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Religión y sociedad

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Es curioso pensar que gente en una nación que se ha destacado por llevar el liderazgo en la ciencia, siga tomando en ocasiones de manera literal la Biblia y enseñando a los menores que existe un campo -el religioso- en el que la evidencia racional carece de importancia.


Por Alejandro Canut De Bon*

En la presente columna nos concentraremos en una diferencia cultural entre Estados Unidos y Europa (y de paso, Chile). En este caso, la que deriva de sus respectivas concepciones religiosas.

Estados Unidos, al igual que Latinoamérica en general, es una cultura más religiosa que la europea (en comparación principalmente con Europa del norte, lo que significa exceptuar España e Italia). Y esto no cambia, a pesar del hecho que Estados Unidos sea mayoritariamente protestante y Latinoamérica sea casi enteramente católica, lo que aparece sólo como un detalle frente a la diferencia ya indicada, y al tema de fondo que deseo destacar aquí; me refiero al rol que socialmente se le asigna a la religión a un lado y otro del Atlántico y la forma en que ésta influye en la vida pública.

Poniendo esto en términos un poco más académicos diría que mientras los americanos son en su mayoría teístas (es decir, creen en un Dios creador del Universo y de todo cuanto existe en él, que nos ha revelado lo que espera de nosotros, que sabe todo cuanto ocurre en la Tierra y que de vez en vez interviene en el curso natural de los acontecimientos para castigarnos o premiarnos), los europeos son en su mayoría deístas (creen en un Dios autor de la naturaleza pero que no ha hecho revelación y que no interviene ni realiza milagro alguno) o panteístas (creen en Dios de manera metafórica, como una suerte de orden y armonía natural del Universo), o derechamente agnósticos o ateos. Esta diferencia se puede explicar históricamente; las dolorosas e infructuosas guerras religiosas vividas en Europa 400 años atrás, las Ilustración y su deísmo, el romanticismo y su panteísmo, o el existencialismo y su corriente atea.

Algunas encuestas demuestran esta diferencia en números: 55% de los norteamericanos creen que Dios creó al hombre (y la Tierra) en su estado actual y un 27% que éste si bien evolucionó, lo hizo guiado por Dios. Sólo un 13% acepta la evolución científicamente hablando. En Europa por el contrario cerca del 70% asigna sólo una interpretación científica al tema. Más de la mitad de los norteamericanos (incluidos muchos políticos, senadores y según muchos la última candidata republicana a la Vicepresidencia) creen -siguiendo las generaciones de la Biblia- que la Tierra tiene 5 mil años de edad (y no 5 mil millones) y que la teoría de la evolución y muchos de los fundamentos de la geología moderna no son más que una falsa hipótesis seudo científica que tarde o temprano demostrará estar errada.

Pero lo interesante de esto no es la diferencia en las creencias en si, sino el como ésta afecta (y a veces infecta) la sociedad en general. Es decir, la influencia que ésta tiene en temas concretos, como por ejemplo en la educación de los menores. En efecto, mientras que en el año 2004 se discutió judicialmente en USA -por segunda vez en el siglo- el rol que debía jugar en la clase de ciencia de los colegios el denominado «creacionismo» -la creencia de que hemos sido creados por un ser superior-, en Europa existe el claro consenso que el creacionismo no tiene espacio en la educación pública. Comprenden estos últimos que la fe, es decir esa certeza absoluta e irracional de que algo es cierto a pesar de carecer de fundamento alguno para ello (recordemos que desde el momento que se cuenta con fundamento racional deja de ser «fe», y pasa a ser «conocimiento»), es subjetiva, y por lo mismo debe mantenerse en el campo privado y sin consecuencias en la vida pública, y en ningún caso debe inspirar las leyes, ni menos influir en la educación escolar pública. Entienden en resumen -lo que mucho americanos no- que el deber del Estado es promover la educación, no la religión.

Quizás diferencias como estas explican que sólo en Estados Unidos se escuche a un presidente (Bush padre) decir «No sé si los ateos debieran ser considerados patriotas. Esta es una nación bajo Dios», olvidando por cierto el bello y sabio legado secularista de Jefferson, Franklin, y de la mayoría de los padres fundadores de la independencia norteamericana. Y explique también que mientras el dólar lleva la inscripción «in God we trust«, la libra esterlina lleva impreso -en uno de sus billetes- el rostro de Darwin.

Es curioso pensar que gente en una nación que se ha destacado por llevar el liderazgo en la ciencia, siga tomando en ocasiones de manera literal la Biblia y enseñando a los menores que existe un campo -el religioso- en el que la evidencia racional carece de importancia. En todo caso ellos -los norteamericanos- tienen un mérito que no veo en Chile (ni en el resto de Latinoamérica). En efecto, en Europa la gente sabe que la religión es subjetiva (y por ello la confinan a lo privado). En Estados Unidos ello muchas veces se discute (es decir están conciente que algún límite debe tener la influencia de la religión, pero aún discuten dónde establecerlo). En Chile y en el resto de Latinoamérica el tema muchas veces ni siquiera se discute, lo que lamento pensar significa que ni siquiera se advierte por muchos que un límite debe ser establecido. Se sigue considerando que la fe es una virtud, y se sigue pensando -no por pocos- que la iglesia debe inspirar las leyes, los valores y la educación. Simplemente lamentable.

 

*Alejandro Canut de bon es abogado.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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