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El artista olvidado

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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El misterio está en que la poesía no ayuda a comer a nadie y menos un par de versos hará otra nueva revolución mejor en Nicaragua, o en otra parte del planeta, ni menos cambiará los gobiernos donde vive diariamente la corrupción, pero es capaz de tocar a los seres humanos de las más extrañas


Por Javier Campos*

Uno conoce a muchos poetas en los encuentros internacionales de poesía. Se crea una amistad a medida que pasan los días pues casi todos estamos juntos en el mismo hotel, tomamos desayuno, o a dos o a tres poetas nos envían por algunos días a distintos lugares o regiones. Escuchamos a poetas de Egipto, Nicaragua, Irak, España, Irlanda, China, África, Guatemala, Cuba, y un largo número de países más. Se crea una familia de poetas en cada encuentro que ocurre en países de Centro América por ejemplo donde he asistido a muchos encuentros de poesía.  Y luego cuando termina el festival, como en cualquier encuentro al azar donde se hacen amigos temporarios generalmente, vienen los abrazos correspondientes y los emails para comunicarnos. Y luego el adiós final porque a lo mejor no nos volveremos a ver nunca más.

Quedan recuerdos de muchos poetas que conocimos y conversamos.  Imágenes de algunos versos que estremecieron a cientos o a miles de personas. Y esas personas del público,  tan distintos,  que escucharon a gente que venía a leer algo de otras partes del mundo, quizás recuerden solamente algún verso o imagen  o que pronto la olviden para siempre.  Posiblemente ni recuerden quien leyó esos versos  si un poeta famoso o un poeta joven o un poeta de África o de Vietnam o de Irlanda., China, Bolivia, o de Rusia.  Al fin de cuentas, todos seremos poetas de paso.

Uno se pregunta ¿y sirven esos Encuentros Internacionales de Poesía, especialmente en America Latina, y más específicamente en América Central donde los problemas de pobreza, desamparo de las mayorías es patético? ¿Para qué leer poesía en escuelas lejanas de Nicaragua, Guatemala, Costa Rica, El Salvador?  Y si algún niño indígena de una escuelita perdida en Masatepe, Nicaragua, que escuchó a un poeta de Irlanda contarle una historia de regiones tan distantes de su país ¿le servirá de algo?

Los más prácticos y tecnócratas  dirán que eso no tiene valor real que mejor es prepararlos para un mundo competitivo y global. La poesía, pero ¿qué es eso? Parece de siglos pasados o de señoritas ricas aburridas en sus haciendas o latifundios. O cosas de homosexuales como escuché decir a unas personas en un lugar donde me tocó leer a mí. Pero esa persona me lo decía porque eso creía hace cuatro meses y ahora ya no pensaba así y quién sabe qué fue lo que lo cambió de idea. Pero lo curioso es que esa persona ahora tiene una de las mejores librerías de aquel pueblo. Debe ser que otras lecturas, y talleres literarios que han germinado gracias a esos encuentros internacionales, sean los culpables que han dejado una semillita en la gente joven de esos pueblitos que quieren expresarse literariamente y les ayuda un poquito a ver imaginativamente, de otra manera, la realidad. Porque esto último es lo único que puede hacer el arte. No se sabe que ningún movimientos artístico en el mundo, o poeta,  haya hecho una revolución para cambiar lo mal que están las cosas en una sociedad.

Contaré una historia verdadera. Ocurrió en Granada, Nicaragua, hace dos años. Esa bella ciudad donde cada febrero se realiza uno de los espectaculares encuentros internacionales de poesía. Entre 80 y 100 poetas de casi 50 países de todo el mundo son invitados cada año.

Pues resulta que un poeta de los invitados, que venia de casi otro planeta, leyó una tarde un poema que podría haber pasado desapercibido dentro de tantas otras lecturas. Y caminando luego el poeta aquel, por la bella plaza de Granada, como a las cinco de la tarde, con un sol aún en llamas, se le acercó un hombrecito con un cuadro pintado. Le dijo aquel hombre -bastante joven pero acabado quizás por las carencias, la pobreza, desdentado, quizás fuera un ex combatiente de la revolución sandinista-  «me gustó mucho el poema que leyó en la mañana en el convento San Francisco». El poeta que venía de  «otro planeta» le dio las gracias y le preguntó en su español rudimentario que por qué le había gustado. El hombre pobre, también artista pero olvidado, le contestó: «es que su poema habla de mi propia vida y ud. sin conocerme habló de ella. Muchas gracias y quiero regalarle esta pintura mía».

Quién sabe dónde habrá colgado aquel poeta, quien jamás antes había estado en Nicaragua ni en America Latina, esa humilde pintura de aquel artista olvidado que le ofreció de regalo.  Es probable que ese desdichado artista de un perdido pueblito de Nicaragua regrese otra vez el mes de febrero del siguiente año, con dificultad, a escuchar otra vez poesía a Granada.

El misterio está en que la poesía no ayuda a comer a nadie y menos un par  de versos hará otra nueva revolución mejor en Nicaragua, o en otra parte del planeta, ni menos cambiará los gobiernos donde vive diariamente la corrupción, pero es capaz de tocar a los seres humanos de las más extrañas maneras.  Como una vez dijera Octavio Paz en los años finales de su vida, «los poetas en estos tiempos globales están condenados a vivir en las catacumbas».

Y a pesar de esa realidad cierta que dijera Octavio Paz, hay la paradoja con la que tienen que luchar a veces algunos artistas. Pero quizás nadie la ha expresado mejor que Gabriel García Márquez de esta manera:  «¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar historias, escribir poemas, se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de hambre, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar ni que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?».

*Javier Campos es poeta y narrador.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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