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El tsunami Marco en la nueva Lima

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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La relación con Chile es de amor y odio. En el pequeño restaurant Don Giusseppe de la Punta de Callao, donde el ceviche mixto es aplaudido de pie por los expertos, la señora cuenta orgullosa que su abuelo «era de Valparaíso». Un avezado taxista al reconocernos chilenos espeta: «Los vamos a…


Por Esteban Valenzuela*

Me correspondió asistir a una gratamente irreconocible Lima con motivo de una reunión del Parlamento Andino. Casi dos décadas después que hice una breve escala junto al río Rimac en ese peregrinaje inevitable a Machu Picchu. Entonces (1990), Lima sucia, angustiada, con atentados de Sendero en las zonas urbanas, con el primer gobierno de Alan García que se acababa en medio del populismo, la inflación y las denuncias de corrupción, con un Ejército cuestionado por masacrar comunidades indígenas con las mismas atrocidades de los maoístas. La «Historia de Mayta» de Vargas Llosa mostraba la perdición endogámica de las sectas ideológicas, mientras el economista Hernando de Soto proponía «el otro Sendero» de apostar al emprendimiento y a un Estado menos burocrático y corrupto para superar la crisis económica, que tenía su cara más palpable en la miseria de Villa Salvador (la más grande población marginal de Sudamérica) y en al alto desempleo que obligaba a miles a ocupar las calles de Lima atestadas de comercio ambulante.

Pero veinte años han sido positivos y los peruanos, aunque críticos, sienten el orgullo de sus avances, con dolores y claroscuros. El orden de Fujimori fue acompañado de corrupción y abuso de poder. La apuesta a la modernización económica de Toledo acertó en el boom económico y la inversión extranjera, pero fue débil en políticas sociales. El nuevo gobierno de García, se distrae -como guiño para contener el avance de los «nacionalistas» de Humala- en pleitos innecesarios con Chile, pero apuesta a la descentralización y a más políticas sociales, manteniendo la economía pujante que la tiene como la más dinámica del Continente en el último lustro.

Pero no todo es gobierno central. Los alcaldes Andrade y Castañeda del área metropolitana de Lima (allí hay alcaldes de municipios pequeños, pero también alcaldía mayor), fueron claves en el salto cultural, urbanístico y social de Lima: la ciudad se ve aseada en todos sus barrios, la inversión social se nota desde Villa Salvador a Chorrillos, el esplendor económico se expande más allá de los pudientes Miraflores y San Isidro,  la remodelación del Rimac se proyecta a Callao y al borde Costero como gran espacio público, la infraestructura vial será complementada pronto con un sistema de corredores de transporte que esperamos haya aprendido de los aciertos y errores que otras urbes han enfrentado (Curitiba, Bogotá, Santiago).

La relación con Chile es de amor y odio. En el pequeño restaurant Don Giusseppe de la Punta de Callao, donde el ceviche mixto es aplaudido de pie por los expertos, la señora cuenta orgullosa que su abuelo «era de Valparaíso». Un avezado taxista  al reconocernos chilenos espeta: «Los vamos a invadir». Después ríe y agrega: «De comida peruana, porque ustedes nos tienen invadidos de farmacias, Falabella, Ripley, Homecenter, vinos, fideos y televisión».

En el esplendor virreynal del Centro, en los balcones del Municipio, oyendo la banda militar que toca acordes populares al público que se agolpa frente al Palacio de Gobierno, los ecuatorianos y peruanos preguntan detalles por la candidatura de Marco Enríquez-Ominami. Lo ven lógico: «Sí, Chile no es derechista, pero la Concertación lleva veinte años, quieren un cambio progresista». Ellos han vivido como los sistemas de partidos cuando se cierran y no se renuevan, producen movimientos políticos nuevos y figuras renovadoras (todo eso que en Chile se vulgariza con los epítetos de populismo, personalismo, caudillismo, casi anomía política).  

«Vaya tsunami el muchacho», concluye un experimentado parlamentario aprista de esos que acompañó a Haya de la Torre hasta el lecho de muerto. Le respondo que el fundador del APRA fue «casi» presidente a los 30 y que Marco ya va por los 36. Además, que  entre otras cosas, es partidario de elegir los gobiernos regionales (lo que Perú ya hace) y que esperamos tener las mejores relaciones con los vecinos… «respetando el derecho internacional y los tratados». Sonríe atento cuando le recuerdo que uno de los abuelos de Marco, de origen japonés como muchos peruanos,  fue oficial de la Fuerza Aérea y jefe de mi propio padre. Tras el silencio, hay distensión cuando agrego que Enríquez-Ominami en su educación en el exilio leyó a César Vallejo y caminó por las mismas calles de París que el eximio poeta peruano. «Piedra negra sobre piedra blanca», me replica. «Y con aguacero», musito. 

En la noche, en la humedad y niebla de Lima un último pisco sour -ya sin ánimo de la bizantina discusión sobre el origen del mismo- y la voz de unos jóvenes cantando a Chabuca Granda y dando saludos a todas las delegaciones andinas. Fraternidad, franqueza  y esperanzas, más allá de los nubarrones sobre Lima, la bella ciudad que no teme a los tsunamis.

 

*Esteban Valenzuela es diputado independiente.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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