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Una vez más la irresponsabilidad del señor Barros

Más allá de la visión empresarial, 500.000 truchas y 190.000 salmones provocarán un daño irreversible en el hábitat de nuestro mar, porque los salmones son depredadores y su intempestiva libertad en nuestro ecosistema marino tendrá efectos nocivos, aún indeterminados. Esto lo sabe un pescador…


Por Ana Becerra Widemann*

 

«Ahora no sé, el futuro se ve oscuro aquí porque se dicen tantas cosas, que si van a haber más despidos, que si otras plantas van a cerrar. Ahora ya no se sabe…» 

«Las salmoneras no han rotado de sector, deberían ir cambiando para dejar descansar las aguas.»

Trabajadoras de la salmonicultura recientemente despedidas 

Se estima que la crisis desatada en la industria salmonera el año 2007, a raíz del virus ISA, ha causado alrededor de 6.000 despidos, situación que puede agravarse a partir de marzo/abril 2009. 

Se suma que, en los primeros días de 2009 en la Región de Los Lagos se produjo el escape de 500.000 truchas arcoiris de la empresa Aguas Claras y unos 190 mil salmones, pertenecientes a Salmones Mainstream. Se trata de 690.000 peces criados en cautiverio que para sobrevivir depredarán los peces de nuestros mares, el sustento de los pescadores artesanales.  

Han surgido reacciones en diversos ámbitos y es una noticia en desarrollo. Quien hasta ahora había mantenido silencio, César Barros, presidente de SalmonChile, calificó de insignificante el escape como para constituir una real preocupación.  

Frente a la afirmación del representante empresarial, respecto a que los escapes de salmones «no tienen posibilidad de provocar daño al medioambiente», cabría preguntarle sobre qué investigaciones científicas se sostiene para hacer una declaración tan terminante.  

Sostiene también que «nadie criticó la distribución… nadie dijo que los salmones estaban apiñados», afirmación inexacta puesto que hay múltiples estudios científicos de ONGs, universidades chilenas y extranjeras que estudian el sector desde hace varios años y apuntan la necesidad de determinar, en primer término, la capacidad de carga de los fondos marinos para conocer las posibilidades de sitios susceptibles de concesión, luego determinar a qué área productiva pueden ser asignados y, en definitiva, hacer una explotación sustentable del mar. En estos estudios ha quedado de manifiesto el exceso de salmones por jaula, el uso excesivo de antibióticos y otras sustancias.  

Más allá de la visión empresarial, 500.000 truchas y 190.000 salmones provocarán un daño irreversible en el hábitat de nuestro mar, porque los salmones son depredadores y su intempestiva libertad en nuestro ecosistema marino tendrá efectos nocivos, aún indeterminados. Esto lo sabe un pescador artesanal, un lugareño o una lugareña que viven del turismo, los tripulantes marítimos y los trabajadores y las trabajadoras de la salmonicultura. Cuando dice Barros que «los principales afectados serán los salmoneros y no los pescadores artesanales«, debemos señalar que aún no lo sabemos con certeza, puesto que el impacto social en el resto de la comunidad se medirá en el tiempo.  

Cuando afirma que éste no ha sido un gran accidente ni un gran evento y que en otros países escapan más salmones, es también una imprecisión -cuando menos- puesto que si sólo revisara la prensa internacional o medios de comunicación de otros países productores, vería que ningún otro escape alcanza el volumen de lo ocurrido. En esos países ningún directivo del gremio lo califica como un hecho irrelevante, porque entienden su gravedad.  

En cuanto a que «nadie puede reclamar ninguna cosa», el señor Barros debe aceptar que la sociedad civil, por medio de las distintas organizaciones que se da para representarla, tiene mucho que decir, con el derecho y el deber de expresar su desacuerdo con las prácticas productivas que atentan contra la sociedad y el medio ambiente, que no ofrecen trabajos decentes y no tienen una visión integral de desarrollo para una región que no puede ser sólo monoproductora salmonera.  

César Barros no ha dudado en defender a ultranza el libre mercado, la nula intromisión del Estado en el sector, sin embargo, recientemente ha callado de manera conveniente frente al salvataje gubernamental que socializa las pérdidas de los privados acudiendo en su ayuda. Ayuda que para mitigar los efectos en los trabajadores y las trabajadoras despedidos, alcanza al 1,6% de lo entregado para apoyar a los industriales.  

La cuestión central es que la acuicultura ha modificado el ecosistema y el impacto social es significativo, la industria tiene que asumir la responsabilidad social que le cabe y no seguir actuando con la soberbia expresada en las palabras de su representante. La salmonicultura es el eje de la vida local y sus productores deben aceptar que el gran problema, en la actualidad, no es sólo el virus ISA, es tanto o más relevante el impacto en la vida de los trabajadores y las trabajadoras, en sus familias, en los negocios que se han generado en torno a la industria de manera directa o indirecta, en la comunidad y en otras actividades productivas.

*Investigadora Fundación CENDA.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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