour.

Por lo anterior, es que tamaña ocasión requiere del mejor vestuario y la más cuidada presentación, en el verdadero «who is who» de la fauna local. Por lo mismo es que se DEBE pagar 1,3 sueldos mínimos para sentir a Madonna igualito que en el plasma de mi living. ¿Es necesario tener cerca, entonces, señor carabinero, a esos muchachos con 48 horas de débito de agua caliente? ¿Es que nadie les avisó que NO es Iron Maiden quien toca hoy en Santiago?   

*Jorge Acevedo es periodista, académico de la UDP.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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