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Cuando el fútbol se convirtió en trabajo

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Lo que antaño tenía que divertir no sólo al espectador sino que también al propio ex jugador, hoy empleado de una empresa deportiva, se va convirtiendo, poco a poco, en una serie de procedimientos y mecanismos rígidos cuyo único objetivo es la mercancía resultante, a saber, el resultado del partido.


Por Héctor Cataldo*

Ya Herbert Marcuse lo anunciaba a mediados de la primera mitad del siglo XX: hay juegos que se transforman poco a poco en trabajo. El deporte en general, para que tenga éxito, debe dejar de ser un simple juego y convertirse en un «noble» trabajo.

En nuestro país, el fútbol y otros deportes se caracterizan por establecer reglas propias de una empresa que produce mercancías, establece relaciones de competencia y se identifica con la lógica del consumo como con los procesos de explotación.

El fútbol se define en el mercado, y si éste no es consumido no es rentable. El fútbol de los últimos 20 años así lo demuestra. Junto con desarrollarse al alero del despliegue y consolidación de la cultura de masas, ha convencido a la gente que el juego es un trabajo y que, por tanto, si un deporte quiere «surgir» requiere de trabajadores-jugadores «emprendedores» que adquieran la conciencia de que con la práctica del juego no basta. Ser competitivos y eficientes, y no sólo creativos y habilidosos, es la norma contractual.

Lo que antaño tenía que divertir no sólo al espectador sino que también al propio ex jugador, hoy empleado de una empresa deportiva, se va convirtiendo, poco a poco, en una serie de procedimientos y mecanismos rígidos cuyo único objetivo es la mercancía resultante, a saber, el resultado del partido.

Lo lúdico de un juego es reemplazado por la precisión del trabajo: los errores ya no forman parte del riesgo de la creatividad sino que manifiestan la calidad de «ineficiencia», aunque la creatividad tiene que estar sujeta al resultado o, a lo que es lo mismo, a la relación entre la inversión y la ganancia.

La habilidad extraña de llevar una esfera con los pies lanzándola, con una también extraña precisión, a otro, sólo tiene sentido si tal serie de maniobras produce dinero. Y si produce alegría mejor todavía, pero sólo alegría sería un fracaso.

Modernizar el fútbol, en Chile a lo menos, significa dotarlo de las cualidades del trabajo e integrarlo al circuito del mercado. Un fútbol exitoso es el que proporciona la mayor cantidad de ganancias a los inversionistas.

Un fútbol habilidoso es menospreciado si no logra los resultados que proporciona una mejor circulación en el mercado. Así, ser obediente, cercenar la habilidad, seguir la pauta confeccionada, cumplir con las «obligaciones», son más importantes que la habilidad desatada, la destreza y múltiples capacidades sin esa obediencia primaria. Jugar por jugar ya no tiene sentido.

 

*Héctor Cataldo es Investigador y académico de ELAP, Arena Pública, plataforma de opinión de Universidad ARCIS.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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