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La crisis de la política chilena

Para la elección presidencial del próximo año, aparece ya como inevitable que tendremos una confrontación entre dos coaliciones que representan el pasado. Ninguna ha entendido el Chile que ha salido del horno después de 20 años de crecimiento económico y democracia, ni mucho menos…


Por Daniel Brieva*

La política chilena está en crisis. No se trata, afortunadamente, de una crisis de conflictividad aguda, como la que vivió Chile en 1973. Tampoco se trata de una crisis de desintegración política como la que azota a Perú o Ecuador desde hace años, con innumerables y minúsculos partidos políticos apareciendo y desapareciendo con la rapidez de los ciclos eleccionarios. Menos aún se trata de una crisis de corrupción generalizada- basta mirar a Argentina o México para entender lo que el clientelismo y la corrupción realmente son. No; nuestra actual crisis política es una crisis de representación. Es una crisis de la capacidad de nuestros partidos y líderes políticos de identificarse con las aspiraciones, sueños e intereses de la gran mayoría de los chilenos. Es una crisis de la capacidad de articular relatos llenos de sentido colectivo, que nos inviten a soñar sueños compartidos y que nos motiven a sacar lo mejor de nosotros mismos para construir el Chile del futuro. De modo más profundo, es una crisis en la capacidad de los chilenos comunes y corrientes de identificarse con sus líderes y representantes. Percibidos como una elite cerrada en su reclutamiento y autorreferente en su discurso, nuestros líderes de antaño se han transformado en la ‘clase política’ de hoy, distinta y lejana a los ciudadanos comunes y corrientes.

En un país que en los últimos 20 años ha dado saltos impresionantes en su ingreso, que cuenta con una ciudadanía más educada e informada y cuyos derechos civiles, políticos y sociales se respetan más y mejor, la gente se siente en condiciones de exigirle más a sus políticos que antes. Menos dóciles, menos temerosos del conflicto y empoderados por su incipiente rol como consumidores, los ciudadanos del siglo XXI tienen nuevas expectativas sobre lo que la política les puede y debe entregar. Frustrados por una Concertación que ha perdido su impulso modernizador y que ha devenido una simple asociación para mantener el poder, y alienados por una Alianza sin mística ni propuestas distintivas e incapaz de cortar el cordón umbilical con la dictadura, los chilenos nos hemos vuelto profundamente cínicos respecto a ‘los políticos’ de lado y lado. Los rechazamos como grupo y con una virulencia que recuerda a la de los argentinos con sus propios políticos, a pesar del abismo en la calidad de desempeño que existe entre unos y otros.

¿Cómo salir de esta situación? Por lógica, sólo hay dos caminos: o aparecen nuevos partidos que rompan el duopolio Concertación/Alianza o los partidos ya existentes se renuevan generacional y programáticamente desde dentro. La primera opción se ve dificultada por la combinación de un sistema electoral que castiga brutalmente al que llega tercero, y una ley de partidos políticos que pone barreras muy altas a la creación de nuevas alternativas. El segundo parece más fácil, pero la poca democracia interna de los partidos dificulta enormemente la aparición de liderazgos emergentes, a la vez que una rápida mirada a las juventudes políticas de cualquier partido es suficiente para salir llorando: cunas de docilidad, reproducen fielmente el discurso confrontacional y añejo de sus mayores, y no son más que el servicio miliar obligatorio para aquellos jóvenes con esperanza de ser parlamentarios en el futuro. En ellas no se respira un aire de renovación y futuro. Así, con la renovación desde fuera bloqueada por un sistema institucional que privilegia sin sutilezas la estabilidad por sobre la representatividad, y la renovación desde dentro por la falta de democracia interna y una aparente falta de capital humano joven, el dilema en que nuestra política está metida no es fácil de resolver.

Para la elección presidencial del próximo año, aparece ya como inevitable que tendremos una confrontación entre dos coaliciones que representan el pasado. Ninguna ha entendido el Chile que ha salido del horno después de 20 años de crecimiento económico y democracia, ni mucho menos se ha adaptado a él.

Ninguna tiene el lenguaje o la credibilidad para hablarle a la creciente proporción de chilenos dispuestos a no basar su voto solamente en el eje pro/anti Pinochet. Ninguna nos presentará, al parecer, un candidato presidencial que lleve menos de 18 años en las más altas esferas de la política. Para colmo, sus desempeños recientes hacen difícil evitar la sensación de que competirán los que merecen perder contra los que no merecen ganar. Así las cosas, sólo queda invertir desde ya en el futuro. El 2014 puede parecer lejos, pero para todos los que desde cualquier mirada ideológica sueñen con una política renovada, menos elitista y más representativa de los problemas y aspiraciones del común de los mortales, el tiempo de construir es ahora.

*Daniel Brieba, Independientes en Red.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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