Me refiero a la liturgia anual del «mechoneo.» Esa miserable «institución» que un observador inadvertido creería se trata de la feliz bienvenida a jóvenes que inician la etapa universitaria y el camino definitivo a la mayoridad, al afrontamiento de proyectos futuros de desarrollo personal y
Por Ricardo Manzi*
El mes de marzo es singular, se viene la mensualidad de los colegios, la compra de uniformes, los textos escolares, el pago de universidades, el permiso de circulación, las tarifas de saturación, los embotellamientos y en la troya, las contribuciones, las declaraciones de renta, el día del joven combatiente y otras miserias que se ciernen sobre nosotros. Marzo nos devuelve a la realidad y echa por tierra ese estado de mágica lasitud que conseguimos milagrosamente con las vacaciones de verano.
Este mes nos pone ansiosos, sensibles, irritables y nada dispuestos a aceptar la estupidez y menos cuando ella es infinita, chabacana y majadera. ¿Saben a qué me refiero con esto último?
Me refiero a la liturgia anual del «mechoneo.» Esa miserable «institución» que un observador inadvertido creería se trata de la feliz bienvenida a jóvenes que inician la etapa universitaria y el camino definitivo a la mayoridad, al afrontamiento de proyectos futuros de desarrollo personal y profesional, es decir, a la adultez. Pues no, nada de eso. Este debe ser uno de los momentos más desafortunados e indignos por los cuales toca atravesar a muchos jóvenes en nuestro país, que sólo por su vil procacidad no alcanza a disuadirlos de perseverar por la carretera de la educación superior.
En el mes que termina se ha podido apreciar en el centro de Santiago y sus alrededores, la circulación de numerosos jóvenes zarrapastrosos, descalzos, pintarrajeados y fétidos, con sus cabelleras y ropas tijereteadas, sucias; y, las mujeres, al borde de la desnudez con cortes hechos con la finalidad «boyerista» de obligarlas a exhibir pechos juveniles y glúteos protuberantes; a las menos agraciadas, con rajaduras que vitrineaban rollos y otros flácidos desarrollos carnales, arrojando sobre ellas la humillación de la obesidad, de la ausencia de belleza o del exceso de fealdad. Todos esos desafortunados en busca de dinero para recuperar sus calzados y posibilitar la compra de «chelas y copetes» para gozo exclusivo de sus anfitriones.
Sabrán los padres y apoderados que en ocasiones estelares de este rito, las muchachas deben comer plátanos sostenidos en las piernas de sus compañeros, simulando una «fellatio in ore», así como otras manifestaciones del «delicado humor» que exhiben los universitarios chilenos, que los proyecta como los futuros líderes de la patria concentrados en la humillación de sus semejantes.
La torpeza de la calle se expresa en risitas, miradas oblicuas, bromas de mal gusto y, en algunos casos hasta erogaciones para financiar el sórdido carrete. Todo eso denota la carencia de juicio crítico ante estas afrentas, propias del bucólico pacer de los rebaños.
¿Y la autoridad universitaria? ¿Dónde está el rector de la Universidad de Chile y de los otros centros de estudios superiores? ¿Dónde los decanos? Aparentemente abducidos por los ovnis, pues ellos, que se sepa, no asumen que esto ocurre con los estudiantes de las organizaciones que presiden. Tal conducta merece el repudio de la comunidad, pues la pasividad que exhiben es impropia de altas autoridades de los centros donde se forman los futuros líderes de nuestra sociedad, cuyos primeros pasos en el saber superior, se limita a la malsana y triste sumisión de los borregos.
*Ricardo Manzi Jones es abogado.