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El talón de Aquiles del sistema universitario

La Universidad es la institución que desarrolla el conocimiento y forma los profesionales que el país necesita. La investigación científica es de su esencia, porque permite el avance del conocimiento, promueve el desarrollo tecnológico y ayuda a la formación de profesionales…


Por Carlos Huneeus*

En estas semanas cada año las universidades tienen gran visibilidad por el proceso de selección de sus nuevos estudiantes. La expansión de la educación, en que el Estado ha cedido amplio espacio al sector privado y lo ha subvencionado fuertemente, explícita e implícitamente, permite a miles familias acceder por primera vez a alguna institución de educación superior. Este es un hecho valioso, pero apenas el comienzo de un largo camino para que el país tenga un sistema universitario de calidad. Hay un espejismo cuantitativo por el crecimiento de la matrícula, pero hay enormes vacíos y debilidades en su calidad. Aquí me referiré a uno, que es el talón de Aquiles del sistema universitario.

La Universidad es la institución que desarrolla el conocimiento y forma los profesionales que el país necesita. La investigación científica es de su esencia, porque permite el avance del conocimiento, promueve el desarrollo tecnológico y ayuda a la formación de profesionales. Sin investigación científica, no puede haber docencia de calidad. Y ese conocimiento para ayudar al desarrollo del país no se consigue bajando archivos de Internet o copiando investigaciones hechas en y para países avanzados. Tiene que haber investigación original.

En Chile, las universidades prácticamente monopolizan la investigación científica, siendo muy reducida la que hacen las empresas y el Estado, a diferencia de los países avanzados en que estos dos últimos actores son muy importantes. También la hacen algunos centros privados, por ejemplo, los que hacemos encuestas con las cuales contribuimos al avance del conocimiento de la política y la sociedad.

Uno de los indicadores de calidad de las universidades está constituido por los proyectos de investigación financiados por el Estado a través de Fondecyt. Este año 2009 se otorgaron 393 proyectos a las universidades en las más variadas disciplinas, desde la biología y la astronomía, hasta la filosofía y la ciencia política. Se presentaron 947 proyectos, siendo aprobados el 40,7%, por casi once mil millones de pesos.

De las 61 universidades, una  minoría hace investigación: las «tradicionales», es decir, pertenecientes al Consejo de Rectores. Hay una concentración en la Universidad de Chile, con un 31.6%, y en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con un 16.5%. La Universidad de Concepción tiene un 8.1%, la Universidad de Santiago tiene un 7.4%, la Universidad Católica de Valparaíso, 4.9%, siendo 26 universidades las que ganaron proyectos.

Sólo once universidades privadas surgidas desde 1981 ganaron 21 proyectos de investigación, apenas un 5.3% del total, y se concentra en tres: la universidad Diego Portales, Academia de Humanismo Cristiano y Andrés Bello, con cuatro proyectos cada una. Las universidades Pedro de Valdivia, Alberto Hurtado, Santo Tomás, Viña del Mar, Adolfo Ibáñez y Central de Chile tuvieron un proyecto cada una. Esta capacidad es increíblemente pequeña: la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile obtuvo cinco proyectos, más que cada una de las universidades privadas «top».

Si se compara el total de la investigación de las universidades privadas, ella es inferior a la que realiza la Universidad de Concepción, que ganó 33 proyectos, la de Santiago, con 30, y la pequeña, pero exitosa Universidad Austral, con 22. Una privada, con más de un cuarto de siglo de historia, destaca en su portal ser «líder entre las privadas en asignación de proyectos FONDECYT 2009», con sólo 4 investigaciones, igual que en el año anterior. Hay universidades privadas que se precian de ser importantes en los medios de comunicación sin haber ganado ningún proyecto.

Fondecyt no es la única fuente de financiamiento de la investigación científica; el Estado tiene otros programas de apoyo, algunas empresas también lo hacen y las universidades tienen recursos propios para ello. Es necesario que las universidades privadas informen los recursos que destinan a la investigación y los proyectos que financian para tener una mejor radiografía de su desempeño.

Hay universidades que impulsan el conocimiento y otras que no lo hacen. El Estado tiene que tener claridad para asignar los recursos, porque los profesionales formados en unas y otras reciben una educación de muy diferente calidad.

El Informe de la Comisión de Educación Superior señala que la inversión en este sector alcanza al 2.1% del PIB, del cual sólo el 0,3% es aportado por el Estado y el 1.8% por los privados. Sin embargo, las privadas no gastan en investigación, sino en docencia, invirtiendo en infraestructura y en millonarias campañas mediáticas. La docencia es privada, pero la investigación es mayoritariamente de las universidades estatales.

El Estado contribuye de una manera intolerablemente pequeña a la educación superior y debe aumentar el gasto, especialmente hacia las universidades estatales. Debe detener el creciente proceso de privatización, que incluye el sistema de acreditación que subvenciona a las «universidades» privadas para que sus «estudiantes» tengan acceso al crédito con aval del Estado. Se necesita más información y más regulación en el sistema universitario.

Pero también hay que desregularlo para que mejore en calidad y dinamismo y ello requiere el apoyo del gobierno y el Congreso. Las universidades estatales deben hacer enormes esfuerzos para modernizarse, especialmente cuando la democracia ha alcanzado mayor calidad y la transparencia es un bien valorado. No pueden escudarse en la «autonomía universitaria» para esquivar el escrutinio del Estado, cuyos recursos son aportados por todos los chilenos. Un seminario internacional organizado por la Universidad de Chile realizado el 14 y 15 de este mes mostró que en los países europeos el desarrollo de las universidades estatales va de la mano con al apoyo económico e institucional del Estado, que exige mayores niveles de excelencia y eficacia y lleva a cabo un decidido control del uso de esos recursos, llegando al cierre de unidades que han mostrado un desempeño claramente de mala calidad.

Las universidades de calidad no se miden por campañas mediáticas para captar alumnos, ni por columnas periodísticas de sus autoridades o profesores. Se mide por el trabajo paciente, lento y difícil que realizan sus investigadores que trabajan a tiempo completo, con el cual avanza el conocimiento y puede entregar una docencia de calidad. Eso hará posible que Chile sea un país desarrollado y no la proliferación de «universidades» que no crean conocimiento.

*Carlos Huneeus es director del CERC

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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