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Comparando culturas II: Reloj y comida

A pesar de nuestra común adicción por evitar que el tiempo se nos escape, la actitud hacia la comida no es la misma en todas partes de Occidente. Según estudios, los estadounidenses dedican menos tiempo que el resto del mundo a comer (aproximadamente una hora al día), tienden más a adquirir…


Por Alejandro Canut de bon L.*

En una columna anterior comentaba que, debido a razones profesionales, he vivido en los últimos años un periodo en los Estados Unidos y otro en Europa, lo que me ha permitido conocer un poco más de estas dos culturas y notar algunas diferencias tanto entre ellas, como entre ellas y la nuestra.

En mis comentarios de hoy centraré la atención en una segunda diferencia, consecuencia de nuestra relación con el reloj y la comida. Para nadie es novedad la obsesión del mundo moderno por hacer más y más, en menos y menos tiempo. Sin duda ello se ha transformado en una adicción y en una especie de idolatría, en cualquiera de las grandes urbes de USA, Europa o América Latina, cambiando de paso nuestra forma de vida en muchos aspectos. De ello no cabe duda. Todo el mundo comprende hoy aquella frase que Benjamín Franklin acuñó presagiando este fenómeno… «el tiempo es oro».

El proceso comenzó con la Revolución Industrial, hace un poco más de doscientos años, y ganó velocidad exponencialmente en las últimas décadas. El reloj dejó poco a poco de ser un instrumento que coordinaba las actividades humanas, para transformarse en esa maquinita que nos recuerda a cada instante la ilógica idea de que el tiempo se nos arranca, por lo tanto, debemos acelerar para evitar que nos deje atrás. Lo que un médico estadounidense denominó en 1982 «enfermedad del tiempo».

En esa desesperación por evitar que el tiempo se nos escape entre los dedos, son muchas las facetas de nuestra vida que se han visto afectadas, en un claro ejemplo que nosotros no sólo  hacemos la tecnología, sino que ésta nos hace a nosotros también. Una de las facetas en la que este fenómeno resulta especialmente notorio, es el simple acto de alimentarse. El tiempo que dedicamos a preparar los alimentos y a comerlos, ha diminuido y disminuido y con ello el placer que rodea el ritual en cuestión,… la conversación con la familia, con los compañeros de trabajo, con los amigos.

No obstante, en medio de esa enfermedad del tiempo, un movimiento ha ganado terreno en Europa, más que en Estados Unidos. Se trata de Slow Food («Alimento Lento»). Partió en 1986, cuando la conocida cadena de comida rápida de origen norteamericano McDonald´s, inauguró un local a pasos de la muy famosa escalinata de la Plaza de España, en plena Roma. Se trató para muchos de una suerte de insulto, que se tradujo en un contra-movimiento que cobró vida propia al cabo de un tiempo. Como explica el periodista Carl Honoré en un pequeño pero muy entretenido libro titulado «Elogio de la lentitud», este movimiento defiende todo lo que McDonald´s no representa…., las recetas transmitidas a través de generaciones, el cenar despacio con la familia y los amigos; en definitiva, el disfrutar del ritual de comer.

Es en este movimiento donde se esconde la diferencia que deseaba destacar en esta columna. El hecho es que, a pesar de nuestra común adicción por evitar que el tiempo se nos escape, la actitud hacia la comida no es la misma en todas partes de Occidente. Según estudios, los estadounidenses dedican menos tiempo que el resto del mundo a comer (aproximadamente una hora al día), tienden más a adquirir alimentos procesados y a comer solos. Por otro lado, en América Latina y en parte de Europa (sobretodo en su parte Sur), las personas buscan aún cierta tranquilidad para preparar alimentos y comerlos. Quizás no sea yo la persona más adecuada para escribir de esto (he vivido afectado por la «enfermedad del tiempo»), pero no puedo negar que el visitar esos pequeños restaurantes europeos que hacen eco del Slow Food, ha logrado revivir lo agradable que me resultaba de niño el aroma a cilantro mientras esperaba sentado frente a esa cazuela casera que aun hervía.

En todo caso lo importante de esto es que los europeos que han dado vida a Slow Food nos recuerdan, a propósito de la comida, algo que es más profundo que el acto de alimentarse. Nos recuerdan que hemos olvidado el goce de esperar por las cosas. Aquello que El Principito nos enseñó de niños en su dialogo con el Zorro, en aquella parte en que le pregunta a este último la razón por la cual desea saber a qué hora vendrá mañana, y el Zorro le contesta «porque si me dices que vendrás a las 5, ya a las 4 empezaré a ser feliz».  

 

*Alejandro Canut es abogado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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