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La santa cruzada

El proyecto de poder de Ortega no tiene plazo, y no piensa despedirse de la presidencia al final del presente mandato, que termina a comienzos del año 2012, ya sea que logre reformar la Constitución Política para reelegirse de manera indefinida, o que pueda colocar a su esposa como su sucesora.


Por Sergio Ramírez*

Las rotondas que tratan de aliviar el tráfico enloquecido de vehículos se han vuelto en Managua, hija pródiga de dos terremotos y parida cada vez entre escombros, un símbolo de modernidad que, como tantos otros, mal encubren la miseria y el desorden urbano. Pero los esplendores falsos del progreso, en la plenitud de su monotonía, se repiten también en el enjambre de carteles publicitarios que se alzan por doquier, de todo color y tamaño, y con los que uno se enfrenta desde cualquier ángulo de visión a una fantasmagoría sin medida ni control, una explosión de anuncios de bancos, ferreterías, rones, cervezas, repuestos automotrices, camas y refrigeradores, que como manada de ovejas descarriadas han encontrado ahora su amo y señor en otros de mayor dimensión y altura que logran dominarlo todo: las efigies de Daniel Ortega erigidas a tramos calculados en calles y avenidas y alrededor de las rotondas. En el fondo rosa mexicano, que en Nicaragua se llama rosa chicha, y que se ha convertido en un obsesivo color esotérico, destacan lemas de inspiración religiosa: «Cumplirle al pueblo es cumplir a Dios», y otros de anciana inspiración marxista: «Arriba los pobres del mundo».

En tiempos recientes las rotondas tuvieron la función de servir como centro de las demostraciones políticas en contra del matrimonio Ortega; pero gracias a la concepción de que al enemigo deben vedárseles todos los espacios posibles, y que las calles, y por tanto las rotondas, pertenecen al pueblo revolucionario, el matrimonio decidió tomárselas para siempre, y convertirlas en una trinchera que es a la vez política y religiosa, bajo un plan de campaña que se denomina «oración contra el odio».

Así han pasado a ser ocupadas por contingentes de gente humilde de los barrios marginales de Managua, bautizados popularmente como «los rezadores», reclutados bajo sueldo, organizados en turnos rotatorios, y debidamente uniformados con gorras y camisetas blancas donde se lee «el amor es más fuerte que el odio», la divisa en la guerra contra los espíritus del mal. Al pie de las enormes estatuas de cemento de Cristo Rey y de la Virgen María, que se alzan en dos de las rotondas, han sido instaladas letrinas portátiles para el uso de «los rezadores».

«Los rezadores» deben cumplir por turnos en las rotondas las tareas de cantar himnos religiosos, o gritar consignas acerca del amor y el odio, agitar banderas, y desplegar mantas, una presencia disciplinada que se ha vuelto ya rutinaria y forma parte del paisaje atribulado de la ciudad, igual que los vendedores ambulantes que aguardan a que los semáforos enciendan la luz roja en las esquinas más traficadas, para desplazarse entre los vehículos ofreciendo toda clase de mercancías, desde loros y ardillas a toallas estampadas y enchufes eléctricos. En una de las mantas se lee: «Cantemos al amor de los amores». Son las primeras líneas del himno que se entona en las iglesias los días jueves, dedicados a la exposición del Santísimo Sacramento del Altar.

Los obispos de la conferencia episcopal, que denunciaron el fraude electoral del pasado noviembre, y rechazan el uso de los símbolos católicos en carteles y rotondas, tienen aún más motivos para desconfiar de la fe ortodoxa proclamada por la pareja. En  el salón donde Ortega recibe en audiencia a los visitantes, y celebra sesiones con su gabinete, figura en la pared a sus espaldas, y siempre visible por tanto ante las cámaras, la pintura de la palma de una mano que tiene al centro un ojo, rodeada por una corona de serpientes de cascabel enroscadas. Por el lugar que ocupa, el ojo en la mano sustituye al escudo oficial de la república. «El símbolo del ojo en la mano», explica la periodista Sofía Montenegro, «representa el ver y el hacer y la aspiración humana a la omnisciencia y la omnipotencia. Originaria del Medio Oriente, representa la mano divina y el ojo en su centro se supone que protege a su poseedor de la maldición del mal de ojo y le trae felicidad, riquezas y salud».

«El gran ojo que todo lo ve», es en todo caso un ojo orwelliano, y su disco de cascabeles una muestra de poder guerrero. Y el acero de guerra, y el olivo de paz, como suele repetir Ortega citando un poema de Rubén Darío, pueden usarse a discreción. Quienes intentaron salir a las calles a protestar contra el fraude electoral de noviembre, fueron agredidos a garrotazos, pedradas y morterazos por turbas que vestían las mismas gorras y camisetas de «los rezadores», con el mismo lema «el amor es más fuerte que el odio», mientras se cubrían el rostro con sus propias camisas, toallas y pasamontañas.

Y para que no queden dudas de que el amor y el odio dependen de la voluntad presidencial, el Procurador General de Justicia, doctor Hernán Estrada, declaró, tomando como una nimiedad la violencia desatada por las turbas en las calles: «si el comandante Daniel Ortega dispusiera de verdad llamar a las calles a sus seguidores, no quedaría piedra sobre piedra sobre este país y sobre ninguna emisora y sobre ningún medio de comunicación que lo adversa. Gracias a Dios no lo ha hecho».

El proyecto de poder de Ortega no tiene plazo, y no piensa despedirse de la presidencia al final del presente mandato, que termina a comienzos del año 2012, ya sea que logre reformar la Constitución Política para reelegirse de manera indefinida, o que pueda colocar a su esposa como su sucesora. Según un dictamen oficioso, y también esotérico, que ha dado sobre el tema el vice-presidente de la Corte Suprema de Justicia, doctor Rafael Solís, «no existe ningún vínculo entre ellos, ya que ambos son una sola carne, y eso no le impide a la compañera Rosario aspirar a cualquier cargo de elección popular en el futuro…»

Una sola carne, un solo ojo, una sola mano. Un solo poder para siempre. Venid, adoradores.

 

*Sergio Ramírez es escritor nicaragüense, ex vicepresidente de Nicaragua (1984-1990).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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