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La ilusión de los estímulos fiscales

Lo más sorprendente de las propuestas en boga, es la suposición que el gasto fiscal puede ayudar a superar la crisis financiera. Después de haberlo negado sistemáticamente, muchos coinciden en señalar a ésta como fuente de la crisis «real»…


Por Alexander Schubert*

Según el Fondo Monetario Internacional, se requiere de un «estímulo fiscal» equivalente a 1,2 trillones de dólares para evitar que la recesión económica mundial se trasforme en depresión. Supuestamente este «estímulo» retrotraería a la economía mundial a su crecimiento anterior. Hay quienes afirman que si el estímulo se realiza de manera coordinada internacionalmente, también podrán solucionarse problemas estructurales, como el uso intensivo de energías no renovables, las emisiones contaminantes, la descapitalización de empresas productivas, el abuso del crédito, etc. Supuestamente, se trata de aplicar las recetas de antaño de J. M. Keynes. Sin embargo, lo que era revolucionario hace 80 años, hoy no es más que un intento ridículo de mantener estructuras añejas y desprestigiadas, que obviamente no contribuirán en lo más mínimo a evitar el desastre.

Para empezar por lo más simple. La suma de los programas de reactivación propuestos es en sí misma completamente arbitraria e insignificante. Calculado a manera gruesa, debido a la carencia de estadísticas agregadas precisas, el gasto público anual mundial ha alcanzado, en años recientes, un equivalente de unos 20 trillones de dólares. En promedio, se puede calcular que los presupuestos fiscales han ido aumentando anualmente entre el 3 al 5 por ciento del producto mundial. Tomando esta última cifra, se llegaría a que los gastos fiscales, en el mundo, han ido aumentando cada año en un trillón de dólares.

Ahora bien, ¿si el aumento de los gastos fiscales anuales en este orden no evitó la crisis, qué hace suponer que adicionar un monto similar puede ser la varita mágica para salir de ella? ¿No será que el aumento persistente de los gastos fiscales no ha tenido efecto alguno sobre la estabilidad el crecimiento económico mundial, y que, por lo tanto, duplicarlo ahora tampoco lo tendrá?

Lo más sorprendente de las propuestas en boga, es la suposición que el gasto fiscal puede ayudar a superar la crisis financiera. Después de haberlo negado sistemáticamente, muchos coinciden en señalar a ésta como fuente de la crisis «real». Curiosamente, ahora es responsabilidad de la economía real salvar al sistema financiero. Ello se lograría construyendo centrales atómicas (como lo proponen los chinos), aeropuertos, carreteras, puentes, y hasta techos para estadios deportivos (véase la lista de «proyectos» que los alcaldes norteamericanos han presentado a su presidente electo) o, como en Chile,  subvencionando los sueldos más bajos u otorgando una limosna estatal de 40.000 pesos a la población que no ha logrado en todos los decenios anteriores un ingreso digno. Es decir: la demanda «real» debe salir en ayuda del sistema financiero, para que este se reponga, y todo vuelva a estar en orden.

Sin embargo, tan sólo durante los últimos 6 meses los estados han comprometido a lo largo y ancho del mundo sumas de dinero muy superiores a los 10 trillones de dólares, para precisamente salvar al sistema financiero del colapso, sin obtener prácticamente resultado alguno en cuanto a la reactivación del crédito. Poco o nada hace suponer, por tanto, que gastar una décima parte de esa suma para supuestamente aumentar la «demanda real» pueda tener éxito mayor.

De hecho, el nivel de endeudamiento privado ha llegado, en los últimos decenios, a tales niveles, que la demanda adicional que los estados pueden generar en el mercado no puede compensar, en lo más mínimo, la pérdida de capacidad de pago que la mayoría de la población está sufriendo por ese endeudamiento.

Esto es precisamente la gran diferencia respecto de los años 30 del siglo pasado, cuando Keynes, revisando sus posiciones anteriores, pero con la misma intención antisocialista, formuló su teoría de la «demanda efectiva» y su relación con los niveles de empleo. A Keynes no se le habría ocurrido afirmar que el aumento de los gastos fiscales sería el mecanismo para solucionar la crisis financiera. Esta había ocurrido años antes de su «Teoría General», y ya no tenía para qué preocuparse de ella. Cientos de bancos ya habían quebrado irremediablemente, y no existía ni por asomos un sistema de fondos de pensiones o especulativos por el cual preocuparse. Pero sí había millones de desocupados, y una miseria generalizada. Además, los gastos fiscales alcanzaban una proporción en el Producto Interno de los Estados, incomparablemente inferior a la actual.

Hoy, los millones de desocupados y la miseria generalizada comienzan a aparecer nuevamente. Sin embargo, salvo algunas bajas, el sistema financiero, que se ha apoderado como un cáncer de la propiedad de los centros productivos de la sociedad, permanece en pie. Y nadie, ni siquiera quienes son sus víctimas, están dispuestos a renunciar a él, porque supuestamente es allí donde se albergan las riquezas sociales. La población recibe la ilusión de los estímulos fiscales; las empresas financieras la realidad de los recursos del Estado. La contradicción de fondo es, sin embargo, que para hacerlo, los Estados deberán producir «estímulos fiscales» adicionales del orden de los «trillones de dólares anuales», como ha dicho Barack Obama.

Podrán hacerlo hasta que el riesgo de seguir prestándoles sea tan alto, que las tasas de interés se disparen mundialmente. Ese será el comienzo de la segunda etapa de la crisis de la economía globalizada. Esa sí va a ser en serio.

* Alexander Schubert es economista y politólogo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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