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Santiago con ojos de gringa

En lo que concierne a la alimentación, por ejemplo, esta otra «gringa» refiere su admiración por la forma en que acá llenamos el estómago a media tarde: «Tazas de té y de café mantenían despierta a la gente, y después de una sesión de trabajo todos tomaban ‘onces’, esa típica costumbre chilena…


Por Vólker Gutiérrez*

Nuestra ciudad capital, desde que Chile cortó amarras con el imperio español a principios del siglo XIX, casi de inmediato (y no por casualidad) recibió la constante visita e inmigración definitiva de ciudadanos de origen anglosajón. Comerciantes, aventureros, viajeros, científicos, religiosos (protestantes, por cierto), militares y buscadores de un mejor destino, entre muchos otros, se aparecieron por este confín del mundo con distintos propósitos. Es cierto que hubo los que pasearon por Santiago en tiempos de la Colonia, pero fueron más bien escasos.

Lord Thomas Cochrane y Charles Darwin son dos de los más connotados de estos personajes en la centuria antepasada. Incluso, posteriormente y hasta en días recientes, son varios los representantes de la casa real británica que se han dado una vuelta por estos lares.

No pocos de estos visitantes hicieron pormenorizadas descripciones de la capital y sus habitantes. Así ocurrió, por ejemplo, con dos mujeres que, por razones distintas y en épocas bien diferentes, se pasearon por las mismas (o casi las mismas) calles que transitamos los nacidos en estos terruños. De hecho, una de ellas todavía reside en el país (hago un alcance al final del texto).

Mary Graham, hija y esposa de marinos ingleses, viajaba con su marido por América cuando quedó viuda en el Cabo de Hornos. No tuvo problemas para asumir su nueva condición y, al atracar el barco en Valparaíso, en abril de 1822, decide quedarse un tiempo en Chile. Durante casi un año será una aguda observadora del paisaje y las vicisitudes que atravesaba la naciente república. Todo lo que vio Graham lo publicó bajo el título de «Diario de mi residencia en Chile en el año 1822». Vinculada a la aristocracia inglesa, acá tuvo la oportunidad de tratar con los personajes más prominentes de aquel entonces, incluidos el Director Supremo, Bernardo O’Higgins, y algunos sobrevivientes de la familia de los Carrera.

Aunque pasó la mayor parte del tiempo en Valparaíso, casi todo septiembre Mary Graham estuvo en la capital. Acá hizo varios viajes menores, con sendos paseos a la zona de Talagante, Melipilla y a los baños de Colina (en tiempos en que eso implicaba varios días). Entre las muchas observaciones que hizo de Santiago y sus habitantes, es imposible no traer a colación algunas que reflejan todavía nuestra forma de ser y de comportarnos; u otras que bien describen la ciudad en esa época.

Por ejemplo, en cuanto a los hábitos alimenticios, en la primera cena que prueba en la capital, nuestra cronista señala que «la comida fue mucho más abundante de lo que es consistente con el buen gusto, pero todo estaba bien servido aunque con demasiado ajo y aceite. El pescado fue el último plato. Todos los guisos fueron servidos en la mesa y fue difícil resistir las constantes invitaciones para probarlo todo. Se considera una muestra de la mayor amabilidad el sacar alimentos del propio plato y ponerlo en el de un amigo, y nadie tiene escrúpulos de servirse de otro plato con la misma cuchara o cuchillo con la que ha estado probando o incluso comiendo de la fuente. En los intervalos se ofrecía pan, mantequilla o aceitunas. A juzgar por lo que vi hoy, los chilenos tienen un gran apetito, especialmente por los dulces, pero son muy parcos en la bebida».

En otra anotación, que muestra el influjo de la religión católica en el país, Graham declara su abierta desilusión porque no pudo conocer el funcionamiento de algunas instituciones, en una jornada en que se celebraba a san Agustín: «…Cuando fui con el señor de Roos a visitar la escuela lancasteriana, encontramos que todos los niños se habían ido a misa en honor a San Agustín y la escuela estaba cerrada. Nos dirigimos a la imprenta nacional, las puertas estaban cerradas y los impresores en misa. De allí nos dirigimos hacia la cámara del Consulado, esperando presenciar una sesión de la convención, pero los miembros estaban en misa. Entonces, desesperada por ver cualquier lugar público o gente, pensé en ir a dibujar y reparé en la plaza (de Armas), en donde se me había prometido un balcón con tal objeto, pero el dueño del lugar había ido a misa y llevó consigo las llaves».

Por último, rescato ahora del diario de la inglesa Mary Graham -escrito en 1822-, su visión panorámica de la cuenca de Santiago, desde las alturas de la cuesta de Lo Prado: «Finalmente llegamos a la cima y los Andes aparecieron en blanca majestad sobre cien cadenas de cerros menores (…). Los altos cerros que rodean a la ciudad y la cadena de montañas más magnífica del mundo, la cordillera de los Andes, cubierta con nieve, con sus cimas disparándose hacia el cielo y densas nubes en las quebradas oscuras, ofrecían a mi vista una escena como jamás había contemplado antes». Por cierto, en aquellos años no era necesaria la existencia de un «gerente del aire» en la capital.

Muchos años después que Graham, más de 130 para ser exactos, cuando Santiago y Chile habían cambiado bastante (lo mismo que el resto del mundo), otra mujer nacida en Inglaterra, cultivadora de la danza, también en barco, por razones ligadas al amor, vino a este lado del mundo. Hacia septiembre de 1954, con previa recalada en Valparaíso, Joan Turner arribó a la ciudad capital. Acá se dedicó a enseñar y a mostrar su profesión, se separó de su primer marido chileno y se unió sentimentalmente, para siempre, con una de los íconos de nuestra cultura: Víctor Jara. Enviudada de forma trágica en 1973, Turner volvió a su país -con dos hijas, un nuevo apellido y muchos recuerdos-, para retornar definitivamente a Chile en 1983, con un libro bajo el brazo: «Víctor Jara, un canto truncado».

En el texto de Joan Jara(*) también es posible encontrar abundantes referencias a los paisajes y costumbres de los chilenos, en general, y de los capitalinos, en particular. En lo que concierne a la alimentación, por ejemplo, esta otra «gringa» refiere su admiración por la forma en que acá llenamos el estómago a media tarde: «Tazas de té y de café mantenían despierta a la gente, y después de una sesión de trabajo todos tomaban ‘onces’, esa típica costumbre chilena de la tarde que no tiene ninguna semejanza con el británico ‘té de las cinco’. Tazones de leche caliente coloreados con té fuerte, panecillos untados con mantequilla, queso, puré de paltas o dulce de membrillo (…). Si hacía poco Víctor había ido al mercado, podía haber queso de cabra y arrollado de carne de cerdo bien aliñada y picante…».

Y así como a la inglesa Mary Graham, en 1822, le llamó la atención que una fiesta religiosa detuviera las labores habituales de la población, su coterránea Joan Jara hace mención a un episodio -de fines de los años sesenta- en que la recopilación folclórica de su marido tuvo un fuerte desencuentro con ciertos sectores católicos: «A esa grabación siguió rápidamente otra, con ‘Paloma quiero contarte’ y una de las canciones cómicas del repertorio de Víctor, con juegos de palabras típicamente chilenos, que se mofaba de la pasión de ‘La beata’ -título de la canción- por el cura a quien confesaba sus pecados, con un humor picaresco (…). Se produjo un alboroto descomunal. Víctor se encontró envuelto en un escándalo. Muchas radios prohibieron la emisión del disco. Después la Oficina de Información de la Presidencia ordenó que fuera retirada de las tiendas y se destruyese el original».

Finalmente, también en su primer encuentro con la capital, Joan Jara tiene destacadas palabras para describir el paisaje que la rodea: «La llegada a Santiago significó enfrentarse cara a cara con los Andes, imponentes cumbres cubiertas de nieve que dominan el cielo y la ciudad, una gran muralla que te espera en las esquinas, tan próxima que llegabas a convencerte de que, si alargabas la mano, podías tocarla. En cuanto ves los Andes, comprendes por qué los niños chilenos invariablemente dibujan paisajes con una cadena de montañas en el fondo».

Así fue vista y referida en parte, por estas dos mujeres nacidas en Inglaterra, en momentos bien disímiles, nuestra ciudad capital. Es obvio que hay muchos cambios -físicos y culturales- entre los dos instantes en que estas «gringas» escribieron sus libros. Y también respecto al actual Santiago. Pero no dejan de ser notorias ciertas coincidencias y algunos elementos que parecen perdurar.

(*)En este mes de marzo de 2009, la Cámara de Diputados de Chile aprobó la moción de concederle la Nacionalidad por Gracia a Joan Jara, reconocimiento que será ley si lo aprueba el Senado. Por lo mismo, el título de este texto debiera ser «Santiago (casi) con ojos de gringa».

*Vólker Gutiérrez A. es periodista, Presidente Cultura Mapocho

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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