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La otra primaria del 2009: El PDCH.

Se reconoce que la Concertación restableció la convivencia, realizó programas sociales, insertó en el mundo y modernizó en infraestructura. Hay autocrítica para reconocer el error de bajar el perfil a problemas de corrupción, el centralismo excesivo, el estilo clientelista, la poca proactividad…


Por Esteban Valenzuela*

Hagamos ejercicios de contra-historia, aquello que pudo o pudiera ser en un curso disruptivo a la pesada continuidad de los hechos (aquellos que porfiadamente dicen que la Concertación ya no es mayoría y que Piñera le ganaría a Frei e Insulza). Parte de esta imaginación la sugirió el crítico filósofo Max Colodro, quien presagió la debacle hace mucho tiempo, y que se imagina una primaria centro-izquierdista entre Carolina Tohá y Claudio Orrego.

Nosotros imaginamos otras cosas y otros rostros. Hubo big-bang autocrítico y creativo en la centro-izquierda. La presidenta optó no sólo por su popularidad, sino por liderar la transformación de la coalición. Calló a los paladines verboreicos y puso un tono más grave, menos de arenga y más de invitación a reencontrarse e invitar.

La Concertación ha decidido acabar con el tiempo de la guillotina con los disidentes. Los Robespierre aunque se dejen la barba rala a lo hippie, son dejados en segunda fila.

Se ha conformado el Partido Demócrata Chileno (PDCH) para enfrentar una nueva etapa. Se reconoce que la Concertación restableció la convivencia, realizó programas sociales, insertó en el mundo y modernizó en infraestructura. Hay autocrítica para reconocer el error de bajar el perfil a problemas de corrupción, el centralismo excesivo, el estilo clientelista, la poca proactividad en transformación económica hacia la equidad, el manejo aparatiento en la cúpula de cuatro partidos y la desconexión con los jóvenes.

 Se opta como PDCH por superarse en un gran movimiento democrático, que incluye a izquierda extraparlamentaria, disidentes, colorines y díscolos. Se acuerda elegir todos los cargos públicos por primarias, generando inclusión, renovación y oxígeno.

Se hace un pacto de modernización democrática con la derecha, la que acepta la inscripción automática de los jóvenes y el perfeccionamiento del binominal (se agregan cupos a los partidos que alcancen el 5%), a cambio de la apertura de la centro-izquierda a  que el pueblo elija sus gobiernos regionales y alcaldes mayores en las zonas metropolitanas. El poder se renueva y se diversifica. Un gobierno de «Santiago» se hace cargo del transporte. La oposición gana cinco regiones y promete mostrar sus «innovaciones».

El PDCH hace su primaria en que participan ochentistas de sus distintas sensibilidades; Alejandro Navarro, Claudio Orrego, Carolina Tohá, José Antonio Gómez, Marco Enríquez y Jaime Mulet. En marzo será en el norte grande, en abril en el sur, y en mayo culminarán en la zona central. Cada territorio levanta sus demandas y preocupaciones esenciales.

Hay polémica, pero respeto. Se reconoce la diferencia en temas valóricos (aborto terapeútico), pero se acepta la legitimidad de debatirlo. Se acuerda un plan nacional para asegurar internet a los hogares de clase media baja y sectores populares. Habrá fondos de apoyo a los nuevos emprendimientos por regiones. Hay un pacto para fortalecer la educación público-municipal incluyendo un fomento de la creatividad con academias extraescolares y juegos. La Contraloría se ha fortalecido en el control previo y la corrupción comienza a bajar. Se acabaron las mafias y ya no hay «señores» dueños de regiones o ministerios.

El PDCH nació el primer semestre del 2009 o no cuajó. En julio cuando las encuestas les digan lo inevitable, ya será demasiado tarde para la tragedia griega. Pero cuatro años podrían no ser tanto tiempo, o quizás una pesadilla. Esa es otra historia, que aún no se escribe.  

*Esteban Valenzuela es diputado independiente.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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