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EE.UU. bajo presión con su política de no intervención en Irán

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Los medios en EE.UU. en su mayoría se dividen entre aquellos con una expectación manejada con prudencia para una reacción más enérgica de la administración de Obama, y los que propagan el conflicto como una revolución y un cambio de régimen, parecida a la que llevó al Ayatollah Khomeiny al poder.


Por Juan Francisco Coloane*

La tormenta política en Irán ha provocado un realineamiento del poder clerical para que el marco general no se deprenda de su control.

El puesto de presidente por el cual está planteada la revuelta, en este caso el que ostenta Ahmadinejad, aparecería hasta el momento sobrepasado y el mensaje clerical es claro: en el modelo de gobierno él es apenas un administrador del Estado. En el fondo, el poder reside en el mando clerical que cuenta con el apoyo del Ejército y todo vuelve a la normalidad política, con una diferencia: hay una movilización de la población.

La elección se planteó como «un referéndum de la gestión de Ahmadinejad», señala Ali Azouri corresponsal de MSNCB  (EE.UU.) en Irán. «Las manifestaciones estaban programadas independiente del resultado, la  elección fue el pretexto y todo Irán sabía que se avecinaba una tormenta», informa una fuente iraní.

El presidente Obama ha tomado una prudente distancia de los acontecimientos en Irán enfatizando la no violencia y que «EE.UU. no se mezcla en los asuntos políticos y electorales de Irán». «No es bueno para EE.UU.», dijo para ser más preciso.

Esta posición ya instigó la crítica, diatriba irracional en algunos casos, de sectores políticos que hubieran preferido una posición más comprometida e involucrada.

El cambio de régimen o  la dimisión del gobierno de Ahmadinejad, que parecieran ser los dos objetivos de las protestas, es un resabio del plan de intervención fomentado por la administración Bush. Los compromisos contraídos por sectores políticos estadounidenses –  y de la comunidad europea por alianza-  para apoyar un cambio de régimen son de larga data.

El diario El País de España habló de un golpe de Estado en cuanto a los resultados de los sufragios, incitando a una posición más resuelta hacia el régimen. ¿Sanciones? ¿Invasión como en Irak?  El País y medios importantes europeos estuvieron a favor de la invasión a Irak.

Los medios en EE.UU. en su mayoría se dividen entre aquellos con una expectación manejada con prudencia para una reacción más enérgica de la administración de Obama, y los que propagan el conflicto como una revolución y un cambio de régimen, parecida a la que llevó al Ayatollah Khomeiny al poder en 1979. Hasta Chris Mathews de MSNBC, muy pro Obama, le pregunta al corresponsal: «¿Se encamina hacia una revolución esta situación?»

El gobierno de Irán contribuye  a la temperatura al suprimir la escasa libertad de expresión, sin embargo en la otra trinchera, la que es alimentada por la obsesión de liquidar al régimen, el espectáculo mediático es total. En twitter, youtube, facebook y toda la parafernalia digital imaginable hay que hacerle creer a la gente que es una revolución.

Para el periodismo mezclado con ansiedad mediática persiguiendo el rasgo rentable del morbo o el docudrama político, no hay una racionalidad aplicada a las implicancias para el propio EE.UU. de una revuelta sangrienta en Irán. EE.UU. y su periodismo en general están tan acostumbrados al combate, el desastre, al pandemonio político, que ven en Irán la oportunidad esperada.

No hay medición de implicancias de coyuntura en cuanto a que ahora hay un presidente que desea negociar, que no haya conflictos y que la productividad y la prosperidad se logran con la paz, y que todo norteamericano viaje tranquilo hasta en los países islámicos. .

Para muchos medios, por el tipo de analistas que exponen, entre ellos CNN y FOX por supuesto, todo esto es un cuento idealista de un presidente que probablemente no debió haber sido elegido porque es precisamente ahora cuando hay que entrar en Irán y apoyar a los insurgentes que están a favor de la alianza occidental.       

Ese es el dictamen convencional del realismo duro. El que señala que las políticas de Estado fundamentales en materia  internacional no se alteran por los cambios ideológicos en los gobiernos. Lo que prima es el interés de Estado.

Bajo este punto de vista, si la anterior administración había construido un plan para derrocar el régimen, lo que correspondía era continuar con la misma política de Estado, y colaborar con más actitud y visibilidad en el proceso de las protestas.

Con estos antecedentes, la situación de Irán es el primer gran desafío para la política no intervencionista de la nueva administración en EE.UU.

En Irán se ha producido un recambio institucional a partir del fin de la guerra con Irak en 1988 que produce un millón de víctimas fatales y una deuda de 85 mil millones de dólares (Trager,J.; H. Holt; NY. 1992).

Inevitablemente el poder clerical original fue dando paso -no sin una lucha interna- al desarrollo institucional estatal y privado, haciéndose  éste de alguna forma inmanejable con los códigos y aparatos de la revolución islámica. Algunos hablan de una militarización del poder como un gran descubrimiento. Y claro, si el país ha estado en pie de guerra permanente no podría ser diferente.

La crisis institucional y el vacío de poder que puede generarse a partir del colapso de un régimen  clerical autoritario con mezcla de aparato institucional militarizado, puede ser de enormes proporciones.

Lo que está sucediendo es grave porque los reformistas por más que deseen un nuevo gobierno o un nuevo sistema político, la historia no empieza allí. Hay responsabilidades mayores asumidas por Irán un país pivote en la región.

Es muy probable que ninguno de los reformadores esté pensando en desintegrar la cohesión administrativa de Irán por el resultado de una violencia insostenible, como le ha sucedido  a Irak, Pakistán y Afganistán fragmentado en facciones de poder. Sin embargo ahora el problema no es Ahmadinejad, sino Moussavi y su perfil, que no necesariamente proyecta una imagen de consistencia y estabilidad.

El actual jefe de la oposición ha sido comparado con Gandhi por algunos medios en un exabrupto publicitario. Moussavi es autor intelectual de masacres condenadas por Amnesty International y ha quedado impune hasta ahora, revelando claramente que se está al frente de un líder prefabricado para la coyuntura.

Se transformó en aliado de Ali Rafsanjani, (Ex presidente 1989-1997) y actual jefe de consejos que dirimen conflictos de poderes al interior del régimen. Es «una alianza extraña» dice M. Amedin en Asia Times, «porque fue el propio Rafsanjani que lo liquida como Primer Ministro en 1989». Moussavi quería alterar las bases históricas de la propiedad privada y el libre mercado en Irán, y Rafsanjani que se oponía, lo asesina políticamente y ahora lo hace resucitar.

Además de la genuina oposición a un régimen, es innegable que las manifestaciones también se sustentan en la matriz de intervencionismo que la alianza occidental ha manejado en una zona de disputa con Rusia y China. Es así que cualquier desenlace hay que situarlo en un conflicto más amplio y en las tensiones que el gobierno de Obama precisamente intenta descomprimir. 

En la coyuntura, sería contraproducente para la nueva administración norteamericana aparecer incitando un cambio de gobierno o de régimen en Irán, que formó parte estelar de la agenda en la administración anterior. Sería como el último sueño de Dick Cheney y los neoconservadores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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