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Keynesianos de verdad

El Ministro de Hacienda ha asumido los nuevos términos del debate alegando que hay que ser Keynesiano siempre, aludiendo a que él también lo habría sido cuando se negaba a gastar y prefería ahorrar en tiempos de vacas gordas. Estamos de acuerdo, ser Keynesiano siempre no es una mala idea…


Por Manuel Riesco*

Ahora somos todos Keynesianos. Esta famosa frase de Nixon define el nuevo «Consenso de Davos» que ha venido a reemplazar al difunto «Consenso de Washington.» Se ha extendido de modo asombroso la convicción que para enfrentar la crisis el Estado debe intervenir de manera rápida, drástica y masiva sobre mercados que se encuentran paralizados, distorsionados o desbocados. Por cierto, como escribió el Financial Times parafraseando a Shalkespeare en Julio César y refiriéndose a Gordon Brown: «El Estado ha venido a salvar al capitalismo, no a enterrarlo.» Nada como un buen remezón para sentar cabeza.

En Chile empieza a suceder más o menos lo mismo. El Ministro de Hacienda ha asumido los nuevos términos del debate alegando que hay que ser Keynesiano siempre, aludiendo a que él también lo habría sido cuando se negaba a gastar y prefería ahorrar en tiempos de vacas gordas. Estamos de acuerdo, ser Keynesiano siempre no es una mala idea, a condición que lo sea de verdad.

El Keynesianismo es mucho, mucho, más que la idea reduccionista que el Estado debe gastar con déficit durante las crisis para suplir la contracción en el gasto privado. Es nada menos que la estrategia implementada por los países desarrollados durante su Época de Oro, como Hobsbawm denomina al período de post guerra. Es la gran concepción racional del desarrollo económico y social capitalista guiado por el Estado.

Surge de la hecatombe de la Gran Depresión y la crítica central de Keynes a la utopía del liberalismo clásico que los mercados por si solos son capaces de resolver los problemas de la sociedad. Es, por lo tanto, la gran reafirmación del Estado como condición esencial del desarrollo de los mercados modernos.

Su primera dimensión es geopolítica, por así llamarla. Es la idea que los mercados modernos sólo pueden extenderse sobre espacios de librecambio cada vez más amplios, los cuales sólo resultan posibles en las condiciones históricas actuales bajo la soberanía de Estados nacionales o asociaciones de Estados nacionales estrechamente integrados. Esta idea equivale a rechazar la utopía Neoliberal de un mundo sin fronteras sin la condición previa de un Estado mundial.

Ello orientó a los EEUU y la Unión Europea a construir los mercados de grandes dimensiones que dominaron la Época de Oro y se proyectan con seguridad al siglo 21. Es la primera gran reafirmación Keynesiana del Estado en su esencia de institución soberana sobre un espacio de librecambio, el que debe ser de las dimensiones adecuadas a su época.

Ser Keynesiano de verdad en América Latina hoy implica, por lo tanto, antes que nada, promover leal y decididamente la integración regional

La segunda dimensión del Keynesianismo es de índole social. Es la idea que las grandes masas de trabajadores asalariados que constituyen la base del desarrollo capitalista deben vivir en condiciones de seguridad y bienestar adecuadas. Ello es condición básica para que el sistema sea sostenible tanto desde el punto de vista político como desde el punto de vista económico. Aquellas no se confunden solamente con las antiguas concentraciones industriales de obreros manuales, los que siguen existiendo, sino que son cada vez más una masa de trabajadores muy calificados, dedicados de manera creciente a los servicios y que se mueven constantemente entre trabajos asalariados con diferentes empleadores, en distintas ciudades y países, que alternan frecuentemente con ocupaciones por cuenta propia.

Ésta idea orientó a todos los países desarrollados en la construcción de los modernos Estados de bienestar. Los mismos garantizan a toda la población el derecho al pleno empleo o a la continuidad de ingresos cuando ello no es posible, a la salud, educación, vivienda y previsión, en condiciones de distribución del ingreso aceptable. A su vez, generan mercados de consumo interno más estables, menos propensos a los ciclos, puesto que el consumo de las personas, más constante, abarca una proporción creciente del producto económico.

Esta dimensión surge antes que nada de la tragedia del fascismo, perversa tendencia humana a la agresión y suicidio colectivos, que sólo pudo extenderse en países cultos y adelantados sobre la base de la inseguridad y sufrimiento social provocados por la Gran Depresión, consecuencias a su vez de los excesos del liberalismo clásico.

Ser Keynesiano de verdad en Chile hoy implica, por lo tanto, reconstruir con decisión y sin mezquindad los grandes sistemas públicos sociales. De modo urgentísimo, restablecer el sistema público de subsidio de desempleo y elevarlo al nivel de país emergente de punta – se trata de garantizar a todos el derecho a la continuidad de sus ingresos aunque pierdan sus empleos, ni más ni menos.

Asimismo, reconstruir el sistema nacional de educación pública dotando a cada barrio, empezando por los más pobres, con una escuela pública gratuita donde los vecinos tengan la tranquilidad que pueden mandar sus hijos a recibir una educación de primera calidad. Adicionalmente, reconstruir el sistema nacional de previsión pública basado en el mecanismo de reparto, que no depende de las bolsas de comercio y que no es otra cosa que un seguro de base muy amplia mediante el cual cotizan moderadamente todos los trabajadores activos y sus empleadores. Con ello se garantizan pensiones definidas de por vida a los mayores, más o menos proporcionales a sus ingresos en actividad. Asimismo, reconstruir un moderno sistema nacional de salud y todos los sistemas públicos que fueron desmantelados en gran medida o totalmente por la dictadura y luego desatendidos o entregados al mercado durante la transición.

Significa en pocos años elevar el nivel de gasto público social del magro 14% del PIB actual al 30% o más que representa en todos los países desarrollados; lo cual resulta además la manera más efectiva y justa de reactivar la economía. Es lo que hicieron Corea, Taiwan y otros «tigres» para salir de la denominada «Crisis Asiática,» y en su momento los EE.UU. y otros para salir de la Gran Depresión.

Parece sugerente recordar que las políticas sociales fueron utilizadas asimismo como argamasa de construcción de los Estados nacionales, como una manera de interesar a las poblaciones en estos grandes proyectos de librecambio al interior de los espacios soberanos. Ello pareciera tener una aplicación muy útil, en el sentido de generar políticas sociales regionales de significación como una manera de promover la integración Latinomericana. ¿Que pasaría, por ejemplo, si Chile contribuyese a un gran fondo latinoamericano de previsión, o de educación, o de salud, o todos ellos, con el equivalente al menos de lo que valen los programas respectivos que requiere, por ejemplo, Bolivia? Ello ciertamente está al alcance de las finanzas del país y con mucha holgura, y una iniciativa de esta naturaleza ciertamente contribuiría a las buenas relaciones del país con la región.

La tercera dimensión del Keynesianismo es productiva, en un sentido amplio. Es la idea que el Estado debe orientar el desarrollo de los mercados mediante grandes líneas de inversión pública de largo plazo y regularlos para asegurar su funcionamiento competitivo. Es lo que ha permitido a los países desarrollados tener una infraestructura de primera en la tierra y llegar a la luna, aparte de desarrollar sus industrias de avanzada.

Una gran línea estratégica de inversión pública es en ciencia, tecnología, arte y cultura. La base de la misma consiste en asegurar condiciones de vida y trabajo adecuadas a una masa significativa y creciente de la fuerza de trabajo, la mejor dotada para ello, para que se dedique de por vida al quehacer intelectual y a la reproducción ampliada de esta misma capa social. Para ello, todos los países desarrollados contratan a este decisivo segmento de la sociedad de una u otra manera como servidores públicos, en grandes sistemas de universidades, que son casi todas públicas de uno u otro modo. Hay que decir que lo mismo hacen todos los países emergentes y aún otros que ni siquiera entran todavía en esta categoría, cada uno en la medida de sus posibilidades. En todos ellos más del 90% de los alumnos y académicos estudian y trabajan en universidades públicas cuyo financiamiento es público en más del 90%. Los Estados desarrollados y emergentes destinan entre un 2% y un 4% del PIB a este objeto, mientras Chile no destina ni 0,5%.

Con una triste excepción: Chile, el que, por el contrario, ha desmantelado su otrora poderoso sistema de universidades públicas, construido con grandes sacrificios a lo largo de medio siglo de desarrollismo.

Ser Keynesiano de verdad en Chile hoy significa reconstruir el sistema nacional de universidades y otras instituciones de educación superior públicas, de modo de garantizar que cada región cuente con al menos una que albergue a los intelectuales y científicos que requiere su desarrollo y garantice a todos sus jóvenes, a todos como en Corea, el derecho a una educación terciaria gratuita de calidad.

El asegurar el funcionamiento eficiente y competitivo de los mercados en Chile tiene un nombre propio: renacionalizar los recursos naturales empezando por el cobre y el agua, y cobrar la renta que corresponde por su explotación. La distorsión más grande introducida por el extremismo Neoliberal consiste en que negando la renta la ha regalado a intereses privados. Este gigantesco subsidio, acompañado de la apertura comercial indiscriminada y el cese en el fomento a la industria, ha retrotraído la economía a su fase exportadora primaria.

Otras líneas de inversión y regulación del Estado son bien conocidas y más o menos consensuales, hoy por hoy. Ser Keynesiano de verdad es también empujarlas todas con decisión; hay que implementar sin demora los controles de capitales, por ejemplo.

Sin embargo, existe un rubro de inversiones públicas productivas que excede el ámbito nacional hacia Sud América. Es el momento de concordar con el resto de los países de la región la construcción de grandes redes regionales de energía, transporte con carreteras y trenes de alta velocidad, por ejemplo, así como telecomunicaciones y otras. Asimismo, el impulso a grandes proyectos regionales de industrias como la aerospacial, biotecnología, energías alternativas, defensa, nuclear y otras indispensables.

Ser Keynesiano de verdad en Chile hoy significa ni más ni menos que reconstruir el Estado mismo, desmantelado de modo significativo por el Neoliberalismo y sus subsecuentes versiones de «tercera vía.» Estas últimas lo conciben como una empresa proveedora de servicios a los ciudadanos, a quiénes conceptualizan como consumidores de los mismos.

Como bien dice Ezra Suleiman, de Princeton, uno de los más importantes teóricos contemporáneos del Estado, siguiendo al gran Max Weber, todos los modernos estados democráticos requieren para funcionar de una burocracia profesional de alto nivel.

El número de funcionarios es creciente a medida que aumentan sus funciones en paralelo con el desarrollo de la economía y la sociedad. Su carrera es de por vida, con remuneraciones y jubilaciones adecuadas, así como una profesión calificada con capacitación permanente. La burocracia es independiente de los gobiernos cuya función es dirigirla.

El Estado debe contar con todas las atribuciones de intervención sobre la sociedad, las que en el caso de Chile están recortadas de modo absurdo por la constitución Pinochetista. Su orientación explícita es precisamente la contraria, es decir, resguardar la propiedad privada capitalista puesto que la propiedad individual o colectiva de hecho le importa poco. Constriñe el papel del Estado a un supuesto rol «subsidiario» de la empresa privada.

Ser Keynesiano de verdad en Chile hoy significa establecer una nueva constitución inspirada en el principio de garantizar de manera universal los derechos humanos en todo su amplio contenido, mediante la construcción de un estado moderno, fuerte y democrático.

*Manuel Riesco es economista y miembro de CENDA

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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