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Política de alto standing y democracia de la componenda

Nuestra política ha ido perdiendo las virtudes cívicas de las que nos enorgullecíamos y ha avanzado hacia un estilo crecientemente confrontacional, conspirativo y populista, semejante al que detentan otros países de la región…


Por Ricardo Manzi*

Las últimas escaramuzas políticas entre las candidaturas a la primera magistratura de la nación  nos recuerdan que en política todo vale y nos reafirman la convicción construida a través del tiempo, que en ese universo todo se puede ya que los límites no existen. Es un «territorio comanche» donde el juego limpio y la moral entran en estado crepuscular; se exhibe un salvajismo paroxístico, donde lo paradojal es que sus cultores creen que ello no tendrá consecuencia alguna en la convivencia nacional.

Con anterioridad hemos mencionado que la apatía y suspicacia de los electores los ha llevado a guardar distancia de la denominada «clase política» y del objeto de la misma y que ello no obedece a «una irresponsable abulia» del rebelde y ansiado electorado, sino que a las «prácticas políticas y «las formas de reproducción de la partitocracia.» De esto en los últimos años hemos tenido ejemplos señeros, a saber.

La destitución que afectó al antes poderoso Jorge Lavanderos en la Región de La Araucanía, llevó a que en su reemplazo asumiera el otro candidato de la lista concertacionista, Guillermo Vásquez Ubeda, con un porcentaje muy menor de votos. Ese hecho que hirió el orgullo democristiano impulsó una reforma que permitió que en un evento como aquel, pudiese ser el partido  del candidato más votado de la lista el que definiese la persona del reemplazante. Si bien ese mecanismo pareciera tener cierta lógica partidaria,  carece de ella desde la perspectiva de los electores, pues significa imponerles, a puertas cerradas, una persona que no ha sido sometida al escrutinio popular, como de hecho ha ocurrido.

Este cuestionable mecanismo, ha sido aplicado luego de la  muerte de Pedro Pablo Álvarez Salamanca por RN, que nominó a Lily Pérez, en lugar del compañero de lista y, recientemente, la renuncia de Carolina Tohá a su diputación, para asumir un alto cargo ejecutivo, trajo como resultado su reemplazo mediante la entronización de Felipe Harboe como su heredero político y próximo candidato a ser reelecto, (¡oh, paradoja!) sin haber sido elegido jamás.

Esta modalidad para «rellenar» los cargos políticos de elección popular por defecciones de cualquier naturaleza, produce indiscutiblemente en el electorado una profunda irritación fundada en que la partitocracia tiene reglas que no se ajustan a una verdadera competición democrática y refuerza la idea generalizada de que la herramienta más utilizada, cuando no, la única del pañol político es «la componenda».

Tal convicción, como es obvio, en lugar de atraer a la ciudadanía a la actividad política e interesarse por la cosa pública, más bien la ahuyenta, profundizando la crisis de la representación, de la que después se asombran los mismos políticos, los que junto a sus asesores y a los comentaristas del rubro, terminan inculpando a la ciudadanía, al liberalismo y al mercado de tan nefasto resultado y oponiéndose a las iniciativas orientadas a facilitar el voto de los que están legítimamente indecisos o  fundadamente descreídos del lustroso esplendor de una democracia que perciben como una desvergonzada tramoya.

En una línea abiertamente contraria a la facilitación del ejercicio de la democracia y a su profundización, un grupo de constitucionalistas y politólogos de la «gauche divine»  nacional, «denunció» recientemente, que la mercantilización de la política, nos retraería al siglo XIX y a las deleznables prácticas del voto censitario y al cohecho y todo, porque alguien tuvo la osadía de impulsar la inscripción automática y el voto voluntario, iniciativa que aquellos visualizan como un ejercicio de la mercadotecnia económica aplicada a la política.

Por nuestra parte, insistimos en que la desconfianza en el sistema político y sus actores tiene raíces en el propio obrar de éstos y en casos de mayor o menor entidad que han provocado irritación pública porque denotan una visión alejada del trato igualitario y de prohibición de la discriminación arbitraria que los mismos pregonan. Así podemos hacer un apretado repaso de algunos hechos destacables que han instalado esta visión de los políticos en la población:

Un ministro del interior exhibió su carné de conducir en lugar de su cédula de identidad al momento de sufragar, terminando ahogado en el bochorno de intentar negar tal circunstancia; una subsecretaria hacía «delivery» de frambuesas en el centro de Santiago en el automóvil fiscal confiado a su cuidado, para el desempeño de sus «altas funciones»; una alcaldesa y un alcalde tuvieron un «tour de france» por la campiña francesa con gastos pagos en circunstancias que los supuestos organizadores del encuentro, niegan su realización. Como en política la negación verbalizada es un instrumento muy utilizado, negaron toda actuación indebida, pero no negaron, sino que se felicitaron públicamente de restituir los viáticos utilizados en un encuentro edilicio, inexistente, ¡Caray!

El senador Girardi denunció una supuesta conspiración en su contra, por no haber sido oído por dos carabineros que cumplieron con su deber, al infraccionar a su chofer que conducía camino al puerto principal, como en las «500 millas de Indianápolis».

En la cúspide de la torpeza se encuentra el inolvidable caso por el cual debido a un error de procedimiento inexcusable, se debió legislar en forma urgente, para hacer posible que la DC pudiese presentar a sus candidatos a parlamentarios que postularían en diciembre de 2001 o el inefable Transantiago y muchas otras expresiones  memorables de la fantasía de la realidad que ha llevado  a que la gente perciba a los políticos como una casta sacerdotal preocupada exclusivamente de los abalorios del rito democrático y de sí misma.

Habría que ser bien miope para pensar que no es por hechos como los mencionados que la ciudadanía desconfía de la política y de sus actores, pero si además se agrega un discurso orientado exclusivamente a denigrar al adversario, el ciudadano común no tiene otra alternativa que abjurar y repudiar de la actividad política, como crecientemente ocurre.

El auditorio ciudadano espera que sus políticos que dicen representar los grandes intereses colectivos y ser los abanderados del bien común, se ajusten a un estándar conductual propio de tan alta finalidad; que encarnen un «fair play» donde la pequeñez sea preterida en favor de lo sustancial; donde cualquier inconsistencia en el obrar de un político no sea elevada a la categoría de injuria atroz.

Así, puesto en ejemplos concretos, la circunstancia que Piñera tuviese acciones de una cadena farmacéutica cuestionada por graves infracciones a la libre competencia, no debe ser utilizada como una forma de desmerecerlo frente a la ciudadanía, acusándolo de estar vinculado a tan reprochable escándalo, en circunstancia que sus acusadores saben perfectamente que con una participación accionaria tan menor no tiene control alguno sobre el directorio de esa organización y menos sobre su administración. Del mismo modo, es repudiable que algunos integrantes de la Alianza, se complacieran en publicar fotos de Eduardo Frei, junto a otros ejecutivos de Sigdo Koppers, -empresa incorporada por arte de birlibirloque a la «propiedad social» durante la UP-, que concurrieron a efectuar donaciones para la recuperación nacional, en los albores del régimen militar, buscando generar una fisura de su candidatura con el mundo de la izquierda, como si esta no supiera que la DC y sus militantes, mayoritariamente apoyaron el Golpe de Estado del 73′.

Como puede verse nuestra política ha ido perdiendo las virtudes cívicas de las que nos enorgullecíamos y ha avanzado hacia un estilo crecientemente confrontacional, conspirativo y populista, semejante al que detentan otros países de la región, donde los operadores políticos al igual que acá, «mutatis mutandis» conspiran dentro y fuera de sus tiendas, injurian a sus contrarios; controlan los procedimientos eleccionarios, manejan masas enardecidas financiadas por el aparto partidario e incluso público, para presionar y castigar a los adversarios internos o de la oposición, modifican itinerarios electorales y otras manipulaciones de toda laya.

Los hechos reseñados nos recuerdan una de las grandes manipulaciones de nuestro «barrio» verificada en la Argentina de 1973, cuando el peronismo alza como candidato a la presidencia a Héctor Cámpora, quién asume esa alta dignidad el 25 de mayo del mismo año, prometiendo «hacer lo que el pueblo quiere», para gobernar 49 días, traicionando esa promesa al renunciar, franqueándole así  el paso a la presidencia a Perón y a su mujer, Isabel Martínez («La Intrusa») como vicepresidenta. Perón, virtualmente no gobernó su entonces convulsionado país, ya que a un infarto se sumó un cáncer a la próstata que arrastraba desde su dorado exilio español y, que finalmente lo llevó a la tumba en el mes de julio del mismo año, siendo llorado en La Chacarita, sepelio que fue el preludio griego de una larga dictadura que enlutó a innumerables argentinos. «Camporita» o «Tío», como le decían, no fue otra cosa que un testaferro de Perón y la operación relatada se denomina, «componenda».

¿No se parece esto a algunos de los hechos que hemos reseñado? ¿Cuántos testaferros que gozan de una inmerecida popularidad podrán ser elegidos para luego renunciar a favor de un hombre o mujer de algún aparato partidario?

¿Cuánto falta para que nuestra democracia, otrora tan valorizada, de la mano de estos políticos de «alto standing», se haga merecedora de que se le cuelgue el infamante pendón de ser, «la Democracia de la Componenda»?

*Ricardo Manzi es abogado. rmanzi@adsl.tie.cl

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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