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Lo que el mundo espera oír del G20

Otra cosa que hace sospechar una racionalidad más cercana al púlpito que al laboratorio es el uso propagandístico de una jerga técnica, que funciona como un meta-lenguaje críptico hecho a la medida y comprensible sólo para aquellos que ya han sido iniciados en el credo financiero. De hecho, uno…


Por Felipe Moreno y Jorge Pizarro*

No es común ver descontrol sobre las calles y veredas del distrito financiero de Londres, conocido como la City. Los noticiarios nos muestran impensadas imágenes de enfrentamientos entre la policía y enfurecidos manifestantes (de hecho, uno de ellos terminó muerto) cuyo colorido multi-étnico es una muestra de una humanidad globalizada, unida en su protesta ante la cumbre del Grupo de los 20 (G20), formado por los ocho países más industrializados (G8) más 11 economías emergentes (no necesariamente los primeros 20 PIB del mundo) y un representante de la Unión Europea.

El descontento ciudadano frente al G20 cuenta con un poderoso antecedente en la cumbre del Foro Económico Mundial realizado en Davos, que reunió a mas de mil presidentes y directores de grandes compañías, decenas de intelectuales, dirigentes, analistas políticos y económicos para seguir la discusión liderada por 43 jefes de Estado; todos ellos invitados por el World Economic Forum y las cerca de 100 transnacionales que lo financian. Esta gala de la elite política y económica global tuvo lugar entre el 28 de enero y el 1 de febrero, durante uno de los momentos más álgidos del comienzo de la crisis económica internacional.

Llamó la atención que la gran conclusión de Davos fuera que había que aunar esfuerzos para que «el mercado recuperara la confianza». Esto, en medio de una debacle que hundía las bolsas alrededor del mundo, hacía desaparecer actores tan poderosos y emblemáticos como AIG o Lehman Brothers y obligaba a la otrora todopoderosa industria financiera norteamericana a entregarse a la intervención del Gobierno.

Inmediatamente se levantaron muchas voces criticando la ceguera de los líderes mundiales. Cómo era posible que, ante tanta evidencia, no había casi ninguna palabra de mea culpa por parte de la business community y del mercado financiero, responsables directos del desastre. Cómo era posible que, al menos en un plano retórico, aún no se pusieran a las personas o ciudadanos en el centro del debate.

Generalmente, cuando hay una distancia tan grande entre experiencia y discurso estamos entrando al plano de la ideología o la religión.

El filósofo austríaco Karl Popper descubrió que el rasgo distintivo de la ciencia era, antes que nada, su falseabilidad empírica. Las teorías que realmente son científicas son aquellas cuyos enunciados pueden ser contrastados con la experiencia y ser falseadas. La teoría de la relatividad de Einstein (para usar un célebre ejemplo de Popper) era científica porque dependía del resultado de un fenómeno observable -si la distancia medida entre dos estrellas se hubiese mantenido igual durante el eclipse de 1919 (pues la fuerza de gravedad del sol debía alterar la trayectoria de la luz), entonces la teoría habría resultado incorrecta.

En resumen, lo que no puede falsearse es metafísica, ideología o religión.

En el caso de la crisis económica actual, no han faltado economistas que han dicho que ésta se generó justamente por las interferencias al mercado, pues al dejarlo funcionar en forma pura, éste nunca se equivoca. Este axioma, que para algunos puede resultar extremo, está detrás de muchos titulares como «El sector financiero no confía en el Plan Obama», «El mercado sostiene que no aprobaría (…)», «El mercado no ve con buenos ojos (…)». En el fondo, se trata de un ser viviente, omnipresente e infalible, que se proyecta como un ente que piensa, confía, sospecha, y por supuesto, nunca se equivoca.

Otra cosa que hace sospechar una racionalidad más cercana al púlpito que al laboratorio es el uso propagandístico de una jerga técnica, que funciona como un meta-lenguaje críptico hecho a la medida y comprensible sólo para aquellos que ya han sido iniciados en el credo financiero. De hecho, uno de los factores más determinantes de la crisis fue que, una vez comenzada la espiral a la baja, la industria financiera no fue capaz de medir ni cuantificar las pérdidas. Y eso porque todos aquellos términos como Derivatives, Structured, Liability, Hedging, Securities, Benchmark, Alpha, fueron combinados creativamente para disfrazar lo que realmente significaban.

Esta doctrina (y su lenguaje) lleva casi 30 años, desde la alianza Thatcher-Reagan, propagándose través de las diversas escuelas de negocios, facultades de economía, programas de MBAs y universidades alrededor del mundo, por lo que va a ser difícil cambiar el paradigma mental de sus acólitos.

No por nada los gerentes, altos ejecutivos y directores, continúan como si nada dándose millonarios bonos por desempeño incluso con el dinero que ha sido inyectado, a través de los Gobiernos, por los mismos contribuyentes que hoy asumen los costos más altos de esta crisis.

Sin embargo, en los últimos meses se ha seguido acumulando más y más evidencia de que efectivamente los problemas vinieron del alma misma del mercado, de su versión más pura y perfecta, el único que podía fluir por todo el globo en tiempo real sin someterse a ninguna regulación: el mercado financiero.

Por eso el gran desafío del G20 es no repetir el error de Davos. El mundo entero quiere escuchar de sus líderes que lo importante son los ciudadanos y su bienestar, que ya los gobiernos no van a seguir desangrándose, usando sus ahorros y los de los contribuyentes, para seguir alimentando a esta entelequia que -da la casualidad- fue la gran y única responsable de la peor crisis económica de los últimos 80 años.

*Felipe Moreno es académico de la Facultad de Comunicaciones UC. Jorge Pizarro es académico del Instituto de Historia UC.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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