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Ricardo, eres libre para votar

Algunos, para explicar la crisis de la representación y para justificar su fracaso, han sindicado como responsable al mercado y llevados por su aversión a éste, han llegado al extremo de asegurar que los peligros que se desprenden de aquel binomio, es que nos dirigimos a una suerte de…


Por Ricardo Manzi*

Ricardo, querido hijo, no estás inscrito en los registros electorales, de modo que serás uno de los millones de chilenos que podrán votar si quieren, en los próximos eventos electorales y ello porque finalmente la tan buscada fórmula inscripción automática – voto voluntario se está haciendo realidad en nuestro país.

Este binomio ha sido criticado por algunos autores que estiman que es preferible y socialmente benéfico que la democracia se construya en un diálogo participativo en que todos se imbrican y se responsabilizan de sus éxitos y de sus yerros. Como contrapartida, está la fórmula que denominan «agregativa,» que sólo suma preferencias y donde la indiferencia es una opción más,  como lo puede ser la participación y que es al que respondería el binomio aprobado por la Cámara de Diputados la semana pasada. Los autores que así piensan asimilan el modelo «agregativo» a las preferencias que emiten los consumidores a diario cuando eligen bienes y servicios, siendo los candidatos y sus programas bienes transables en el mercado que se adquieren, como quién compra un saco de papas o una fanega de trigo. Concluyen apuntando que la democracia «no es un remedo defectuoso del mercado,» pues no es lo mismo ser consumidor que ciudadano.

En esta descripción peyorativa del modelo que esos autores llaman «agregativo,» – denominación signada por un marcado mesianismo-, olvidan en su crítica aspectos no menores del mercado al usarlo para la comparación «in pejus» o en perjuicio. Lo primero, es que si bien el mercado no es igual que la democracia, en el ésta se manifiesta a diario, cuando el ciudadano consumidor opta por un bien o servicio diferente a otros de igual o similar naturaleza que se encuentran disponibles, cosa que no ocurre con las determinaciones del poder político, que a ratos encuentra su legitimación en remotos eventos electorales. Asimismo, existen numerosos bienes y servicios, tales como el arte, las expresiones culturales, la historia, los valores y otros, que son bienes considerados valiosos por la población, que se encuentran disponibles para ser admirados, seguidos, comentados, controvertidos e incluso votados; y, que como parece obvio, no responden a una necesidad hedonista, materialista u odiosamente egoísta, como pareciera se reduce el mercado en esa concepción.

Algunos, para explicar la crisis de la representación y para justificar su fracaso, han sindicado como responsable al mercado y llevados por su aversión a éste, han llegado al extremo de asegurar que los peligros que se desprenden de aquel binomio, es que nos dirigimos a una suerte de mercantilización de la política y la vida pública pasando de la «economía de mercado» a una «sociedad de mercado» y aún a una «política de mercado,» cristalizando o profundizando las manifiestas desigualdades que existen en el país, desde que habría mayor disposición a votar, entre quienes cuentan con mayores recursos económicos y políticos. Finalmente, rematan con una conclusión paroxística: el dinero tendrá un rol mayor en la política a fin de movilizar a los desconfiados y apáticos, produciéndose una involución que nos retraerá «al siglo XIX,» esto es, al voto «censitario y al cohecho.»

Tal holocausto (político – social) nos parece cuando menos un exceso, ya que creemos que un acuerdo político que permita a numerosos ciudadanos quedar automáticamente en condiciones de emitir su voto y adoptar libremente su determinación de ejercer ese derecho, constituye  más bien un avance que reconoce la cara olvidada de la libertad, es decir, la libertad en su sentido negativo o dicho de otro modo, aquello que me permite no hacer algo y que nadie me puede compeler a realizarlo. Un ejemplo ilustrador puede estar referido a mi participación en una asociación gremial, un movimiento político o un sindicato. Desde el punto de vista positivo, puedo afiliarme a algunas de esas orgánicas y desde el negativo, tengo la facultad de no afiliarme o si pertenezco y quiero, a desafiliarme de ellas. En este sentido la libertad negativa es aquella cualidad del ordenamiento jurídico en que se me reconoce un margen de discrecionalidad, que no está sujeta a impedimentos ni constricciones, aspecto libertario que ha ido adquiriendo creciente dimensión en el mundo moderno, puesto que sobre las adscripciones obligatorias o forzosas, por diversos motivos innecesarios de enumerar, se ciernen calificadas sospechas. 

También debemos controvertir la apreciación sin fundamentos fuertes de que el voto voluntario será una nueva forma de desigualdad o profundizará la ya existente en nuestra comunidad política, pues, como se dijo, para algunos sólo los ricos y poderosos estarán en condición de sufragar los costos de motivar a los pasivos, incurriendo en conductas tan reprochables como el cohecho.

Llama la atención que quienes sustentan esta posición no intenten explicar los motivos que llevan a aquellos que pudiendo inscribirse y votar no lo hacen, limitándose al reproche y a la ignominiosa atribución de lenidad y e indiferencia de los que así proceden, cuando la realidad nos indica que los actores del proceso político se motivan en la medida que estiman que existen algo importante o valioso que se juega en una elección, como ha ocurrido en la reciente elección presidencial norteamericana o como ocurrió en las postrimerías de la dictadura militar en Chile. Este último caso parece paradigmático, pues existiendo poderosos motivos para pensar que la dictadura se las arreglaría para desvirtuar el veredicto popular o simplemente desconocerlo mediante el expediente de la fuerza bruta, se produjo una conjunción de voluntades, una fuerza moral que hizo confluir a los chilenos en masa a los centros de votación a pesar de los riesgos de fraude que los apocalípticos proclamaban a todos los vientos.

Finalmente, no nos parece justo que esos comentaristas no intenten explicar si la apatía y el desinterés de potenciales electores puede obedecer a otras razones, más cercanas a las prácticas políticas y a las formas de reproducción de la partitocracia, que a una irresponsable abulia. Cuando un ciudadano sabe que concurrirá a las urnas simplemente a ratificar a un candidato que ha sido elegido a puertas cerradas o al «interno» de un partido, – aún por una comisión de hombres buenos y honorables -, puede legítimamente pensar que ello no es otra cosa que legitimar y hasta cohonestar un rito vacuo e insustancial, que incumbe más a las aspiraciones y ambiciones de otros, que a ser actor de su propio devenir y el de sus prójimos.

Por eso Ricardo, creo que este acuerdo político puede ser un avance, para cuando tengas la convicción de que en tu voto agregado al de muchos otros, se juega algo valioso, que contribuya a enmendar el rumbo de una política que ha ido languideciendo, más que por la supuesta desidia de los indecisos o indiferentes, por el propio obrar de sus cultores.

*Abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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