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El juego del miedo

Cuando se cuenta sobre esta práctica de medición en los otros países de América Latina, existe incredulidad y sorpresa, pues en Uruguay y Argentina, por nombrar algunos, la entrada a las universidades públicas, y por lo tanto gratuitas, es liberada. En el camino los alumnos van descubriendo…


Por Karen Hermosilla*

La prueba de selección universitaria, PSU, como lo fue anteriormente la prueba de aptitud académica, PAA, es el instrumento que separa, se supone, la paja del trigo en nuestro país. Es un verdadero juego del miedo pues sanciona irrevocablemente el futuro, decidiendo quienes merecen continuar su educación y quienes no pueden pensarse  dentro de las aulas.

277.016 son los jóvenes inscritos  que se vieron sometidos a esta prueba de selección múltiple, de los cuales 198.793 corresponden a estudiantes egresados en 2008. Un aumento en las distintas categorías en que se presentan los competidores: Municipales: 117.343 (16,18% más que en el proceso 2008), Particulares Subvencionados: 131.437 (16,85% más que en el proceso 2008), Particulares Pagados: 26.557 (3,21% más que en el proceso 2008), Sin información: 1.679 (2,38% más que en el proceso 2008) nos habla de la importancia que tiene para miles  este método que valida los conocimientos según un puntaje. Es por eso que la enseñanza media se dedica esencialmente a preparar esta prueba, convirtiendo la institución educativa en un gimnasio de preguntas y respuestas, en donde el maestro es trocado por un entrenador de alto o bajo rendimiento, según sea el monto con que cuente el alumno para pagar este servicio.

En Chile existe una concepción completamente errada de lo que es la educación. Lejos de combatir la ignorancia y dar herramientas para una vida adulta que aporte a su entorno, es un trampolín de ascenso social. La educación es meramente utilitaria para obtener beneficios económicos y status. Y esto radica precisamente en los métodos para obtener este fin.

La prueba de selección universitaria mide además de los conocimientos, que patéticamente son disímiles entre ricos y pobres, el estado anímico, su contención emocional, su hábitat,  la coyuntura del alumno con sus miedos, aprehensiones, presiones  y ansiedad por qué irá a pasar con él luego de los resultados que pautearán su vida según un puntaje. Además de una suerte de excitación, de adrenalina, pues factores como el tiempo son determinantes en la rendición de una «buena» prueba.

Cuando se cuenta sobre esta práctica de medición en los otros países de América Latina, existe incredulidad  y sorpresa, pues en Uruguay y Argentina, por nombrar algunos, la entrada a las universidades públicas, y por lo tanto gratuitas, es liberada. En el camino los alumnos van descubriendo si tienen «dedos para el piano» y la vocación se transforma en el único imperativo.

Por este motivo es del todo controvertida la asignación de puntos a las diversas carreras. La base moral encarnada por  los profesores es exigida con el menor puntaje, entrando todos aquellos que no les «alcanzó para otra cosa». De esta forma los educadores, quienes tienen la misión de rasar la cancha de los competidores, llegan, en su mayoría, circunstancialmente a desempeñar esta labor.

En el caso de los alumnos que quieren estudiar  medicina, estos  deben rendir una prueba prácticamente perfecta, que no refleja la simple educación formal, sino una instrucción basada en técnicas enseñadas en pre-universitarios.  Esto hace que el universo sea reducido y esté circunscrito a personas que poseen mayor poder adquisitivo. Además,  al pedir el máximo puntaje, entran creyendo a priori que tienen superioridad frente a las demás profesiones y son una casta especial por un  sumo talento cognitivo. De ahí radica el débil compromiso con el juramento de Hipócrates, que de una vez debería ser denominado juramento de hipócritas. La mayoría de los jóvenes que estudiaron esta carrera, no hacen servicio público y están interesados en recuperar la inversión con la mayor celeridad posible.

Todas estas razones explican la crisis estructural en la educación y la salud en Chile, predestinada desde el primer circulito rellenado con acuciosa exactitud por miles de estudiantes que no pueden entronizar a   la educación como factor de cambio, sino como continuidad de la segregación y el criterio procedimental y estadístico.

Es necesario que el Estado y las universidades bajo su alero propongan cambios radicales a propósito de esta prueba, replanteé las políticas de asignación  de puntajes y otorgue becas anuales para que los alumnos estudien medicina y pedagogía de forma gratuita para que luego sea devuelta en un trabajo dedicado que dignifique a la sociedad en su conjunto.

*Karen Hermosilla es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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